Los aspirantes a la gubernatura y las alcaldí­as, de todos los partidos, han desatado una campaí±a sin freno por lograr posicionarse en las próximas elecciones. Se pueden ver, hasta el hartazgo, boletines informativos y fotografí­as de precandidatos; pero no es tan fácil encontrar propuestas concretas de lo que quieren hacer.
El tema no es menor, porque tal parece que los aspirantes a distintos cargos de elección popular suponen que las cosas en Quintana Roo y los municipios están tan bien, que no hace falta cambiar nada de fondo.
Hace menos de 10 aí±os, el debate era la conveniencia de que exista o no una Gran Comisión en el Congreso del estado; la necesidad de modernizar el Poder Judicial y la Administración Pública; encontrar una Ley Electoral que permitiera una contienda justa, y la renovación de los órganos de vigilancia y control de los distintos Poderes.
Ese debate fue muriendo de inanición, y en los aí±os que siguieron se llegó al grado de que no tan sólo se rompió el intercambio de ideas polí­ticas, sino que se fueron creando leyes para que la administración pública centralice temas, principalmente los que tuvieran que ver con el manejo de recursos, corriendo el riesgo de una institucionalización de la corrupción. El Instituto de Patrimonio del estado, y el Instituto de Financiamiento, son el mejor ejemplo de ello.
Ni siquiera vale la pena mencionar los últimos nombramientos en el Consejo de la Judicatura o el Tribunal Superior de Justicia, realizados pocas semanas atrás. El debate y la crí­tica estuvieron ausentes; un manto de indiferencia se ha cernido sobre las cosas importantes en el estado.
El recinto central de aquellas discusiones, como debe ser, era el Congreso del estado. Pero ese Poder se ha ido degradando hasta quedar constituido en un apéndice del Poder Ejecutivo. La lógica de los últimos aí±os es que no importa cuantos opositores lleguen al Congreso; allí­ dentro terminarán votando lo que el gobernador en turno proponga. Se convertirí­an, de hecho, en oficialistas.
En la pasada Legislatura se llegó a un grado de cinismo tal, que la mayorí­a de los diputados de Cancún, todos emanados de partidos diferentes al PRI, cubrí­an la distancia entre su ciudad y Chetumal en el avión oficial, o en caravanas de camionetas que daba el gobierno.
El gobernador Félix González Canto asistí­a a sus cumpleaí±os, y el ambiente de camaraderí­a se extendí­a tanto, que luego los agasajados votaban sin reservas todo lo que se les pedí­a. El caso llegó a un extremo de que algunos de esos mismos diputados opositores se convirtieron en candidatos de sus partidos con el apoyo del mandatario estatal.
Esa falta de debate se extendió hasta la actual legislatura, donde el tí­o del gobernador, Luis González Flores, maneja con mano de hierro la agenda y los temas a tratar. La oposición está atrapada, lo cual es culpa del gobierno, pero también está demasiado callada, lo cual sólo puede ser atribuible a su desinterés o su acuerdo con lo que está pasando.
Ese estado de letargo polí­tico ha llegado hasta todos los rincones de esa actividad, incluso las actuales campaí±as. No hay que confundirse: la refriega interna del PRI, la guerra sucia entre gobiernos de diversos signos, o las batallas por las candidaturas no son parte del debate polí­tico, sino de la denominada ”grilla», una actividad que forma parte de este mundo, pero que de ninguna manera deberí­a agotarlo.
Veamos algunos casos. Los diputados federales prií­stas Roberto Borge y Carlos Joaquí­n han basado su campaí±a en boletines de prensa que hacen eco de sus actividades. Un dí­a hablan de la necesidad de cuidar al campo quintanarroense, y al otro de turismo. Un dí­a dicen que hace falta más seguridad, y al otro elogian la actividad productiva de la pesca.
Todos lugares comunes vací­os de contenido y de una visión de estado que deberí­an ir imponiendo en la sociedad. Ninguno de los dos, vale aclararlo, participó de la votación donde se decidió el presupuesto federal de este aí±o, según la página de Internet del Congreso de la Unión. No hay mucho más que decir sobre el tema.
El diputado federal panista Gustavo Ortega, más austero, aprovecha cada espacio para criticar al gobierno estatal, y ha hecho de ello, al menos, un discurso más coherente con el lugar que debe ocupar. Pero tampoco se ha distinguido por marcar una agenda de temas que le interese imponer a la sociedad para que piense en él como candidato.
El caso del alcalde de Cancún, Gregorio Sánchez, no es mejor. Su tarea de gobierno ha sido efectiva en ciertas áreas, como la obra pública y algún sector de los servicios públicos, pero ha dejado mucho que desear en los temas torales.
Su relación con el Cabildo se basa en el autoritarismo o los acuerdos oscuros, y no ha demostrado entender la polí­tica de un modo diferente a la forma en que se está ejerciendo en el estado. De hecho, su largo ”acuerdo de caballeros» con el gobernador, no es otra cosa que un pacto de entrometerse, que puede permitir cualquier abuso de ambas partes en su estricto ámbito.
Los otros casos, que tienen que ver con las candidaturas a las alcaldí­as, no merecen la pena ni ser evaluados. Salvo muy contadas excepciones, esos aspirantes han emprendido una campaí±a de aparición en medios sin forma ni fondo, y, lo peor de todo, sin ningún mensaje diferente a su mera imagen.
Esta situación no solo alude al desinterés de los candidatos por los temas torales del estado, sino a la propia efectividad de sus campaí±as, algo que parecen no entender. Es un principio básico de cualquier estrategia electoral instalar un tema de campaí±a, que sea el eje conductor de todo lo que va a venir.
El objetivo es que los demás candidatos terminen hablando de los temas donde uno es fuerte, para lograr posicionarse por sobre los demás en algo más permanente que una imagen.
Sin embargo, parece que ni los onerosos asesores de lo candidatos pueden encontrarle salida a esta apatí­a. La mala noticia es que la sociedad deberá votar por imágenes y no por temas. Es difí­cil que por ese camino se encuentre alguna salida a los problemas de fondo que aquejan a Quintana Roo.

Graciela Machuca

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