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Por íngeles Mariscal

 

Anderson a los 7 aí±os ya sabe como accionar un arma. Ya ha visto matar. Sus ojos se pierden en el vací­o cuando narrar la escena. No llora. Sus dos hermanos, uno más pequeí±o y otros tan solo un poco mayor, lo observan.

Oscar René tiene 10 aí±os. Es sobreviviente de un secuestro. í‰l y su mamá escaparon. Pidieron refugio polí­tico y se los negaron. Sigue sonriendo.

Gabriel tení­a que ir a cobrar ”la cuota», encargarse de cubrir el producto de las extorsiones. Esquiva la mirada. Dice que no quiso hacerlo y por eso huyeron. Al avanzar en la huida presenció un homicidio. Luego, él y su familia siguieron huyendo.

Las historias se repiten una, otra, otra. Esos nií±os y nií±as siguen sonriendo. Van por el camino y siguen sonriendo. Vuelven a jugar, juegan a ser pandilleros, a ser policí­as. Juegan a disparar. Son nií±os y nií±as centroamericanos.

Vienen unos dí­as de paz luego del recorrido por la ruta migrante. Luego, llega otro golpe. Viene de este paí­s. La imagen es de unos nií±os, apenas más grandes que unos bebes. Duermen en lo que hace las veces de ”litera», pero no es más que una ruinosa base metal de dos pisos, hecha con malla para cercar. Esta oxidada, no hay colchón, apenas unas cobijas. Las paredes del fondo se ven sucias, muy sucias.

Dicen que son los hijos de padres delincuentes, de narcotraficantes. Otros, serí­an hijos e hijas de madres solteras, integrantes de familias con muchos recursos económicos, pero encerradas en la opresión social.

Otros y otras nacieron ahí­, en ese lugar que pareciera un refugio de indigentes, de excluidos sociales. Es Zamora, Michoacán.

Es Zamora, Michoacán. Pero entonces me viene el recuerdo de Guillermo Peláez Santiago en Yurecuaro; de Laura, Selena y Angélica de Tapachula. De los nií±os y nií±as del Fuego Cruzado del norte de México.

Recuerdo también a la nií±a que vende zarzamoras en lagos de Montebello. Las mira con deseo, acaso con hambre, mientras las ofrece en una pequeí±a cubeta. No las puede comer porque tienen que entregar el dinero de su venta. Las compro y se las regalo. Las come.

Esta Mauricio. Un nií±o de que hace seis aí±os deseaba juguetes. Hoy desea que le inviten una cerveza. Camina ebrio por las calles de Cintalapa. Sus vecinos cuentan que se prostituye para obtener algunas monedas.

Esta el otro nií±o de seis aí±os que cambiaba de nombre de acuerdo al interlocutor. Iba acompaí±ado de una mujer que decí­a era su madre. Vendí­a dulces, ofrecí­a besos para causar gracia. Obtení­a las monedas. Sonreí­a. Ahora vagabundea por las calles de Tuxtla Gutiérrez. Lo acompaí±a una bolsa que contiene inhalantes. Su mirada quedó perdida en la nada.

….

Son los rostros de la violencia social y económica hechos nií±o y nií±a. Son los nií±os y nií±as con quienes el Estado —llámese Honduras, México, Estados Unidos o cualquier otro- ha fracasado. En este sistema de alto nivel competitivo, en este sistema donde el éxito se mide por la acumulación de riquezas materiales, en este sistema de privilegios, algo ya está descompuesto.

Privilegiar la indolencia, cerrar los ojos, mirar a otro lado, poner un muro, cerrar la puerta de la casa, negar esta realidad, solo hace más grande el monstruo.

Graciela Machuca

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