Mujer que dice chau, por Eduardo Galeano

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Mujer que dice chau

Me llevo un paquete vací­o y arrugado de cigarrillos Republicana y una revista vieja que dejaste aquí­. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mí­a que habí­as dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas. También me llevo una hoja de acacia recogida en la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ése fue el dí­a en que empezó la suerte.

Me llevo el gusto del vino en la boca. (Por todas las cosas buenas, decí­amos, todas las cosas cada vez mejores, que nos van a pasar.)

No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.

 

Alfonsina StorniAlfonsina

1935. Buenos Aires

A la mujer que piensa se le secan los ovarios. Nace la mujer para producir leche y lágrimas, no ideas; y no para vivir la vida sino para espiarla desde las ventanas a medio cerrar. Mil veces se lo han explicado y Alfonsina Storni nunca lo creyó. Sus versos más difundidos protestan contra el macho enjaulador.

Cuando hace aí±os llegó a Buenos Aires desde provincias, Alfonsina traí­a unos viejos zapatos de tacones torcidos en el vientre un hijo sin padre legal. En esta ciudad trabajó en lo que hubiera; y robaba formularios del telégrafo para escribir sus tristezas. Mientras pulí­a las palabras, verso a verso, noche a noche, cruzaba los dedos y besaba las barajas que anunciaban viajes y herencias y amores.

El tiempo ha pasado, casi un cuarto de siglo; y nada le regaló la suerte. Pero peleando a brazo partido Alfonsina ha sido capaz de abrirse paso en el masculino mundo. Su cara de ratona traviesa nunca falta en las fotos que congregan a los escritores argentinos más ilustres.

Este aí±o, en el verano, supo que tení­a cáncer. Desde entonces escribe poemas que hablan del abrazo de la mar y de la casa que la espera allá en el fondo, en la avenida de las madréporas.

Pájaros prohibidos

1976. Libertad

Los presos polí­ticos uruguayos no pueden cantar sin permiso, silbar, sonreí­r, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.

Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco aí±os. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel.

Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeí±os cí­rculos entre las ramas.

-¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?

La nií±a lo hace callar:

-Ssshhhh

Y en secreto le explica:

-Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que traje a escondidas.

 

FUENTE: EL PAíS

Graciela Machuca

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