El nacimiento de un nuevo ser, debe llenarnos de algarabí­a y de esperanza, debe ser motivo de festejo y crearnos una preocupación, sana, sobre lo que el futuro nos deparará. El nacimiento de un nuevo ser debe representar una renovación del compromiso que tenemos con nuestros conciudadanos a fin de mantener la armoní­a y las buenas relaciones, así­ como el cuidado de nuestro espacio de desenvolvimiento. Sin embargo muchos padres convertimos esa preocupación en una tensión que hace abusemos de nuestra posición jerárquica en la familia para tomar decisiones en nombre de nuestros vástagos, aun cuando ellos no estén de acuerdo y obligándolos, de ser necesario.
Los Estados Unidos Mexicanos nacieron hace ya más de cien aí±os, sin embargo, los órganos de gobierno nos siguen tratando como si nuestro paí­s aun estuviera recién nacido o en su primera infancia. Siguen tomando decisiones por nosotros como si no fuéramos capaces de elegir correctamente; por un lado alaban la democracia y la decisión que tenemos después de un proceso electoral, pero por otro lado no son capaces de promover referendo o encuestas de opinión porque no contamos con la capacidad para tomar una decisión basada en el análisis.
Los órganos de gobierno, representados por gente que nosotros mismos ponemos (llámense diputados, senadores, presidentes municipales, gobernador o algún otro), toman decisiones basados en su nivel de vida o en sus más recientes vivencias, olvidando que en algún momento fueron o estuvieron en un nivel socioeconómico que les exigí­a levantar la voz para exigir mejores condiciones, pero que una vez conseguidas pareciera que perdieran toda voz a fin de mantenerse en la posición ya lograda.
Nos tratan como nií±os, no siguen imponiendo las ideas de ”nuestros padres», nos siguen ”educando» para aceptar y continuar en esa mediocridad que nos impide cambiar o crecer; pero no todo es culpa de los gobernantes, también es culpa nuestra que no queremos crecer; que preferimos mantenernos en esa mediocridad que justifica lo que no estamos dispuestos a hacer y permite seguir culpando al vecino en lugar de hacernos responsables de nuestras propias acciones. Como nií±os, escuchamos y nos tragamos (mientras apretábamos los puí±os) los regaí±os y castigos de papá o mamá; sin embargo, conforme crecí­amos, fuimos aprendiendo a defendernos, a exigir nuestros derechos y a realizar las acciones necesarias para no tener que seguir dependiendo de nuestros padres y, mucho menos, seguir aceptando regaí±os y castigos, comenzamos a trabajar o a responsabilizarnos por nuestros gastos, hasta el grado de ser personas independientes y con la capacidad de tomar nuestras propias decisiones… Ahora, me pregunto ¿Qué estamos haciendo, como mexicanos, para crecer y comenzar a ser tomados en cuenta como un pueblo maduro, o cuando menos en proceso de madures?.
La respuesta a la pregunta que se planteó en  el párrafo anterior ha tenido varias respuestas surgida de la boca de algunos compaí±eros, respuestas que más parecen justificantes que realidades y que no logran convencerme. Si bien hay cambios en polí­tica, hay cambios en las estructuras de gobierno, hay cambios en los planes educativos, hay cambios en las propuestas económicas, la vida sigue desarrollándose de la misma manera; apáticamente.
Podrí­a destinar más lí­neas para quejarme o despotricar sobre lo que me rodea, pero ¿Para qué? ¿Qué lograrí­a con solo quejarme?, es necesario comenzar a actuar, a crecer y demostrar que no somos nií±os incapaces de responsabilizarnos por nuestro desarrollo. Si no lo hacemos así­, pues no nos sorprenda que, como sucede con los nií±os a los que mal educan, nos convirtamos en jóvenes llenos de violencias, de caprichos, de irresponsabilidad, u otra caracterí­stica propia de quien no recibe una educación adecuada.
Con la ilusión de siempre espero que, nuestros dirigentes, pronto entiendan que la posición que ostentan no es un privilegio sino un compromiso por lograr el mejor desarrollo de nuestro paí­s…. Y como con los padres, de ellos dependen que en nuestro paí­s se acaben las situaciones de dolor, de desesperanza y anarquí­a.  Mientras espero que ese momento llega, me despido de ustedes, deseándoles un ”Feliz dí­a del Nií±o», que a final de cuentas, eso somos y al parecer, no queremos dejar de ser.

M.E. Eduardo Ariel Herrera Avila

Graciela Machuca

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