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Como mujer tiene tres atributos: toma decisiones sobre su vida desde los 14 aí±os; su clara inteligencia para solucionar problemas, que a los 92 y medio aí±os le ha permitido comprender los cambios, y su generosidad desmedida que la hace querida y simpática.

Tiene el sentido de saber qué hacer, qué decir, qué escoger, adónde caminar. Lo más admirable en ella es su tenacidad frente a la vida. Elegir su espacio, sabiendo que es algo importante para desarrollarse, es quizá su más í­ntimo secreto.

A sus más de 91 aí±os no se agrega ni soledad, ni rencor, tampoco el miedo. Quiero decir que no se arrepiente de nada lo hecho con su vida y tiene claro que su vida le pertenece, no le echa la culpa a nadie.

Mis juicios sobre Marí­a del Rosario López Souza son completa- mente subjetivos, debido a que doí±a Charito o Mamá Charo, como la llamamos carií±osamente, es mi madre.

Desde mis primeros aí±os, la recuerdo dando gran valor al trabajo y al esfuerzo personal, a la diligencia por resolver lo que sigue. La re- cuerdo leyéndome Los Supersabios, desde antes de que yo aprendiera a leer y escribir, lo que hizo nacer en mí­ la ambición de saber.

Tiene en su haber otra caracterí­stica: habla, habla, habla, como una gran comunicadora, lo que me permitió conocer todos los detalles de mis raí­ces; desde la fecha exacta en que fui concebida, mis gustos cuando tení­a dos aí±os, mis afanes y toda la experiencia que se ad- quiere cuando todaví­a se es menor.

Ella nació en Huatusco, Veracruz, a los seis meses quedó huérfana de padre. Vivió en casa ajena hasta los 12 aí±os. Viajó por el paí­s en compaí±í­a de su madre, siempre trabajando. Sin ir a la escuela apren- dió a escribir cartas, crónicas o diarios de sus actividades y a escoger lo que más le convení­a para su proyecto personal.

A los 17 aí±os decidió tener su propio espacio. Se ubicó en la ciu- dad de México y se hizo responsable de su madre y de su casa. Puso casa y trabajó para enriquecerla. A los 23 aí±os se unió a mi padre y decidió quedarse con él a través de un acuerdo equitativo, se dirí­a ”un pacto», porque puso por encima de todo, su vida libre. Nunca usó esa letaní­a infernal de que era ”por mis hijos», era por ella.

La frase que más me ha marcado en la vida, fue su recomendación de que una mujer no puede desarrollarse si es dependiente, si no se gana su propio dinero y si no escoge con lentitud qué quiere para toda la vida. Alentó mi vocación desde que yo tení­a 12 aí±os; me enseí±ó a ganarme mi dinero y a tomar decisiones.

Doí±a Charito nos propuso, a mi hermana y a mi hermano, no dejar la escuela nunca, ni siquiera cuando tení­amos un resfriado; nos impuso hacer ”una carrera» e independizarnos, sin importar el sexo. Nunca la escuché hacer consideraciones morales sobre hechos consumados, otra cosa es la ideologí­a de su tiempo. No le importó

militar en la religión, ni en la polí­tica. Sí­, actuó como ciudadana, por la falta de servicios, por los desperfectos o necesidades urbanas; por las injusticias de terceros.

A los 80 aí±os confesó estar contenta con el gobierno de la ciudad, votar por el Partido de la Revolución Mexicana y representar, en su localidad, a la hoy gobernadora Amalia Garcí­a para ser elegida Repre- sentante ante la Asamblea; no coincidí­a con sus hijos mayores. Yo fui la tercera.

En la ciudad de México trabajó en un consultorio médico, donde aprendió a inyectar, curar, atender enfermos. Antes de los 20 aí±os reconoció que las mujeres tienen el derecho a interrumpirse un embarazo y fue asistente del médico; se compró zapatos de todos los colores y organizó para sí­ misma una linda vivienda.

Al casarse, fue su casa lo más importante, como ese espacio vital para hacerse un futuro. Ella lo niega.

Charito ganó siempre su dinero y en los tiempos en que apareció la penicilina ganó lo que quiso. Así­ logró siempre tener recursos para cumplirse sus deseos, pero también compartió con su hijo e hijas. Se compraba sus gustos y le gustaba hacer los vestidos de presumir, pero más, hacer fiestas. Festejar, lo ha festejado todo.

Ella no considera nada de esto una proeza, fue la tí­pica madre trabajadora para ”salir adelante». Su marido y la familia de su marido tení­an recursos, pero los de ella eran parte de su liberación. No querí­a depender, sino ser. El marido, tení­a que cumplir con sus hijos, pero no con ella, decí­a.

Tal vez como mujer esa es la enseí±anza más importante que ha dejado. Después actuó como solidaria con sus hijas: una para recibirla en su casa tras un divorcio y empujarla a seguir estudiando, con la otra para apoyar sus locuras, sus acciones, sus avances.

Actualmente se ha convertido en la mejor compaí±í­a. Hace esfuerzos descomunales para leer y ver las noticias, ”para tener con- versación», dice. Se enorgullece no porque me sale bien el arroz, sino por una primera plana, un avance, un aprendizaje que compartimos. También porque me sale el arroz, claro.

Entre su hijo, sus dos hijas, sus nietas y sus nietos, tiene ocho, y sus bisnietas y bisnietos, que son 14, defiende siempre su autonomí­a. ”No quiero vivir con nadie, tengo mi casa», ”tengo mis rentas» y mi ”tarjeta» y en su casa hace lo que le viene en gana.

Después de la penicilina se puso a desarrollar cuanto negocio le permití­a tener su dinero. Tuvo una tienda de abarrotes, vendió ropa en abonos y desde hace 38 aí±os tiene una mercerí­a, que todaví­a atiende.

Conserva un titipuchal de amigas y es la mejor anfitriona. Viuda, se adaptó al encanto de la ”tercera edad» y por primera vez visitó museos, piscinas, pueblos y ciudades, durante más de una década.

Lo que más le encanta es haber ido a Europa, con su hijo. Y, ella dice, ”para no perder la memoria y volverme viejita», mira la televisión, sabe todo lo que va sucediendo en las telenovelas, en el noticiario, en los encuentros sobre historia del bicentenario y está muy preocu- pada por la violencia, lee la revista Proceso. Tiene, además, el don de preguntar, sin tapujos.

No es feminista. Dice que no entiende. Prefiere pensar que los hombres pueden reformarse y espera que las mujeres sean toleran- tes. No se mete en la vida de nadie y sólo va a las casas de sus hijas y de su hijo, mediante invitación precisa. Intenta, pero con suavidad inconmensurable, dar consejos, no impone.

Se hace querer, tanto que mis amigas le llaman como yo mamá Charo y a ellas como a mí­, les cuenta un sin fin de historias, la suya es la principal.

Doí±a Charito tiene un privilegio: a los 91 aí±os no tiene ninguna enfermedad, le gusta presumirlo. Duerme ocho horas diarias y no sabe estar sin hacer nada. Es autónoma y hace planes de para los próximos 20 aí±os.

Graciela Machuca

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