Una de las grandes dificultades a los que hoy se enfrentan quienes viven con agravio el dí­a a dí­a, por este momento del paí­s que se desmorona, es sin duda la inmovilidad y una especie de temor generalizado que impide actuar colectivamente.

En ese contexto lo que existe son infinidad de luchas aisladas, de demandas, de protestas individuales o bien de movimientos especí­ficos por causas muy concretas, como las que se dan en diversos estados del paí­s contra la apretura de minas a cielo abierto, explotación de oro que hacen empresas trasnacionales canadienses. O aquella que hacen familias que buscan a personas desaparecidas. Las que se han venido encadenando para salir del oprobio que significa ir sumando y sumando, el asesinato y la violencia contra las mujeres, ahora sabemos, aparecen cuerpos mutilados en los caminos, las brechas y en la que se configura un estado de violencia inaceptable. Hay quienes la identifican claramente como un objetivo del poder para paralizar y reprimir.

Por ello, el intento de crear un nuevo polo polí­tico femenino, convocado por mujeres de partidos polí­ticos, de organizaciones sociales de antigua y nueva protesta, que están enfrentando cacicazgos y puertas ce- rradas a procesos de justicia, así­ como de un núcleo de mujeres feministas que comprenden que el tema de la discriminación y la opresión de ellas, está directamente ligado con un sistema patriarcal y capitalista salvaje, y pueden mirar que la antidemocracia, el abuso y la corrupción son asuntos ligados directamente a cómo se conforma el poder en México, los poderes fácticos, la ingobernabilidad y el desprecio a la vida misma.

Este esfuerzo que ha quedado en convocar a todas las mujeres a crear un mecanismo de articulación para emprender acciones de lucha, un esfuerzo éticamente respetable y promisorio. El llamado a mujeres de izquierda se inició como un proceso difí­cil y lleno de obstáculos, no sólo por fuerzas polí­ticas que no entienden que urge organizar a la socie- dad realmente, más allá de los dolores y las lágrimas, de la indignación instantánea o sin rumbo, sino que directamente, se sabe, hubo una indiferencia en cadena dentro de los aparatos partidarios y de las voces autorizadas de mujeres que simplemente no acudieron a la convocatoria.

Eso no quiere decir que no haya sido un éxito el encuentro de Mu- jeres de Izquierda ante la Emergencia Nacional, por supuesto que no. Cerca de mil mujeres acudieron, hablaron de la importancia de sumar- se unas con otras, se conmovieron con los relatos de aquello que nos preocupa: del secuestro, la falta de opciones para las personas jóvenes y en colectivo ratificaron que en efecto se viola la Constitución, hay desgobierno y un militarismo depredador e inaceptable. La dificultad está en unirse y armar una cadena movilizada, viendo el conjunto, el significado de la situación, todo el contexto y no agendas (como se dice ahora), limitadas a cosas concretas. Esto se llama fragmentación, que por lo demás es auspiciada cotidianamente por el sistema. Más vale dis- persas y desunidas, que juntas y fuertes, parece que lo escucho, aunque en realidad no esté así­ planeado.

Se ha dado, con todo, un primer paso. Al menos las participantes de 28 entidades del paí­s, cientos de ellas luchadoras o lí­deres, dirigentes en sus comunidades, organizaciones, asociaciones o partidos polí­ticos, como no sucede nunca, se sentaron a examinar la situación del paí­s.

Hicieron el diagnóstico que conocemos, pero pudo nombrarse por cada una de ellas. El nacimiento de esta fuerza, podrí­a tener mucho sen- tido, si a la indignación que provoca encarnar las desgracias, escuchar a las ví­ctimas y dirimir y debatir, lograra taladrar el alma y la cabeza para hacerse cargo, tener conciencia de que trabajar por el cambio, contra el militarismo, disponerse a documentar los hechos y crear, al lado de acciones precisas, una gran comisión de la verdad, que pudiera servir de sustento a una demanda que por aclamación surgió ahí­, pero eliminada de la declaración polí­tica. La demanda de hacer un juicio polí­tico a Felipe Calderón, respon- sable de dirigir una polí­tica, no digamos errática sino francamente criminal. Llamar a unirse, parece todaví­a muy elemental. Fue difí­cil conseguir un plan de acción. Pero como me dirí­a una amiga polí­tica,

«eso lleva tiempo». Lo interesante es la definición. Mujeres de Izquierda que finalmente, 40 aí±os después, parece que poco a poco eliminan en esa concepción, el prejuicio contra el feminismo, aunque en el encuen- tro no hubo una clara postura de cómo el feminismo es una propuesta de transformación polí­tica profunda, que reivindica la liberación de las mujeres y la decidida acción contra la discriminación real y precisa de las mujeres en el mundo. A cambio, generalidades que esconden ese temor femenino creado en la conciencia de las mujeres, de que son, viven y actúan para las y los otros, sin mirarse a ellas mismas. Por eso la demanda de la aparición inmediata y con vida de todos y todas las per- sonas desaparecidas; justicia para las ví­ctimas y personas ofendidas por asesinatos como secuestros y masacres, a causa de la guerra sin sentido de Calderón; justicia para las mujeres ví­ctimas de violencia feminicida, reabriendo los casos, un recurso todaví­a en el terreno legaloide, dejando a salvo lo profundo, el crimen y sus orí­genes.

Luego, como en el 68, libertad inmediata a todas las personas presas por motivos polí­ticos, con el aí±adido de las ví­ctimas apresadas por abortar. Esto que es sustantivo y caracteriza al sistema patriarcal. Cuántas veces y cuántas personas y movimientos piden esto: seguridad para las y los defensores de derechos humanos y periodistas libertarios, sin imprimir esa diferencia que hace a las mujeres vivir al sistema repre- sor de otra manera, el uso de la violación sexual para controlar y torturar por ser mujeres, para dar el mensaje de mejor no se muevan.

De cara a la urgencia de transformar y/o enfrentar al sistema, se pide tí­midamente, como desde la tribuna o el pódium de un parlamento la democratización del poder judicial y rendición de cuentas, lo que ya pide hace 20 aí±os el sistema de gobiernos que se llama ONU y es sospecho- sa la insistencia de Calderón para desprestigiar y acabar con el poder judicial, tras desmantelar al legislativo. Quizá no es el momento. Para

mi es cada dí­a más claro que denostar a los poderes de la unión, como forma conocida de democracia liberal, nos podrí­a llevar a la dictadura. Ahora ayudamos a sustentar esta postura. Algo peligroso y temerario.

La explicación de la explotación humana, la lucha contra ello no pude circunscribirse a la coyuntura de la Reforma Laboral, puesta en marcha hace 25 aí±os, que crece no sin resistencia, pero que se ha im- puesto. En este paí­s ningún patrón, dentro y fuera del gobierno, respeta la jornada laboral de 8 horas, por ejemplo, y el dato de que hasta el 60 por ciento de las trabajadoras no tiene seguridad social, tendrí­a que hacernos pensar en qué plantear.

La mejor demanda es la que exige el regreso del ejército a los cuarte- les y freno a la paramilitarización, hubiera agregado, porque ello significa el más terrible y grave uso del cuerpo femenino para dirimir los conflictos de los apoderados del sistema. Los cuerpos de las mujeres donde se finca la situación actual, como botí­n de guerra y agravio a la dignidad, no apa- recieron. Lo importante es que se seguirá discutiendo, mientras las cosas están igual. Se necesita una movilización millonaria y en cadena, para denunciar al mundo que la violencia contra las mujeres es parte sustanti- va y fundamental de la crisis salvaje del capitalismo.

Se introdujo algo que no discutieron las mujeres, como la no apro- bación del perí­odo extraordinario de sesiones para la discusión de la Ley de Seguridad Nacional y demás reformas estructurales. Tampoco se discutió la agenda de las mujeres, esa que sustentan los órganos internacionales, temática, segmentada, que opera con regularidad para tender cortinas de humo sobre lo principal.

No obstante, es un esfuerzo que veremos si consigue encadenarse a la indignación y el dolor que hoy viven, sienten y tratan de entender millones de mexicanas violadas, mutiladas, despedidas, encarceladas, silenciadas y discriminadas por el sistema, ese global, que tiene nombre y que habrí­a que debatir para responder como fuerza polí­tica organiza- da, sin concesiones ni atajos. No hubo juicio a los partidos polí­ticos ni a quienes los dirigen y que han renunciado a sus responsabilidades. El esfuerzo hay que saludarlo. Pero ojalá que no quede sólo en eso y en la clarí­sima capacidad de convocatoria que consiguió este primer intento.

Graciela Machuca

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