PARTE III

A la postre nada se esclareció, ni nada pudo concretarse y la acusa- ción quedó en el aire. Mas para el fiscal y los jueces, de todas mane- ras, Ay no era sino un hombre perfido, de pésimos antecedentes y del cuál habrí­a que librarse a toda costa. Ay se defendió, pero sus palabras no fueron creidas.

El tribunal se mostró inconmovible y lleno de indignación ante el espí­ritu criminal del inculpado. Concluyeron los trámites, se cerró el proceso y se pronunciaron las setencias. Ay y los hermanos Puc fueron condenandos a muerte. La gente lo tuvo como monstruo de maldad, producto del odio que su raza sentí­a por los blancos. Poca horas antes de morir ,Ay, pidió hablar con su hijo . El muchacho fue traido y cuando entró en la celda su padre se demudó y deshecho en lagrimas, lo besó y le pidió que se arrodillara, pués iba a decirle pala- bras de gravedad. El muchacho obedeció Ay, puso sus manos sobre su cabeza y le dijo: hijo mio, voy a morir por haber tramado una rebelión contra los blancos que son nuestros amos. No sigas mi ejemplo que es consecuencia del error en que caí­, mal aconsejado por otros.

Muerto yo, tu madre y tus hermanos se verán desamparados. En tus manos quedan: se tu el sostén de ellos y no los abondones nunca. Prometeme que así­ lo haras y entonces moriré tranquilo. Luego quitándose la camisa que llevaba y poniéndose otra que tení­a aí±adió: toma esta camisa en momoria de tu padre, conserva también mi sombrero y mis alpargatas. Este paí±uelo que te doy llévaselo a tu ma- dre y dile que maí±ana no venga a la ciudad. Padre e hijo se abrazaron en silencio. El nií±o al retirarse se echo a llorar…. Asi llegó la hora del fusilamiento.

Manuel Antonio Ay fue sacado de la cárcel y conducido a la plaza de Santa Ana de la ciudad de Valladolid. El reo caminó sereno y se paró en el sitio que le indicaron y no permitió que le vendaran los ojos. Una descarga lo abatió, se le doblaron las piernas y cayó de bruces. Poca horas después fueron fusilados los hermanos Puc, fueron tres: Rudecindo, Felipe y Santiago. El cadáver de Manuel Antonio Ay, fue conducido en una carreta al pueblo de Chichimila, con el objeto de exhibirlo. Una vez en el pueblo colocaron el cadáver sobre unas tablas y delante de él desfilaron los indios de la región. Algunos le tocaban la frente y se llevaban los dedos a los labios en seí±al de respeto. Vinieron luego otros muchos indios de los pueblos vecinos y empezaron a gritar con tanta furia, que los blancos se alarmaron y pidieron protección para trasladarse a Valladolid. Como esta amenaza duro toda la noche, al dí­a siguiente se contrataron coches, carretas, bolanes y se organizó una caravana que escoltada por la misma tropa que habí­a traido el cadáver, abandonó Chichimila y tomo el camino hacia Valladolid.

La llegada de la caravana agravó la inquietud que ya prevalecí­a entre los vecinos de la ciudad. Hasta aquí­ este relato sobre la apre- hensión y fusilamiento de Manuel Antonio Ay, Su muerte prendió la chispa, que posteriormente se volvió un fuego arrasador. De la guerra social de los mayas llamada guerra de castas que casi todos conocen. Manuel Antonio Ay fue muy amigo de Cecilio Chi, Bonifacio Novelo, Jacinto Pat…No olvidemos nuestra raices. (FIN)

Graciela Machuca

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