El aporte del feminismo a los cambios en América Latina

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Acaba de ser publicado por Grupos de Trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) el texto Feminismo y cambio social en América Latina y el Caribe. Coordinado por Alba Carosio, cuenta con ensayos de Magdalena Valdivieso, Alicia Girón, Norma Vasallo Barrueta, Montserrat Sagot, Alba Carosio, Marí­a Luisa González Marí­n, Patricia Rodrí­guez López, Alejandra Arroyo, Silvia Berger, Raquel Irene Drovetta, Marí­a Chaves y Eugenia Correa. A continuación reproducimos la primera parte de la Presentación de Alba Carosio.

COMUNICAR IGUALDAD- Transcurridos ya 10 aí±os del Siglo XXI, las luchas por la igualdad, la libertad y la justicia tienen en América Latina y el Caribe un espacio diverso y vibrante de prácticas, resistencias, luchas, reflexiones y propuestas contrahegemónicas y antineoliberales, con variadas situaciones y coyunturas de transformación radical y construcción de alternativas. De maneras y en etapas diferentes, los paí­ses en la región están mirando hacia sus condiciones históricas, sus capacidades y la viabilidad de construcción de sociedades más justas, objetivos en los que la integración tiene un papel fundamental. Sin embargo, también en la región, hay importantes y fundamentales regresiones en curso y renovados peligros.

En este contexto de luchas por transformaciones regionales, y también globales, estamos frente a la gestación de nuevos marcos de sentido, se han abierto una diversidad de espacios transformadores y múltiples voces de sujetas y sujetos emergentes dialogan y alimentan las nuevas o renovadas formas de interrogar la realidad, de aportar saberes y opciones, de mostrar lo antes invisible, y de construir una igualdad más profunda y abarcante. Entre ellos el feminismo como teorí­a, praxis y proyecto ético polí­tico que reivindica la diferencia y la igualdad de la mitad de la humanidad, ha venido pensando desde una periferia cotidiana, común y naturalizada, y ha venido aportando análisis desveladores de la invisible discriminación y opresión sexual, junto con potencia subversiva, utopí­as radicales y propuestas emancipatorias.

Hay una vitalidad feminista renovada que no deja de protagonizar luchas por la profundización de la igualdad y la emancipación. En el contexto del pensamiento antihegemónico, el pensamiento feminista ha producido una teorí­a crí­tica que demuestra que los rostros de la dominación son múltiples, y por lo tanto deben ser diversas las formas y los agentes de resistencia a ellos. Sacar a la luz la experiencia de las mujeres, sus aportes y su estar en el mundo, es por sí­ mismo un proceso constructor y ampliador de la emancipación. La histórica discriminación-opresión-explotación de las mujeres como conjunto subalterno, cruza de manera percibida como natural todas las formas de dominación. Por este motivo, la opresión de género es naturalizada incluso dentro de movimientos y pensamientos emancipatorios. Mientras que los discursos de legitimación de la desigualdad de clase o de raza suelen ser rápidamente detectados y neutralizados por la crí­tica, los discursos de legitimación de la desigualdad entre los sexos pasan todaví­a, por lo común, desapercibidos y continúan, por lo tanto, activos.

Nuestra América es territorio de expresión de feminismos antihegemónicos —como muestra Francesca Gargallo— y anticoloniales, a partir de las vivencias de femineidades en resistencia, las que siempre acompaí±aron las luchas por la liberación latinoamericana y los movimientos polí­ticosSin embargo, las necesidades y propuestas feministas son poco comprendidas y frecuentemente postergadas, y aún hoy impugnadas por relatos utópicos que dejan intacto el patriarcado, y se niegan a comprender su articulación vital con el capitalismo, el racismo y el imperialismo. El feminismo es un pensamiento crí­tico, contrahegemónico y contracultural, que se plantea desmontar la opresión y explotación patriarcal, fundada en el contrato sexual que da base al contrato social.

La sociedad organizada a partir del contrato social se articula en dos esferas, pero sólo la esfera pública —a diferencia de la esfera doméstica— es designada como históricamente relevante. En el sustrato social sumergido e invisibilizado, el contrato sexual define las relaciones entre mujeres y hombres, legitima la diferencia como desigualdad con el ejercicio cotidiano de derechos y deberes, establece la pertenencia de las mujeres al espacio doméstico jerárquicamente subordinado, despreciándolo e instaurando plusvalí­a sexual, es decir, el patriarcado. A partir del desvelamiento de la construcción social de las identidades sexuadas, el feminismo elabora una teorí­a de las relaciones de poder entre los sexos y con una voluntad ética y polí­tica de denuncia de las deformaciones conceptuales de un discurso hegemónico basado en la exclusión e inferiorización de la mitad de la especie humana. Pero también, y cada vez más, el feminismo contemporáneo, profundiza la reflexión desde lo concreto, y desde la especí­fica subordinación de mujeres latinoamericanas —pobres, negras, indí­genas—, como categorí­a polí­tica que articula memorias historias y siglos de subordinación y también de luchas y propuestas, reconociendo que las mujeres no son un grupo homogéneo, por el contrario, emergen testimonios y movimientos de mujeres que parten de la pertenencia étnica, de la pertenencia de clase, geográfica, etc., y que implican el reconocimiento de la complejidad del sujeto colectivo feminista que aporta visiones nuevas y contrarias al simple marco liberal de derechos.

La gran transformación neoliberal, acaecida durante más de treinta aí±os, impulsó una transición vertiginosa donde las mujeres pasaron rápidamente al mercado laboral y a la vida pública como estrategia para la supervivencia económica. La incorporación femenina en todas las tareas cobró fuerza en las últimas décadas, en América Latina y el Caribe obligada por el aumento de la pobreza y las consiguientes fracturaciones familiares. En América Latina, un tercio de los hogares tiene jefatura femenina, y durante la década de los noventa en algunos paí­ses estos hogares aumentaron hasta un 50%. El í­ndice de feminidad en la pobreza ha aumentado de 107 a 119 mujeres por cada 100 hombres en hogares pobres, entre 1990 y 2006 (Fuente: CEPAL,
2009). En términos de pobreza, a la década perdida de los ochenta le siguieron unos difí­ciles noventa y un nuevo siglo con logros. En el proceso de la crisis las desigualdades entre hombres y mujeres, agudizadas por el modelo neoliberal, afloraron con mayor intensidad. Antes de este momento de agudización, el feminismo como pensamiento ético, polí­tico, social y económico habí­a venido haciendo importantes contribuciones a la crí­tica de este modelo. Especialmente explicando las consecuencias de la elevada concentración e inequidad presente en éste, además ha venido debatiendo y proponiendo ideas para la construcción de alternativas para otro mundo posible.

En el actual momento de América Latina, no solamente hay crí­ticas y luchas, hay también un cambio histórico en curso. Como sucede en épocas de cambios paradigmáticos, generalmente la práctica se adelanta a la teorí­a. Hay nuevas dinámicas de participación polí­tica que las mujeres están impulsando desde ellas mismas, junto con otros/as sujetos de acción transformadora, en confluencia y en disputa por alimentar una perspectiva de emancipación. Los feminismos latinoamericanos han venido actuando con una peculiar combinación de lucha polí­tica, movilización callejera, subversiones culturales, negociación y presión hacia los poderes oficiales, diálogos interculturales, junto con una reflexión permanente sobre los avances y las contradicciones de sus prácticas. Las profundas transformaciones sociales y polí­ticas en América Latina han ido de la mano del pensamiento feminista que se han forjado a través de las luchas sociales y de las grandes desigualdades entre hombres y mujeres.

Si la igualdad comienza a ser un horizonte posible en América Latina y el Caribe es porque cuenta con la presencia de sujetos colectivos con capacidad de resistencia y autonomí­a para definir sus prioridades y proyectos emancipatorios. Las voces de todas las mujeres, indí­genas, negras, blancas, rurales, urbanas, trabajadoras domésticas, discapacitadas, jóvenes, viejas, migrantes, lesbianas, transexuales son imprescindibles para repensar y demandar la igualdad, la justicia social y la democracia. El feminismo en América Latina y el Caribe se piensa y repiensa a sí­ mismo junto con la necesidad de construir una práctica polí­tica que tenga en cuenta, la imbricación de los sistemas de dominación como el sexismo, racismo, heterosexismo y el capitalismo, en diálogo con prácticas antisistémicas, y en corresponsabilidad por la prefiguración de alternativas más justas. Las opresiones percibidas y nombradas por el feminismo latinoamericano son materia prima para propuestas audaces que enriquecen miradas y subvierten la fragmentación social, la mercantilización, la desintegración de la vida y el patrimonialismo heredado del neoliberalismo que pervive incluso en el interior de las dinámicas y procesos de cambio. Una ética feminista de la convivencia busca superar el modelo procesal y jurí­dico de las relaciones humanas,
porque carece de la solidaridad y de la profundidad necesaria para humanizar la sociedad. Esta lí­nea ética lleva a posiciones polí­ticas
que conducen a transformaciones reales de la cotidianeidad.

Se trata de pensar el feminismo en relación con los cambios en América Latina y el Caribe, a través de la complejidad y entrecruzamiento de las múltiples y diversas dominaciones y propuestas emancipatorias en relación con la coyuntura de la región.La hipótesis es que el feminismo como pensamiento crí­tico, utopí­a ético polí­tica y movimiento social ofrece importantes contribuciones a los procesos de cambio en América Latina y el Caribe y a la generación de propuestas y alternativas emancipadoras.

Graciela Machuca

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