Gustavo Quintana, el ‘Doctor Muerte’ de Colombia

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Agencias
BOGOTA, Colombia.- El doctor Gustavo Quintana sale con un maletí­n negro de una sencilla casa del sur de Bogotá. En su interior lleva varios botes con suero, anestésico, despolarizante cardí­aco, una jeringa y gomas para el brazo. Acaba de poner fin a la vida de su paciente número 234: una mujer de 48 aí±os que sufrí­a un cáncer de estómago irreversible.

El procedimiento aplicado por Quintana es similar al utilizado en un hospital para administrar una anestesia general, pero con fármacos inyectados en cantidades letales.

El médico primero aplica tiopental sódico, un barbitúrico con el que el enfermo pierde el conocimiento. Luego bromuro, que paraliza el diafragma y corta la respiración, y por último actúa el cloruro de potasio que acaba con el latido del corazón en nueve minutos.

Desde abril en Colombia estos nueve minutos son algo distinto. Para el «Doctor Muerte», como muchos le llaman, es «un acto de amor», para la Iglesia un pecado y para los hospitales públicos y privados una obligación legal que sale del terreno de lo secreto, casi ilegal, para ser financiada por el servicio de salud.

De acuerdo con The Associated Press, el gobierno del presidente Juan Manuel Santos aprobó en abril una resolución por la cual los hospitales públicos y privados deberán practicar obligatoriamente laeutanasia a quienes así­ lo pidan.

La nueva ley regula una sentencia de 1997 de la Corte Constitucional según la cual el «derecho a vivir con dignidad», recogido en la Constitución, implica también el «derecho a morir con dignidad».

El viernes, un hombre de 79 aí±os que padecí­a cáncer terminal se convirtió en el primer colombiano al que se le practicó la eutanasia tras el decreto. El caso de Ovidio González alcanzó gran relevancia porque se trata del padre de uno de los caricaturistas más reconocidos del paí­s.

La ley, sin embargo, incluyó un punto polémico que provocó la reacción de varios sectores del paí­s. ¿Qué pasa con los objetores de conciencia? La norma seí±ala que la objeción de conciencia es un derecho personal, no institucional, por lo que la Iglesia amenazó con cerrar las decenas de hospitales que mantiene en el paí­s «si insisten en obligarnos a matar», dijo el obispo católico Juan Vicente Córdoba.

Los hospitales que se nieguen a practicar la eutanasia tendrán que desviar a los enfermos a otros centros.

Colombia ha puesto en marcha una ley inusual en Latinoamérica, que ha provocado alboroto en púlpitos y hospitales.

Sin embargo, también en los hospitales laicos ha surgido el debate. De hecho, la familia de Ovidio González interpuso un recurso de amparo después de que, 15 minutos antes de recibir la inyección, el equipo médico se negara a practicarla. Finalmente el hospital se vio obligado a hacerlo para no enfrentar consecuencias legales.

«La mayorí­a de médicos se niegan a practicar la eutanasia», explica la doctora Gabriela Sarmiento, coordinadora de la unidad de cuidados paliativos de la clí­nica Colsánitas, tras un sondeo informal entre sus colegas.

En esta clí­nica, una de las más importantes de Colombia, han tenido que contactar con expertos como Gustavo Quintana para que sea él quien la practique si alguna de las cinco peticiones que tiene sobre la mesa insiste en seguir adelante.

Según la doctora, la eutanasia atenta contra los principios con los que se forma un médico de prolongar la vida a toda costa, por lo que «los doctores que están desviando los enfermos a cuidados paliativos, que es la posibilidad de evitar el dolor del paciente hasta que la muerte llega de forma natural sin provocarla artificialmente». Esta es también una «muerte digna» que no se ha explicado bien a los pacientes, explica Sarmiento.

Hasta el momento, en los dos meses de aplicación de la norma, cinco pacientes han pedido la eutanasia en los dos hospitales que coordina la doctora Sarmiento en Bogotá. «De ellos dos fallecieron antes de su aplicación, dos desistieron y uno solo la ha exigido formalmente», detalla.

«Según mi experiencia, la gente cuando le dan la opción de vivir sin sufrimiento ni dolor hasta que la vida dure o morirte ya, la mayorí­a pide el camino de los cuidados paliativos», explica Sarmiento.

Sin embargo para asociaciones como la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente, la nueva norma es una victoria que por fin regula una práctica que ya se vení­a practicando de forma secreta. «Hasta ahora habí­a ambigí¼edad en la ley y eso provocaba mucho miedo entre los médicos. En la intimidad, muchos de ellos aceptan que ayudaban a morir a pacientes, pero públicamente nadie lo reconocerá jamás por miedo a ser procesados», explica su presidenta, Carmenza Ochoa.

La Fundación cuenta con 17 mil afiliados que autorizaron a sus familiares a que, en caso de enfermedad terminal, «no se utilicen medicamentos ni medios para prolongar de forma artificial la vida ni se utilicen medidas extremas como la resucitación cardiopulmonar», seí±ala el documento.

Colombia ha puesto en marcha una ley inusual en Latinoamérica, que ha provocado alboroto en púlpitos y hospitales. Una regulación comparable a nivel mundial con Holanda, Bélgica o los cinco estados de Estados Unidos (Oregón, Montana, Washington, Belmont y Nuevo México) donde está legislada su aplicación.

Los hospitales que se nieguen a practicar la eutanasia tendrán que desviar a los enfermos a otros centros

La norma sacó también a la luz una práctica que, en otros casos, se reducí­a a un tierno acto de despedida celebrado en la intimidad del hogar. Unas veces vestidos con sus mejores ropas, otros rodeados de música o sus seres queridos, el paciente se despedí­a casi en la clandestinidad en nueve minutos.

Diego Castro, era un hombre alto, guapo, inquieto de 44 aí±os, dueí±o de uno bar de copas de Bogotá. En 2009 le detectaron un tumor cerebral. Después de tres operaciones no consiguieron extirpar el cáncer, quedó hemipléjico y los dolores se hicieron tan intensos que intentó suicidarse lanzándose desde un edificio.

Habí­an pasado tres aí±os de padecimientos desde que le detectaron el cáncer hasta que dijo «me quiero ir. Ya no quiero estar aquí­», recuerda su hermana, Juanita Castro.

Diego reunió entonces a su familia y sus mejores amigos para contarles que se iba y reaccionaron pidiéndole que no lo hiciera. «Incluso empezaron a proponerle planes y hasta le hizo dudar a mi hermano, que pospuso su muerte en dos ocasiones» explica emocionada Juanita.

«Finalmente decidió que no merecí­a la pena seguir viviendo con los dolores y nos despedimos de él en casa durante un acto muy duro pero hermoso que no duró más de 15 minutos», recuerda.

Tres aí±os después «no hay remordimiento» dice Juanita «siento la tranquilidad de haber cumplido su voluntad y haber respetado una decisión que tomó en vida. Cuando negamos a aplicar la eutanasia a nuestros seres queridos estamos pensando más en nosotros que en la persona que amamos. Es una decisión egoí­sta por no que no queremos que se vaya» recuerda entre lágrimas al hablar de su hermano.

Mientras tanto, el doctor Quintana practica desde hace décadas eutanasias dentro y fuera de Colombia. Casi todas las semanas recibe una llamada mientras que en los hospitales las eutanasias son mí­nimas.

Pero mientras sus colegas se esconden, él es de los pocos que habla abiertamente de las más de 200 eutanasias practicadas. Con todos ellos repite siempre la misma fórmula. «Descansa, vas a tener un sueí±o final, un sueí±o reparador» les dice antes de ver cómo cierran los ojos y se apagan. Cuando termina la elaboración de este reportaje, un mes después de la primera entrevista, el doctor Quintana suma cinco muertes más.

¿Doctor Muerte? Sí­, pero «digna», responde.

Graciela Machuca

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