Primer caso de comunicación entre humanos y animales salvajes

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Una especie de pájaros se comunica con los miembros de una tribu africana para buscar miel

DANIEL MEDIAVILLA | EL PAíS

”En 1588, Joí£o dos Santos, un misionero portugués en Sofala (el actual Mozambique) veí­a cómo con frecuencia un pequeí±o pájaro se colaba volando a través de las grietas de los muros de su iglesia para picotear la cera de las velas que encontraba dentro. Este tipo de pájaro, escribió, tení­a también la peculiar costumbre de dirigir a hombres hasta colmenas piando y volando de árbol en árbol. Después de que los hombres recogiesen la miel, los pájaros se comí­an la cera que quedaba». Esta intuición, recogida hace casi cinco siglos, la cuentan en un trabajo cientí­fico que se publica hoy en la revista Science Claire Spottiswoodey varios colegas, que acaban de comprobar que era certera.

Esta ave a la que se referí­a el misionero se llama indicador grande (su nombre cientí­fico es Indicator indicator) y el caso de cooperación entre humanos y animales salvajes que se relata es una rareza. Los pájaros aportan su capacidad para encontrar colmenas y los humanos utilizan el humo para espantar a las abejas, una amenaza para los indicadores, que pueden morir por sus picaduras. Tal como cuenta Spottiswoode, investigadora de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), se trata de un caso excepcional de comunicación recí­proca entre nuestra especie y los pájaros.

Los yao, uno de los pueblos de Mozambique que se entienden con los indicadores para conseguir miel, utilizan un sonido especí­fico que suena como una especie de ”brrr-hm» cuando quieren que los pájaros les conduzcan a su objetivo. Esa llamada no se emplea en otros contextos. Los cientí­ficos pusieron a prueba el sonido comprobando si mejoraba las probabilidades de conseguir miel para los humanos frente a otro tipo de llamadas. Según explican en su artí­culo, cuando se emitió el sonido mencionado en expediciones para buscar miel, los indicadores colaboraron en un 66,7% de los casos, muy por encima de lo que sucedió cuando se emitieron sonidos animales, que lograron la cooperación en un 33,3%, o de otras llamadas humanas, con el 25%. Además, el resultado final era mucho mejor cuando la colaboración se lograba con la llamada especí­fica. En un 81,3%, en una búsqueda que duraba alrededor de un cuarto de hora, llegaron a las colmenas, muy por encima de las veces que la comunicación comenzó con los otros sonidos. En total, el sonido de los buscamiel condujo al objetivo final en un 54,2% de los casos, lejos del 16,7% de las otras llamadas.

”Los resultados muestran que un animal salvaje asocia un significado y responde de manera adecuada a una seí±al humana de reclutamiento […], un comportamiento asociado previamente a animales domésticos, como los perros», concluyen los cientí­ficos. ”La principal diferencia con los animales domésticos es que estos guí­as de la miel son animales salvajes que viven en libertad», explica a Materia Spottiswoode. ”Los animales domésticos han visto alterado su material genético por los humanos, que seleccionan los rasgos que les resultan útiles», continúa. ”Es cierto que algunas especies, como los halcones o los cormoranes, cooperan con los humanos sin haber sido modificadas genéticamente, pero sí­ que han sido especí­ficamente entrenadas y forzadas. Los guí­as de la miel, por contra, son animales salvajes que cooperan con los humanos sin ningún control ni intervención por parte de la gente», concluye.

El caso de los indicadores es realmente extraordinario y solo comparable a la relación que comparten algunos delfines con pescadores artesanales. Desde el aí±o 70 después de Cristo, cuando Plinio el Viejo habló de este tipo de colaboración en la Galia Narbonense, en lo que es la costa mediterránea de Francia, se han recogido episodios similares. Sin embargo, la falta de un trabajo cientí­fico que lo compruebe impide asegurar que se trate de un sistema de comunicación especializado como el de aves y humanos en busca de miel.

Spottiswoode plantea que este tipo de comportamiento de las aves es, probablemente, innato, aunque refinado con la práctica. ”Los indicadores, como los cucos, ponen sus huevos en los nidos de otros pájaros para aprovecharse de ellos y que les cuiden a sus crí­as, así­ que los jóvenes no tienen oportunidad de aprender ese comportamiento de sus propios padres», opina la investigadora. Aunque es difí­cil calcular el tiempo necesario para la aparición y el desarrollo de esta sociedad entre humanos y aves, la relación podrí­a remontarse a los primeros grupos humanos capaces de dominar el fuego necesario para espantar a las abejas. Richard Wrangham, antropólogo de la Universidad de Harvard, sugiere que esto pudo suceder ya con los Homo erectus, hace más de un millón de aí±os.

Este entendimiento ancestral entre humanos y animales está desapareciendo en muchas partes de ífrica y se conserva en lugares como la Reserva Nacional de Niassa, en Mozambique, donde la relación entre las personas y la vida salvaje aún es estrecha. Esta reserva, del tamaí±o de Dinamarca, se ve ahora amenazada y con ella uno de los pocos casos en los que los hombres se han beneficiado de trabajar junto a otros seres vivos sin someterlos.

Graciela Machuca

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