Resistencia: la amenazó durante un mes y medio, ayer la apuí±aló en la calle

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Luciana Romero se separó de Hernán G.C.O., con quien tiene una hija, por la violencia permanente que vení­a soportando, que la hací­a temer por su vida y por la de su pequeí±a. í‰l decidió que ella ”estaba destruyendo la familia», y desde ese momento se dedicó a amenazarla y hostigarla de las más variadas formas y en todos los sitios. Una vez la atacó frente al negocio de su padre, Agustí­n Romero, que tiene un comercio sobre la avenida ívalos. Cuando este salió a defenderla, Hernán destruyó todos los vidrios del local.

En otra ocasión, llamó decenas de veces bajo diversos nombres en el mismo dí­a al call center Allus, donde Luciana trabaja, para amenazarla con secuestrar a la hija de ambos y matar a sus familiares que la estaban cuidando. La reiteración de esa conducta llevó a las autoridades de la empresa a inhabilitar el puesto de trabajo de Luciana, a realizar denuncias policiales y a informar de la conducta del individuo a Radio Taxi. Luciana hizo decenas de denuncias en comisarí­a, detalló hasta el cansancio todas y cada una de las palabras, los gestos y los golpes recibidos del padre de su hija, pero nada serví­a para detener la agresión.

Sólo cuando acudieron a un abogado, el doctor Pablo Vianello, que realizó una presentación ante la Unidad de Atención a la Ví­ctima y el Ciudadano, dependiente del Poder Judicial, lograron que una fiscalí­a, la número 9, a cargo de Daniela Meirií±o, tomara una de las denuncias. Las otras habí­an sido cajoneadas por otras fiscalí­as, o directamente no habí­an sido sorteadas. La fiscal emitió una orden de restricción y ordenó que se entregara a Luciana un botón antipánico. También les informó que Hernán G.C.O. habí­a sido declarado ”prófugo» en otra causa, porque habiendo sido citado a declarar, no habí­a concurrido.

Entonces, tal como lo habí­a hecho varias veces antes, Luciana informó a las autoridades del lugar de trabajo de Hernán, de sus horarios, de las paradas que frecuentaba, del número de disco y chapa patente de su taxi. Sin embargo, nunca un agente policial importunó al taxista, que siguió circulando a sus anchas por toda la ciudad, incluido el barrio y el domicilio de su ví­ctima y sus familiares, a los que dirigí­a gestos intimidantes cada vez que los cruzaba.

Choque y puí±aladas

Ayer a la 18 Luciana terminó su jornada laboral en el call center Allus. Como todos los dí­as desde que era amenazada por su expareja, Agustí­n Romero fue a buscarla con su auto, un Ford Focus. Frente al hospital Perrando, Hernán, que estaba en esa parada, los vio. Inmediatamente comenzó a seguirlos, y cuando transitaban a la altura del refugio Teresa de Calculta, a una cuadra de Vélez Sarsfield, los chocó por detrás, en forma tan violenta que el Focus impactó contra un vehí­culo que iba delante.

Cuando ambos se detuvieron, el taxista habí­a hecho marcha atrás para chocar nuevamente al auto donde iba Luciana. Actos seguido, bajó y corrió hacia la puerta del acompaí±ante, que la chica habí­a abierto para intentar escapar. Pero no pudo: recibió una estocada en el cráneo, otra en la mandí­bula, y hubieran sido muchas más. Pero en ese momento Agustí­n Romero, que se habí­a bajado con una llave cruz en la mano y llegaba por detrás del agresor, comenzó a golpearlo y tironearlo.

El atacante se trabó en lucha con él, lo arrojó al piso y se levantó para seguir apuí±alando a Luciana, lo que logró hacer varias veces más. Los médicos luego constataron 14 heridas de distinta profundidad. Romero, también herido en el cráneo, se recuperó y volvió a intentar detenerlo, en lo que luego colaboraron algunos transeúntes que vieron el brutal asalto. Finalmente entre varias personas lograron inmovilizar al matón y aprovechando la cercaní­a del hospital trajeron rápidamente la asistencia. Por último llegó la policí­a y se llevó a Hernán para alojarlo en la comisarí­a 1ra.

”Falla el sistema»

Agustí­n Romero es de baja estatura y usa anteojos. Durante todo este tiempo de brutales amenazas y agresiones fue la única protección y custodia de su hija. Le dio refugio en su casa, porque razonablemente Luciana tení­a miedo de vivir sola. La llevaba y la traí­a del trabajo, llevaba y traí­a a su nieta de la escuela, la acompaí±aba en las numerosas denuncias policiales y en las presentaciones judiciales que debí­a hacer, todo sin descuidar sus responsabilidades en el comercio de la ívalos. Pero ayer no alcanzaron su dedicación ni su sacrificio. ”Hicimos miles de denuncias. Ahora viene el fiscal (Héctor Valdivia, de la fiscalí­a 11 N. de la R.) y me dice que van a ir con todo, pero no puede ser que sólo reaccionen cuando hay sangre y corre riesgo la vida de mi hija», se lamenta.

”Esa es una falla del sistema. Antes, nunca fueron a buscarlo. Les dijimos quién era, dónde trabajaba, hasta la chapa del taxi, jamás fueron ni a hablar con él. El 21 de junio intentó hacer lo mismo que hizo hoy, pero desistió porque justo pasaba un patrullero y pedimos auxilio. Se necesita celeridad, porque a las chicas las matan, eso lo vemos en los diarios y en la tele todos los dí­as, las matan, no puede ser que actúen sólo cuando la tragedia sucede». Suelen llamarle ”ausencia del Estado», aunque la reiteración de hechos y de inacciones son calcadas unas de otras y casi siempre con final desventurado. Eso lleva a pensar en otros calificativos para instituciones como la Justicia, la Policí­a y el mismo Ejecutivo, que tienen presupuestos y recursos que deberí­an estar destinados a garantizar el cumplimiento de la ley y la protección de los ciudadanos. Pero llamativamente no ocurre así­, ni siquiera cuando los hechos desventurados se vienen anunciando desde hace tiempo. Y recuerda una de las frases que no en vano se reiteraba durante las marchas #NiUnaMenos: ”El Estado es responsable».

Con información de diarionorte.com

Graciela Machuca

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