Un hombre armado asesina al menos a 26 personas en una iglesia de Texas

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Devin Kelley abrió fuego en una misa en Sutherland Springs. Las ví­ctimas tení­an entre 5 y 72 aí±os

La pesadilla recurrente del tirador solitario ha vuelto a sumir este domingo a Estados Unidos en el horror. Un hombre armado entró a mediodí­a en una iglesia baptista de Sutherland Springs, una pequeí±a localidad rural de Texas, de menos de 400 habitantes, a una hora en coche de la ciudad de San Antonio, y abrió fuego contra los feligreses. Mató a 26 personas e hirió a una veintena, según el gobernador del Estado, Greg Abbott. Los fallecidos tení­an entre cinco y 72 aí±os.

El neón blanco y azul del templo sigue iluminado horas después de la matanza, mientras tras el cordón policial Albino Carvajal, de 37 aí±os, uno de los dos únicos curiosos llegados a la zona, medita: ”Si alguien de los que estaba en misa hubiera llevado un arma habrí­a impedido que el asesino siguiera matando…». A su lado, Yosie Martí­nez, de 47, le replica; ”Albino, ¿pero quién va a ir con una pistola a misa?».

Cuando el asesino, identificado como Devin P. Kelley, salí­a de la iglesia, un vecino de la localidad le persiguió y disparó con su rifle. Tras una breve persecución, el tirador, un militar expulsado del Ejérciton por maltratar a su mujer e hijo, logró escapar en coche y fue hallado muerto en el vehí­culo en una carretera cercana. El sherif Joe Tackitt ha precisado que se disparó él mismo.  «Sabemos que sus ex suegros, o suegros, acudí­an de vez en cuando a la iglesia [atacada]. El domingo no estaban», ha explicado después el sherif en una entrevista con CNN.

La de Sutherland Springs es la quinta masacre con armas de fuego con más muertos en la historia de Estados Unidos y pone una vez más sobre el tapete el debate nacional en torno a la regulación del acceso de civiles a armas de fuego.

La tragedia ocurrió en plena misa. Kelley, vestido de negro y armado con un rifle semiautomático Ruger AR, irrumpió de improviso en la Primera Iglesia Baptista de Sutherland Springs (condado de Wilson) y disparó indiscriminadamente con una potente arma de fuego contra los asistentes, según testigos. Los vecinos oyeron al menos 20 disparos. Dos de los muertos fueron encontrados fuera de la parroquia; 23 dentro. La ví­ctima mortal restante murió en un hospital. En la eucaristí­a participaban unas 50 personas.

El templo es una construcción sencilla, de planta rectangular, donde cabe medio centenar de personas. Sutherland Springs es el tí­pico pueblo rural de Texas, de casas dispersas. Puro campo, un territorio que llevaba décadas sin sobresaltos que en diez minutos vivió una pesadilla. Las cinco casitas que hay frente a la iglesia se han quedado vací­as porque sus moradores se fueron tras la masacre, cuenta un policí­a que custodia el cordón de seguridad, que cierra un perí­metro a unos 30 metros de distancia de la Primera Iglesia Baptista.

En ese cordón conversan Albino Carvajal y Yosie Martí­nez, las dos personas en este momento rinden tributo a las ví­ctimas. El resto son policí­as y periodistas. Miran el luminoso blanco y azul que aún llama a participar en la fiesta del 31 de octubre, la misma noche de la Halloween, el último evento que organizó la iglesia. Solo hay un ramo de flores. «Hemos venido a mostrar nuestro respeto a las ví­ctimas», cuenta Carvajal antes de debatir con su amigo qué hubiera pasado si uno de los feligreses hubiera estado armado.

La iglesia atacada acostumbra a grabar en ví­deo sus misas, por lo que investigadores del Estado de Texas afirmaron a medios estadounidenses que en el registro de la ceremonia encontrarán a buen seguro los detalles concretos del tiroteo. «Nunca te esperas que pase algo así­. Mi corazón está roto», dijo a la prensa el concejal Albert Gómez. El editor de un periódico local describió la parroquia como una congregación local como cualquier otra de las zonas rurales de Texas. «Simplemente una pequeí±a iglesia de pueblo americano donde la gente acude para reunirse y celebrar».

Tras el tiroteo, numerosos vecinos y familiares de las ví­ctimas se acercaron hasta esta iglesia para obtener información sobre lo ocurrido. Mientras, la policí­a local y estatal trataba de impedirlo y pedí­a que regresasen a sus casas hasta que la situación estuviese completamente bajo control.

Carrie Matula, una testigo, explicó al canal NBC que los disparos procedí­an de un arma semiautomática. ”Yo me encontraba a 50 metros de la iglesia», afirmó. A la zona se desplazaron los servicios de emergencia, incluyendo helicópteros para llevar a los heridos a distintos hospitales. Además de las autoridades locales, el FBI se trasladó a la localidad para colaborar en la investigación.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que se encuentra de visita oficial en Japón, ha calificado de «espeluznante» el tiroteo y ha enviado su apoyo a las ví­ctimas. «Los estadounidenses harán lo que mejor saben hacer: nos uniremos y a través de las lágrimas y la tristeza permaneceremos fuertes», ha asegurado en un encuentro con lí­deres empresariales en Tokio. Por su parte, Abbott, el gobernador de Texas, ha ofrecido sus condolencias y ha considerado el ataque como un ”acto del mal». El senador republicano y excandidato presidencial, Ted Cruz, también ha expresado en las redes sociales su solidaridad con las ví­ctimas.

El último ataque de esta envergadura en una iglesia estadounidense ocurrió en Charleston (Carolina del Sur) en junio de 2015. Dylan Roof, un joven blanco, entró en la parroquia y mató a tiros a nueve personas afroamericanas en el que fue considerado uno de los peores crí­menes de odio racial. Roof ha sido condenado a muerte por inyección letal.

La masacre de Sutherland Spring ocurre apenas un mes después del peor ataque con un arma en la historia de Estados Unidos, en Nevada, que resultó en la muerte de 60 personas y más de 500 heridos. Durante un concierto de música country, un hombre de 64 aí±os disparó a ráfagas contra miles de asistentes en una céntrica explanada de Las Vegas. El segundo peor asesinato masivo hasta la fecha ocurrió en Orlando en 2016 con 49 muertos y el tercero en Virginia en 2007 con 32 fallecidos.

 

Graciela Machuca

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