25 de noviembre: Dí­a Internacional de Acción contra la Violencia hacia las Mujeres

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Morir Mil Veces

Por Enriqueta Burelo
La muerte de una hija es un dolor inconmensurable, evidencia la ruptura del mundo y de su orden lógico y natural. No sólo es tremendo el dolor, sino la desorientación, la confusión y la pérdida del suelo que hasta ahora nos sustentaba. Una hija no puede morir y es esta paradoja altamente punzante y estresante la que sirve como punto de partida para un proceso de duelo que puede ser complicado. Es común sentir ira, rabia, frustración, pesimismo, tristeza y culpa, y si a ello se agrega que la hija fue ví­ctima de un feminicidio o de la dictadura como sucedió en Argentina y que dio pie a la creación del grupo Abuelas de la Plaza de Mayo, el dolor y la rabia en la búsqueda de justicia hace que las madres se sobrepongan al duelo como lo han hecho Marisela Escobedo, Irinea Buendí­a, Soledad Jarquí­n Edgar o Myrta Luz Pérez Robledo.
La primera muerte de Marisela Escobedo fue cuando le asesinaron a su hija, que solo tení­a 16 aí±os. La segunda, cuando la justicia mexicana decidió absolver al asesino. La tercera, cuando en diciembre de 2010 le dio un balazo en la cabeza que terminó con su vida. En 2008, esta mexicana tuvo que pasar de ser una madre que lloraba la muerte de su hija, Rubí­ Marisol Frayre, a convertirse en una activista de derechos humanos que buscaba justicia ante la inacción de las autoridades para esclarecer el caso. Nunca llegó a ver al asesino de su hija entre rejas.

Al cumplirse una década del crimen de Mariana Buendí­a Luna, primer feminicidio del paí­s que atrajo la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Irinea Buendí­a, madre de la ví­ctima, denunció que aún no se ha hecho justicia porque el presunto homicida, el esposo de su hija, no ha sido sentenciado. Irinea Buendí­a, quien lleva 10 aí±os de lucha para conseguir que se castigue al asesino de Mariana y para denunciar las irregularidades que cometen los encargados de procurar la justicia en México.

A través de la poesí­a, dos madres que sufren ausencia de su hija, encuentran una forma de protestar ante la indignación y el dolor, le expresan a una hija muerte como la extraí±an, esa parte de su corazón, de su vientre, que partió y que ya no estará con ellas:

Soledad Jarquí­n Gálvez, periodista feminista a su hija Marí­a Soledad Cruz Jarquí­n, asesinada en el 2 de junio de 2018, en Juchitán de Zaragoza:
Te quiero nií±a de ojos vivaces y estarás en mi corazón hasta que volvamos a encontrarnos. No te voy a recordar cómo te encontré hoy, llena de tierra y sangre, no. Te recordaré como mi hija inteligente, indignada y amorosa que fuiste. Así­ te recordaremos tus hermanitas y toda la familia, como el alma de la fiesta que siempre fuiste. Y sí­ mi nií±a, tu crimen no quedará impune.
Mirtha Luz Pérez Robledo (1960), poeta chiapaneca y madre de Nadia Dominique Vera —una de las jóvenes asesinadas el viernes 31 en la colonia Narvarte junto con el periodista Rubén Espinosa—, publicó en marzo de 2011 ”Balada para una nií±a citadina», un poema dedicado a su hija Nadia, quien en ese entonces tení­a 28 aí±os, como una especie de premonición del asesinato de su hija:
No te vayas de mí­ nií±a de azúcar
A deshacerte entre la piel del llanto
No te vayas de mí­ pájara libre
Hacia el páramo frí­o de la ausencia
El feminicidio ha trascendido las fronteras mexicanas porque, con legí­timo derecho, las organizaciones directamente vinculadas al proceso de justicia y al movimiento, han recurrido a organismos internacionales civiles e institucionales.
La teorí­a ahí­ expuesta, ubica los crí­menes contra nií±as y mujeres en el patriarcado y los considera el extremo de la dominación de género contra las mujeres. Algunas lo llaman genocidio otras más lo consideran terrorismo de género.
De acuerdo con la Doctora Marcela Lagarde: para que se dé el feminicidio concurren, de manera criminal, el silencio, la omisión, la negligencia y la colusión parcial o total de autoridades encargadas de prevenir y erradicar estos crí­menes. Su ceguera de género o sus prejuicios sexistas y misóginos sobre las mujeres. Hay condiciones para el feminicidio cuando el Estado (o algunas de sus instituciones) no da las suficientes garantí­as a las nií±as y las mujeres y no crea condiciones de seguridad que garanticen sus vidas en la comunidad, en la casa, ni en los espacios de trabajo de tránsito o de esparcimiento. Más aún, cuando las autoridades no realizan con eficiencia sus funciones. Cuando el estado es parte estructural del problema por su signo patriarcal y por su preservación de dicho orden, el feminicidio es un crimen de Estado.

Graciela Machuca

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