La inolvidable camarada Panchita

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Mérida (28 de diciembre).- (Por Juan José Morales) Al leer en la revista electrónica Tribuna Comunista la noticia de que el pasado 16 de diciembre falleció la camarada Francisca Reyes Castellanos, o ”Panchita», como todos la conocí­amos, me retrotraje a los ya lejanos inicios de mi carrera como periodista profesional en el diario La Voz de México, órgano del Partido Comunista Mexicano, a cuya redacción fui convocado a incorporarme después de ser su corresponsal en Yucatán.

Al llegar a la ciudad de México, y en tanto encontraba alojamiento definitivo, el jefe de redacción del periódico, Gerardo Unzueta Lorenzana, y su esposa Panchita, me dieron albergue en su departamento, donde no sólo tuve una recámara a mi disposición sino también el afecto y la grata compaí±í­a de ambos.

Así­ las cosas, un dí­a comencé a sufrir fuertes dolores gastrointestinales, que —como es habitual en tales casos— atribuí­ a ”algo que comí­ y me cayó mal». Pero Panchita intuyó que aquello era algo más que un desarreglo estomacal y ni tarda ni perezosa llamó a un camarada médico, el Dr. Valdés, que tras auscultarme y ante la posibilidad de que se tratara de apendicitis, ordenó de urgencia un análisis de sangre. El resultado confirmó sus sospechas, y con mayor urgencia todaví­a me envió a un hospital. Ahí­ se encargó de operarme otro camarada, miembro también del partido, el Dr. Carlos Noble, un brillante neumólogo a quien México debe la creación del Hospital de Cirugí­a de Tórax que finalmente se convirtió en el Hospital de Cardiologí­a del Centro Médico Nacional Siglo XXI del IMSS. En este último nosocomio, dicho sea de paso, tuve otro encuentro indirecto con el Dr. Noble, pues ahí­ fue operado del corazón hace ya 14 aí±os… y ciertamente me lo dejaron como nuevo.

Sobra decir que ni el Dr. Valdés ni el Dr. Noble cobraron un centavo por sus servicios, y la cuenta del hospital fue cubierta —con no pocos apuros económicos— por el partido. De modo que puedo decir, y no pocas veces lo comenté en mis recientes encuentros con Gerardo y Panchita, que a ella le debo la vida.

Pero, reminiscencias personales aparte, la muerte de Panchita me duele mucho porque con ella se perdió a una gran luchadora social, una mujer de firmes, sólidas y rectas convicciones, que desde su juventud consagró todas sus energí­as a la defensa de los derechos de los trabajadores. Nacida en una familia pobre de Nueva Rosita, corazón de la región minera de Coahuila y activa sindicalista desde su juventud, se afilió al PCM a los 22 aí±os, cuando trabajaba como secretaria en Altos Hornos de México, y se mantuvo fiel a la ideologí­a y los principios marxistas hasta el último dí­a de su vida, a los 93 aí±os.

Fue también luchadora por los derechos de las mujeres campesinas, al percatarse de que los beneficios de la reforma agraria eran casi exclusivamente para los hombres, pues a ellas se les negaban en la práctica y en la propia ley.

Mención especial merece su actividad en favor de la equidad de género y la defensa de los derechos de la mujer. Fue fundadora de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, que posteriormente —en un homenaje más que merecido— la nombró su presidente honoraria vitalicia. Pero su feminismo no se limitó a luchar por cosas que para muchas mujeres resultan intangibles o secundarias, como el derecho al voto o a la igualdad de oportunidades de empleo, sino que se tradujo en acciones concretas que beneficiaron a miles de mujeres trabajadores. Así­, por ejemplo, logró crear en la zona de La Merced, en la ciudad de México, una guarderí­a para hijos de mujeres comerciantes ambulantes, que de esta manera tuvieron un sitio seguro, limpio e higiénico dónde dejarlos durante las horas de trabajo.

En fin, con la muerte de la inolvidable camarada Panchita se va una mujer que, como bien la calificó la periodista í‰rika Cervantes Pérez en una serie de artí­culos, entró por méritos propios a la categorí­a de hacedoras de la historia.

Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx

Graciela Machuca

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