Frente a manifestaciones de violencia como las de los decapitados, en «términos de gobierno y de respuesta civil, estamos en una situación a punto del cadalso». La frase, que cualquiera podrí­a encontrar alarmista, la profiere al final de la entrevista Sergio González Rodrí­guez, periodista que ya alcanzó reconocimiento con Huesos en el Desierto (Anagrama, 2001), investigación sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez.

Puede sonar alarmista -o «catastrofista», que es el término con que el gobierno ha querido descalificar a sus crí­ticos-, pero el hallazgo de cinco cabezas ayer en Jalisco, de 3 cuerpos decapitados la semana pasada en Tijuana, de dos mujeres sin cabeza en Ciudad de México en febrero -o de más 200 decapitados desde 2006-, hacen que las palabras de González Rodrí­guez, y su nuevo libro, El hombre sin cabeza (Anagrama, marzo 2009), sean más que atendibles.

 

Cuando a principios del presente aí±o terminó de revisar su libro, González Rodrí­guez contabilizó que en 2008 hubo 170 decapitados. Según un recuento periodí­stico de ELPAíS.com, en México en lo que va de 2009, 41 personas han aparecido o sin cabeza o sin cuerpo. ¿Cómo se generalizó esta espeluznante técnica de los delincuentes? ¿Por qué recurren a ella los criminales mexicanos? Y, sobre todo, ¿cómo responde la sociedad a este tétrico panorama? A punto de embarcarse a Espaí±a, donde presentará en Madrid y Barcelona su libro, el periodista habla de los hombres y mujeres sin cabeza.

Pregunta. ¿Qué elementos de la sociedad mexicana actual habrí­an abonado al surgimiento de estas expresiones de violencia, los decapitados?

Respuesta. Fundamentalmente, la crisis institucional. Es decir, la crisis del Estado Mexicano en términos integrales y de los diversos gobiernos, no solamente a nivel federal, sino estatal y municipal. En la medida en que ha habido una degradación institucional, la corrupción del narcotráfico empieza a trasminarse a toda la sociedad, y el contagio va siendo horizontal. Ya no solamente es la verticalidad de las instituciones corroidas por la corrupción, sino sobre todo cómo ésta va extendiéndose horizontalmente: hoy hay comunidades enteras vinculadas al negocio del narcotráfico, antes eran localidades, actualmente vemos muchas zonas del paí­s inmiscuidas en esto. Y también a nivel social, pues México dejó de ser en los últimos aí±os territorio de paso de drogas para convertirse en consumidor de drogas duras.

Pero hay otros factores graves. Por ejempo, uno importante de esta degradación social es que la violencia tiende a ser una moneda, por encima de la polí­tica, de tráfico cotidiano. Es decir, quien tiene mayor capacidad de ejercer una violencia, por encima incluso del sistema polí­tico, es quien va a imponer un dominio territorial.

Por otro lado está el factor cultural, la gente empieza a ver la vulneración institucional como una posibilidad de supervivencia, «conforme más vulnere más fuerte soy y desafí­o a las instituciones, al orden constituido, a la ley», etcétera.

Hay otro factor, que tiene que ver con el modo como socialmente en nuestro paí­s se tiende a entender que todas estas situaciones son algo que fatalmente deben de transcurrir, no hay una oposición civil a ella, es casi una ideologí­a de la fatalidad. Es esto que anteriormente se denominaba el México bárbaro, la irrupción del México bárbaro. Si a eso se le aí±ade el factor del miedo generalizado, y, su contraparte, «¿quieres salvarte del miedo? Conviértete en delincuente, oponte a las instituciones, vende drogas, consume drogas, consigue clientela, etcetera», entonces, la situación es muy grave.

En El hombre sin cabeza, un volumen de 186 páginas escritas con un tono narrativo que mezcla la crónica periodí­stica, el ensayo y los recuerdos del autor, González Rodrí­guez recorre la geografí­a mexicana con un mapa del crimen, pero también desmenuza el sincretismo religioso mexicano, donde conviven aí±ejas creencias de santerí­a y fenómenos tan recientes como el culto a la Santa Muerte, una veneración que crece tanto en número de seguidores -fundamentalmente policí­as y criminales- como en condenas de la religión católica.

P. ¿Por qué estamos atestiguando esta forma de violencia?

R. Los narcotraficantes están buscando crear el mayor efecto de temor en la sociedad, y desde luego en las instituciones. Es un funcionamiento expansivo, que se ha hecho a partir de crear miedo y corrupción, son dos ángulos del mismo problema. El mensaje serí­a: «En el caso de que tú no te corrompas, funcionario, policí­a, o gente que estés en el gobierno, te vamos a atrapar por el lado del miedo, la coacción y las amenazas». Y esto va creciendo expansivamente. Creo que es lo más grave, que se ha divulgado porque no ha tenido un lí­mite, no ha tenido un castigo, porque no ha habido operaciones suficientes para castigar esta impunidad creciente de los narcotraficantes y de muchos otros delincuentes, porque además del narcotráfico tenemos industrias delincuenciales colaterales, anexas, como el lavado del dinero, el secuestro, la extorsión, el robo, el tráfico de indocumentados, de menores, de prostitución, etcetera.

Muchas veces las decapitaciones son realizadas y mostradas para coaccionar a funcionarios, especí­ficamente, y además hay una onda expansiva, va en particular a alguien, pero esto rebota y se expande más ampliamente, afectando incluso a aquellos que no tenemos nada que ver con esto.

P. ¿Para qué escribir un libro como éste?

R. Querí­a dejar clara una postura personal frente a estos hechos. Uno no puede mantenerse como un espectador ajeno a ellos, empieza a ser influido en la medida en que va recuperando la memoria y la presencia de estos fenómenos en lo más inmediato de nuestra vida. Por eso yo querí­a dejar un testimonio personal entrelazado con la crónica-ensayo, para tener un panorama múltiple y atraer a los lectores a una reflexión semejante, siempre a nivel personal».

Anestesia y amnesia

González Rodrí­guez alerta que frente a este fenómeno «uno de los puntos más débiles de la sociedad mexicana es su incapacidad de movilizarse socialmente y a fondo para solucionar problemas de impunidad».

El escritor explica: «En un solo aí±o, 2008, tenemos casi seis mil ví­ctimas, la pregunta es cómo es posible que no tengamos socialmente una respuesta frente a eso. Yo contesto así­: la contraparte de las polí­ticas institucionales es justamente la inmovilización, la parálisis, la indiferencia. Cuando el Estado tiende a excluir a los ciudadanos, cuando tiende a pedirle a los medios que se callen, cuando te dice ‘tu no te metas en esto porque tu no sabes’, cuando a los periodistas o especialistas que investigan se les cierran las puertas, cuando te estigmatizan porque te opones a las versiones oficiales estás creando una visión de indiferencia, de parálisis, de anestesia y de amnesia en la sociedad. Y si además no castigas los delitos, tienes un escenario integral de degradación polí­tica y social.

«Social y polí­ticamente venimos de un régimen autoritario, con partido único en el poder que duró más de siete décadas. El tracto entre esos 70 aí±os y lo que ha transcurrido desde el aí±o 2000 es muy breve, todaví­a hay muchas inercias del antiguo régimen que impiden que a nivel institucional se tengan otro tipo de posturas, se defienden situaciones que prácticamente obedecen a un entendimiento muy tradicional en el sentido polí­tico en México, esto provoca también una lentitud en la formación de la sociedad».

La portada del libro de Anagrama que se presentará en Madrid el 23 de marzo y en Barcelona el 1 de abril próximos, es ilustrada por la foto «Cabeza de hombre muerto», cruda imagen tomada en México en 1990 por Joel-Peter Witkin. Imposible no escudrií±ar la imagen sin pensar en el debate, abierto, que agita a la sociedad mexicana: ¿deben los medios de comunicación reproducir los mensajes de los criminales, incluidas las fotos de sus fechorí­as, como las de las cabezas desmebradas? El gobierno de Calderón no se cansa de reprochar a los periodistas al respecto. Esto es lo que opina González Rodrí­guez, que ha trabajado en la prensa durante tres décadas.

«La responsabiliadd de los medios tienen que ir más cada dí­a a tratar de explicar los contextos, a diferenciar los hechos, a arrancar un fenómeno trágico, a ir más allá del récord histórico: «y ahora cuántos van». A situar a las ví­ctimas como personas, a entender que es un drama así­ sea de personas que no conocemos, que nos pertenece. Pero necesitamos otro tipo de solidaridad o respuesta social frente a estos fenómenos, se llama cultura, tenemos una cultura sumamente indiferente frente a estos hechos, una cultura fatalista».

En la página 154 de su libro, González Rodrí­guez, escribe: «contra la ideologí­a de lo ‘indecible’, lo ‘inenarrable’, ‘lo incomprensible’, en otras palabras el imperio de lo arcano, se requiere exponer e imaginar la barbarie para contrarrestarla». En la entrevista, se extiende: «En el momento en el que tenemos la posibilidad de ocultar, de desviarnos, de ser indiferentes, de decir finalmente yo no soy la ví­ctima, en ese momento estamos traicionando la posibilidad de explicarnos cosas que son tremendamente importantes para la supervivencia y la coexistencia como sociedad, por eso es imperativo mostrar estos asuntos, discutirlos, cuestionar a la autoridad, y no aceptar de ninguna manera el razonamiento, falso insisto, de que la única ayuda que los medios de comunicación pueden hacer frente a este problema es callarse, me parece inaceptable de entrada».

elpais.com

Graciela Machuca

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