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Retó al sistema; se creyó la dueí±a del poder y no su instrumento. Su soberbia y su locura la llevaron a enfrentarse a quienes la crearon, y le propiciaron niveles inauditos de corrupción, convirtiéndola en un monstruo ingobernable, que en su ceguera se enfrentó a un nuevo gobierno que ha llegado para refrendar al viejí­simo sistema, al que ella le debe su existencia y que ahora le quiso morder la mano al boicotearle su proyecto legitimador en materia educativa.

Su conducta desafiante llevó a esta administración a la disyuntiva de someterse a su paranoia o aplastarla sin misericordia. El sistema, para consolidarse y legitimarse, optó por aniquilar a esta hija pródiga e insurrecta, a quien la comunidad odia y rechaza.

La maestra ya antes se habí­a cambiado de bando, confrontándose ferozmente con Roberto Madrazo y con el PRI, para aliarse al primer gobierno panista, que le transmitió incondicionalmente los fondos multimillonarios de las cuotas sindicales, y así­ ella logró apoderarse del área educativa durante toda esa administración, para después convertirse en 2006 en el gran elector que movió las fuerzas de sus ”comisionados» e ”incondicionales» del SNTE para ”alcanzar» angustiosamente el cuestionado triunfo electoral de Calderón, a quien le cobró esos ”servicios» con puestos públicos destacados y áreas de control polí­tico, convirtiendo a la educación elemental y media en territorio de su propiedad y a los secretarios de educación en ví­ctimas o marionetas de su poder.

El control tí­mido y dubitativo que la administración anterior intentó ejercer sobre ella a través de la prueba Enlace y otras evaluaciones educativas, sólo logró convertir a la entonces secretaria Josefina Vázquez Mota en ví­ctima de la furia de Elba Esther, que la expulsó de esa área, de la que se apoderó definitivamente a través de su yerno, el subsecretario, mientras expandí­a sus dominios hasta imponer gubernaturas y alianzas polí­ticas de todo tipo.

En razón de todas sus traiciones, deslealtades y desprestigio, la defenestración de Elba Esther Gordillo Morales no fue un asunto de aplicación de la ley ni de corrupción, fue un asunto de Estado, de control polí­tico, de imagen y de solidez estructural de un sistema que ha vuelto a reafirmarse y que nunca se modificó, durante más de 80 aí±os, ya que la llamada ”alternancia», a la que ella se alió, sólo fue un prií­smo deslavado, ineficaz y caprichoso, que finalmente fracasó estrepitosamente.

En esas circunstancias, el viejo PRI con sus nuevos representantes y asesores, decidió recuperar el poder original, refrendando la genialidad de un sistema que creó Plutarco Elí­as Calles, a imagen y semejanza de las raí­ces caciquiles más profundas de nuestro paí­s, que vienen desde la época prehispánica, las cuales se reforzaron en la colonia, se confrontaron sólo superficialmente en el siglo XIX y se volvieron a expresar con todo vigor en el porfiriato y en la Revolución Mexicana, hasta llegar a esa conjunción extraordinaria de intereses entre los poderes fácticos, las estructuras formales y los grandes paternalismos populistas y corruptos que dieron lugar al partido único, que ha regresado triunfante y que ha tenido que exterminar a esa hija enloquecida que le dio la espalda y que ahora pretendí­a someterlo y humillarlo, enviando al mismo tiempo un mensaje autoritario y contundente para cualquier gobernador o lí­der que pretenda insubordinarse.

Esta historia de insurrecciones y de brutales aniquilamientos de siervos desleales o de grupos contestatarios de alta peligrosidad se ha repetido desde la época callista, primero con Luis N. Morones, para refrendarse con Saturnino Cedillo, Ezequiel Padilla, Miguel Enrí­quez Guzmán; con los petroleros frente a Miguel Alemán; con los electricistas, ferrocarrileros y profesores contra Ruí­z Cortines y López Mateos; después con el movimiento médico, los estudiantes y los intereses internacionales ante Dí­az Ordaz en 1968; nuevamente con los petroleros frente a Miguel de la Madrid y Salinas, y ahora con esta criatura adocenada que pretendió confrontarse a un sistema polí­tico, que siendo tan cuestionable es también tan poderoso y tan afí­n a la idiosincrasia nacional; razón por la cual Vargas Llosa acertadamente lo denominó ”la dictadura perfecta», y Octavio Paz lo calificó como el ”ogro filantrópico», el cual, recreando una pavorosa alegorí­a de Goya, tuvo que devorar a una de sus criaturas, que perdió la cabeza y lo atacó en un arrebato de soberbia demencial.

Graciela Machuca

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