El control ciudadano de la comunicación

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onocimiento es poder. Y el poder del conocimiento depende de quien controla la información. Desde hace unos 5 mil aí±os, la historia ha sido fundamentalmente una historia de ciudadanos dominados y explotados por el poder polí­tico y/o económico. Hoy, que existe una complicidad cada vez más evidente entre el Estado y el capital, esa situación aparece a los ojos de todo aquel que logra entender a profundidad cómo funciona la realidad. El mundo es entonces una permanente tensión y batalla entre esos tres poderes: el polí­tico (Estado y partidos), el económico (capital, mercados, empresas, corporaciones) y el social (los ciudadanos y sus organizaciones). Y quizás como nunca esos poderes dependen de otro más que es difuso, sutil, inasible pero no por ello menos efectivo: el de la información. Se trata en realidad de un metapoder en permanente disputa, integrado por los medios masivos de comunicación (radio, tv, prensa, etcétera), la propaganda mercantil y polí­tica, las doctrinas impulsadas desde las iglesias y los credos religiosos, etcétera. El metapoder de la información puede ser conocimiento, creencia, ideologí­a, estética, didáctica, publicidad, opinión, propaganda o simplemente invitación a consumir. Puede ser información explí­cita o implí­cita, abierta o subliminal. Y esta información se genera desde instituciones cientí­ficas, religiosas, mercantiles, académicas, partidarias, que aparecen ante el ciudadano común como neutras e imparciales.

En un mundo en que las nuevas tecnologí­as de la comunicación se han desarrollado a niveles inimaginables, el dominio de este metapoder informático resulta decisivo. Como sucede con la riqueza económica y con el erario, la información también se encuentra monopolizada por una minorí­a. No sólo se trata de orientar el voto ciudadano, sino de mantener a los individuos subyugados en un estado de ignorancia, indiferencia, indefensión o temor, que les haga imposible identificar a las fuerzas que los explotan y dominan. El metapoder de la información tiene entonces el objetivo supremo de mantener adormecidas las conciencias de los seres humanos, mediante noticias sesgadas, actos de fe, ocultamiento de información, maquillajes de la realidad, promesas polí­ticas, satisfactores diversos, ofertas de eternidad y/o festines de consumo. Anestesiar a los ciudadanos es el objetivo central de la información que los monopolios emiten y difunden.

Como parte del mundo globalizado, donde la información fluye como nunca, México está obligado a alcanzar una plena democracia informática, con leyes que garanticen a los ciudadanos el control de al menos un tercio de los canales de televisión, la radio, la producción y transmisión cinematográfica, los periódicos y revistas (sean en papel o digitales) y otros medios de difusión y comunicación. Si las leyes mexicanas indican que el agua debe ser manejada por comités ciudadanos de cuenca, si la tecnologí­a se hace cada vez más accesible a los individuos o a las familias, si la planificación y el presupuesto debe ser participativo, es decir, consensuado entre la ciudadaní­a, no se ve por qué los medios de comunicación no deberí­an estar descentralizados y en manos de cientos o miles de cooperativas, clubes, sindicatos, municipios, co munidades, redes, universidades, tecnológicos, barrios, asociaciones, etcétera. No sólo cada región debe tener sus propias radiodifusoras, sino cada institución educativa o cada centro social, lo mismo que debe haber televisoras para audiencias homosexuales, de divulgación cientí­fica o en defensa de los animales, y periódicos de escala municipal, regional o urbana. Como el agua, el aire, la energí­a y los paisajes, la información debe ser un bien común de libre acceso y producida por quienes lo deseen. Los receptores irán decidiendo quiénes son más o menos aceptados.

Graciela Machuca

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