Israel y Palestina: un conflicto sembrado hace dos mil aí±os por un general romano

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Por Carlos Salas
El Arco de Tito situado en las ruinas del Foro de Roma es un monumento construido aproximadamente en el aí±o 80 después de Cristo para conmemorar las victorias de Tito Vespasiano. Este joven militar fue enviado a Judea para sofocar un levantamiento en el aí±o 66 después de Cristo, lo cual logró destruyendo entre otras cosas el Templo de Jerusalén, del que sólo queda una pared que hoy se llama el Muro de las Lamentaciones. Luego, obligó al pueblo judí­o a dispersarse. Les expulsó de aquellas tierras.
Según una leyenda, ningún judí­o se digna a pasar por debajo del Arco de Tito, ese monumento que representa para ellos el principio de la Diáspora, la fecha en la que fueron expulsados de su tierra, vendidos como esclavos, y condenados a vagar errantes durante siglos.
Aquella Diáspora acabó en 1948 cuando se fundó el Estado de Israel. Pero la herida no se ha cerrado. Para muchos, Tito es el causante de todas las desgracias de Oriente Medio, a pesar de que murió en el 81 después de Cristo. Si no hubiera destruido Israel, el pueblo judí­o seguirí­a viviendo en su tierra prometida, y convivirí­a quizá pací­ficamente con los palestinos, que tienen tanto derecho a esas tierras porque las habitan desde antes que los judí­os.
Pero también Tito hizo que el pueblo judí­o desarrollara como ningún otro una fuerza extraordinaria para sobrevivir a las dificultades en medio de otros pueblos. ¿Cómo es posible que 2.000 aí±os después de su expulsión, este pueblo minúsculo que no llega a 15millones de personas en todo el mundo, tenga una presencia tan importante en la polí­tica, en la cultura, en la ciencia y por supuesto, en la economí­a?
El 39% de los premios Nobel en economí­a han ido a parar a manos de judí­os como Paul Samuelson, Milton Friedman, Gary Becker,Lawrence Klein, MarcoModigliani, Robert Merton, Joseph Stiglitz, Daniel Kahneman, y el último, Paul Krugman. Sin hablar de cientí­ficos como Einstein, investigadores, biólogos, artistas o filósofos como Husserl.
¿Dónde radica su fuerza? Se puede aventurar que se ha debido a una especie de selección natural gracias a la cual, para sobrevivir en medio de expulsiones y cautiverios desde Babilonia hasta Judea pasando por Egipto, desarrollaron algunas capacidades más que otras: instinto para los negocios y para el dinero (eran los cobradores de impuestos en la Edad Media), penetración psicológica (Freud, como José, hijo de Jacob, se ganaba la vida interpretando sueí±os), facilidad con los números…
En su gesta, los judí­os se mezclaron levemente con otros pueblos y ese cóctel concedió más cualidades a sus portadores. Según la ley mosaica, cualquier persona de madre judí­a sigue siendo judí­a, sin importar el padre. La proximidad y en algún caso la mezcla de judí­os con alemanes o europeos eslavos, dio al judí­o askenazi, los mejor situados y más prósperos, según su propia escala social, aunque también es verdad que son los mayoritarios.
Los askenazis desarrollaron un dialecto, el yidish, que es una mezcla de hebreo antiguo con alemán. Muchos judí­os askenazis tienden a tener rasgos caucásicos como ojos claros, piel clara y hasta pelo rubio, como se ha visto en muchos actores de Hollywood como Paul Newman. Eso significarí­a que los judí­os unieron las cualidades de los germanos, pueblo perseverante, trabajador, creador y filosófico, con las destrezas judí­as en muchos órdenes.
En cambio el judí­o falasha, mezclado con etiópicos, es hoy dí­a marginado como clase social y ocupa la escala más baja en la misma Israel.
Las aportaciones de los judí­os a la cultura o a la ciencia son antiguas: el filósofo Filón de Alejandrí­a, los 70 sabios que compusieron y tradujeron la Biblia para la exuberante biblioteca de Alejandrí­a, el historiador y militar Flavio Josefo, el filósofo Maimónides, y por supuesto, Jesús.
Pero es a partir sobre todo del siglo XIX cuando irrumpen poderosamente en la historia a medida que obtienen más libertad, y es entonces cuando se plantean seriamente crear un Estado para ellos solos. La prosperidad de los judí­os gracias a su fama de hábiles mercaderes permitió a esta comunidad financiar en el siglo XX el regreso a la tierra prometida a millones de judí­os.
Si hubieran intentado acometer esta singular aventura hace tres o cuatro siglos, cuando las fronteras del mundo eran desconocidas, hoy no estarí­an peleando con los árabes. Sólo es una hipótesis.
Pero desde hace cincuenta aí±os ya no hay sitio en el planeta para ensayos de esa envergadura, lo cual ha abierto una herida en esa zona que no se va a cerrar a corto plazo, y que está impactando profundamente en las economí­as mundiales desde entonces.
El cierre en 1956 del canal de Suez por el presidente egipcio Nasser fue respuesta al nacimiento del Estado de Israel, y dio lugar a una crisis económica y polí­tica de gran magnitud.
La crisis del petróleo de 1972, que se produjo después de la campaí±a exitosa de los generales judí­os contra sus enemigos árabes, fue debida a la venganza de los paí­ses productores de petróleo que subieron el precio del barril de petróleo al mundo entero de 4 a 12 dólares.
Y además, el nacimiento del Estado de Israel en 1948 no sólo es la causa de una prodigiosa inestabilidad geopolí­tica en Oriente Medio, y podemos decir que en el mundo, sino que también es la causa del terrorismo mundial de origen islámico, pues muchos árabes no perdonan a Israel haber desplazado a los palestinos, y no perdonan a los occidentales por haber mirado a otro lado. Por cierto, que no se habla mucho del terrorismo israelí­ de los grupos llamados Irgun, la Haganah y Stern, que desataron una ola de atentados y asesinatos en los aí±os cuarenta para obligar a los ingleses a reconocer su estado. Con el mismo estilo que ahora usan los terroristas palestinos contra Israel.
Pero hasta entonces, Palestina existí­a en los mapas del mundo entero aunque fuera como Protectorado Británico, y los palestinos, según reza la misma Biblia, viví­an allí­ antes que los judí­os. La llegada de los judí­os a esa Tierra Prometida se produjo hace miles de aí±os con Moisés, quien tení­a la misión de llevarlos allí­ desde Egipto. Y en las Sagradas Escrituras se deja bien claro que los judí­os tuvieron que combatir con los pueblos que habitaban esas tierras para asentarse allí­ y fundar su nuevo hogar. Pero ya estaban ocupadas por cananeos, moabitas y gabaonitas, a los que intentaron exterminar. Dice el í‰xodo: ”Yo sembraré el terror delante de ti, llenaré de confusión a los pueblos que encuentres a tu paso, y haré que todos tus enemigos te vuelvan las espaldas. Haré cundir el pánico delante de ti, y él pondrá en fuga delante de ti al jivita, al cananeo y al hitita. Pero no los expulsaré en un solo aí±o, no sea que el paí­s se convierta en un desierto y las bestias salvajes se multipliquen en perjuicio tuyo. Los iré expulsando de tu vista poco a poco, hasta que crezcas en número y puedas tomar posesión del paí­s. Extenderé tus dominios desde el Mar Rojo hasta el mar de los filisteos, y desde el desierto hasta el í‰ufrates, porque yo pondré en tus manos a los habitantes del paí­s para que los expulses delante de ti». (í‰xodo 23, 27).
La historia de los árabes desde la antigí¼edad es también prolí­fica en todos los órdenes del conocimiento, mucho más que la judí­a. Junto con Bizancio y los monasterios medievales cristianos, los árabes conservaron parte de la sabidurí­a greco-latina gracias a la Casa de la Sabidurí­a de Bagdad, que guardó los textos perdidos de los filósofos y hombres de ciencia griegos y romanos.
Como sabemos, fue una civilización poderosa cuya expansión llegó hasta los Pirineos, y hasta Viena. Pero una vez el imperio otomano se desmoronó a principios del siglo XX, los árabes sólo se han mantenido como paí­ses con un grado de desarrollo discutible, o levantados con ayuda del petróleo.
Los judí­os han logrado convertir su joven paí­s en una seria potencia económica gracias a las ayudas de los judí­os de todo el mundo, especialmente de Estados Unidos, y gracias a las indemnizaciones alemanas desde la Segunda Guerra Mundial. Pero también han puesto mucho de su parte: Israel es hoy un paí­s que ha desarrollado novedosas técnicas agrí­colas, y que sobre todo ha destacado por su industria de alta tecnologí­a y espacial.
Más de 70 empresas israelí­es cotizan en el Nasdaq, el í­ndice norteamericano de empresas de tecnologí­a. La renta per capita en 2006 era de 17.380 dólares, la más alta después de Kuwait. Tiene la esperanza de vida más alta de la zona (80 aí±os), y el mayor consumo de energí­a. ¿Y los árabes? A pesar de que muchos de esos paí­ses están asentados sobre cuernos de la abundancia llenos de petróleo, no se puede decir que hayan descollado por sus productos de alto valor aí±adido.
El dí­a que se les acabe el petróleo a los árabes, ¿sólo les quedarán camellos? Durante aí±os, Arabia Saudí­, Irán e Irak han destinado siderales sumas de dinero a ayudar a sus hermanos musulmanes (financiando incluso el terrorismo), especialmente a los palestinos, pero los resultados han sido muy tristes, y la prueba es que muchos palestinos sobreviven gracias a sus empleos en Israel.
Pero tienen el derecho legí­timo a recuperar unas tierras que hasta hace 60 aí±os se llamaban Palestina. Y la opinión pública mundial desconoce que ellos, según el derecho Internacional, tení­an más derecho a esas tierras que los judí­os porque las habitaban antes que los israelitas.
De modo que aquí­ tenemos un problema causado por Tito, y que no tiene visos de resolverse en los próximos decenios.
Porque nadie puede pensar que la solución consista en pedir a los judí­os que salgan de allí­, como tampoco es la solución dejar que los palestinos sobrevivan en campos de refugiados en sus propias tierras, y en unas pequeí±as parcelas llamadas Gaza y Cisjordania donde ni siquiera tienen un Estado serio (aunque parezca increí­ble, Palestina aún no existe como nación), sino un conato de paí­s, y donde el agua es controlada por los judí­os. Basta darse una vuelta por los territorios palestinos para comprobar que viven en un nivel de subsistencia o de pobreza.
Gran parte de esa situación se debe a que el gran aliado de Israel es Estados Unidos, que siempre que le toca votar en el Consejo de Seguridad de la ONU, impide cualquier medida contra el gobierno israelí­, y su polí­tica antipalestina.
De todos modos, es curioso que los judí­os, de los que sabemos que tienen en sus manos los medios de comunicación de masas más influyentes del planeta como The New York Times y la industria del cine de Hollywood, no han podido convencer a la opinión pública de que su causa es la más justa. Basta echar un vistazo a los medios europeos en estos dí­as para comprobar que, sean de derechas o de izquierdas, la mayorí­a está contra la invasión de los territorios palestinos. La mayorí­a opina que Israel está abusando de su fuerza y que está actuando con terror, usando bombas de fósforo, castigando inicuamente a la población civil, atentando contra edificios de la ONU y hasta contra los periodistas. Quizá gane esta guerra, pero por ahora ha perdido la batalla de la opinión. Al menos en Europa.
En las guerras anteriores, la eficacia y rapidez de sus ejércitos dejaron boquiabierto al mundo entero. Ahora no combaten contra otros ejércitos regulares sino contra guerrilleros que se esconden en casas de civiles, quizá porque no tienen otro sitio donde hacerlo, y cuando las tropas israelí­es bombardean esas casas y aparecen nií±os muertos, (como está pasando ahora que un tercio de los fallecidos son nií±os) la opinión pública se enfurece contra Israel, incluso buena parte de los judí­os norteamericanos.
¿Cómo arreglar esto? Nadie tiene la solución, pero las consecuencias del conflicto entre judí­os y árabes han ido mucho más lejos que el Mar Muerto: los atentados contra las Torres Gemelas, los de Madrid y los de Londres son los escombros de un frente de batalla a uno de cuyos lados están los árabes, y al otro, occidentales y judí­os.
Y he aquí­ la paradoja, porque los judí­os y los árabes proceden del mismo tronco semita y deberí­an estar en el mismo bando, según la teorí­a del Choque de Civilizaciones de Huntington.
El Antiguo Testamento explica que los árabes descienden de Ismael, quien era hijo del judí­o Abraham y de su esclava egipcia. El Islam es ”una herejí­a del judaí­smo», como dice el profesor Jesús Mosterí­n. Los nombres árabes son derivados de un gentilicio compartido con los judí­os, como Ibrahim (de Abraham), Harum (de Aarón), Ishaq (de Isaac), Isa (de Jesús)… Y si alguien tiene dudas, que consulte El Corán. Adán, Noé, Abraham, Moisés, Jesús de Nazaret y Juan Bautista son nada menos que profetas islámicos.
Desde el punto de vista genealógico, judí­os y musulmanes tienen más similitudes entre ellos que las que pueden existir con los europeos, pues estos últimos crearon una tradición grecolatina de dioses y creencias politeí­stas que, aunque fue sustituida por el cristianismo, no tiene un origen semita.
Y encima, para encontrar más similitudes entre árabes y judí­os, Jerusalén es una ciudad sagrada para los dos pueblos.
A lo mejor habrí­a que empezar por ahí­ para resolver el conflicto, es decir, poner en la mesa todas las cosas que tienen ambos pueblos en común y que les deberí­an llevar a la concordia.

Graciela Machuca

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