BBCmundo Fueron compaí±eros de trinchera en la Primera Guerra Mundial. Entonces Hitler era un joven introvertido, casi invisible para su unidad, excepto para él: Ernst Hess. Cuando ese joven se convirtió en el Fí¼hrer de la Alemania nazi, autorizó un salvoconducto para proteger a aquel camarada judí­o.La historia la descubrió el periódico Jewish Voice from Germany en los archivos de la Gestapo en Dí¼sseldorf. Allí­ descansaba una carta de 1940 firmada por la mano derecha de Hitler, Heinrich Himmler, en la que otorgaba protección a Hess, entonces juez de la localidad de Amtsgerichtsrat, «según los deseos del Fí¼hrer». «Lo llamativo de esta historia es que Hitler podí­a en ocasiones otorgar su protección personal. Hasta el momento se conocí­a el caso de Eduard Bloch, conocido como el judí­o noble de Linz. Era el médico de la madre del Fí¼hrer y gozaba de su protección. ¿Pero hubo otros casos?», se pregunta Susanne Maus, editora del diario alemán.En aquellos aí±os la situación de los judí­os en Alemania se estaba volviendo cada vez más dramática.Condecorado con la Cruz de Hierro y la Orden del Mérito Militar de Baviera, Ernst Moritz Hess comenzó como oficial en el mismo batallón de infanterí­a de Hitler. En el otoí±o de 1914 ambos fueron desplegados al frente de Flandes donde Hess fue herido de gravedad.Maus, quien entrevistó a la hija de Hess, Ursula, una octogenaria que todaví­a vive en Alemania, le dijo que su padre le contaba cómo «los antiguos camaradas de Hitler se referí­an a él con sorpresa al enterarse de que habí­a estado entre sus filas. ¿Quién era?, preguntaban. Ni siquiera se fijaron en él. Hitler no tení­a amigos en el regimiento, nunca dijo una palabra y siempre fue un misterio».Estimado Adolf Después de la guerra Hess se dedicó a los tribunales, convirtiéndose en juez en Dí¼sseldorf. Allí­ viví­a con su esposa cuando un grupo de la SS nazi le propinó una paliza frente a su casa. Era 1936 y el juez decidió abandonar su cargo y mudarse con su familia a Italia. Desde allí­ le escribió al lí­der del Nazismo, al joven silencioso que conoció en las trincheras.Hess, que tocaba el violí­n y la viola, le hizo llegar una carta en la que le pedí­a protección para él y su familia. En ella evocaba su educación cristiana, su visión polí­tica y su servicio en la Primera Guerra Mundial.»Para nosotros era una especie de muerte espiritual que te marcaran como judí­o y que te expusieran ante el desprecio general», le contó Hess a su hija Ursula.Hitler rechazó la solicitud pero autorizó una pensión para la familia de Hess. En 1940 el lí­der nazi autorizarí­a una protección especial firmada por Himmler. No obstante, sólo serí­a por un tiempo.onfiado en su salvoconducto Hess se instaló nuevamente en Alemania, a una remota aldea de bavaria. Un aí±o después el exjuez judí­o fue citado a la Oficina de arianización de Munich. Cuando presentó su carta a la SS le dijeron que la orden habí­a sido revocada y que ahora era «un judí­o como cualquier otro». El hilo protector de Hitler se habí­a roto.ess fue deportado a Milbertshofen, un campo de concentración cerca de Munich. Lo único que le salvó de morir fue el estar casado con una mujer protestante. Su hermana Bertha no corrió la misma suerte. Murió en Auschwitz después de intentar explicar que el Fí¼hrer protegí­a a su familia.»Bertha pensaba que gozaba de la protección nazi. Sin embargo en la Oficina de Seguridad del Reich en Berlí­n firmaron la orden de deportación para ella y su madre, Elisabeth, que lograrí­a escapar en un tren», detalla Maus.Hess, por su parte, no volvió a ejercer como juez. Comenzó una nueva carrera en los ferrocarriles de su paí­s, allí­ fue presidente de la Autoridad Federal Alemana de Frankfurt, ciudad en la que morirí­a en 1983. Entonces tení­a 93 aí±os y una historia de supervivencia que pocos le creí­an.

Graciela Machuca

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