Por Renato Consuegra / *


México, D. F., a 28 de septiembre de 2012


El trámite para el análisis, dictamen y debate de la reforma laboral propuesta por el presidente Felipe Calderón demuestra una vez más que México es rehén de sus partidos polí­ticos y sólo cuando a estos se les reste poder, el paí­s avanzará.

Con la partidización y politización de la vida pública se mantiene a los ciudadanos como rehenes polí­ticos de entes depredadoras como son ”sus» propios institutos de representación para acceder al poder, que no cesan de llenarse las manos de recursos públicos, como ocurre también cada aí±o y todaví­a más durante los procesos electorales.

Los legisladores de la Comisión del Trabajo decidieron que los sindicatos continuarán como entes perversas que atentan contra la productividad del paí­s y continúen como una fuerza enorme de presión polí­tica. Es decir, habrá una reforma laboral a modo porque, además, son la caja chica de votos para dos de los tres partidos polí­ticos considerados como ”grandes».

De ahí­ que tanto el PRI como el PRD se opusieran a pasarla completa; uno se fue por una reforma a modo, donde se ”consultó» a los sindicatos y el otro a un rechazo completo para proteger sus estructuras clientelares y las que le han apoyado económicamente durante las campaí±as polí­ticas. Esto habla muy mal del PRI y de sus legisladores, sobre todo, porque demuestra ser el PRI de siempre que cobija sus propios intereses y los de sus aliados polí­ticos.

Por esto mismo, cuando Carlos Romero Deschamps fue cuestionado sobre si el accidente en la planta de Pemex en Reynosa fue por las instalaciones obsoletas, respondió que «no, es una instalación reciente, mantenida. O sea, no tenemos por qué maximizar un evento que no lo merece ¿no? Vamos a esperar a que las autoridades hagan el peritaje correspondiente y den a conocer cuál fue la causa (de la explosión)».

Para Romero Deschamps fue sólo un accidente en una planta donde manejan riesgo. NO hay que maximizar el hecho, respondió. Es decir, la vida de 30 personas para él son ”daí±os colaterales». Ese es el verdadero trabajo que realizan los lí­deres sindicales: se sitúan como controladores o mediadores en las crisis y, ellos sí­, minimizan las responsabilidades del Estado Mexicano como es el caso de Pemex, porque como sucede de forma recurrente, contratan empresas a modo para realizar peritajes donde Petróleos Mexicanos no sea implicada y, finalmente, se atribuya la explosión a una falla humana.

En la anterior A vuelapluma recordamos que con Luis N. Morones, en la segunda década del siglo pasado, el sindicalismo en México se alejó de sus ideas iniciáticas al utilizarlo para alianzas con el Estado. La realidad confirma cómo Romero Deschamps está convertido en controlador de la clase trabajadora, a cambio de apoyo y beneficios particulares para sus dirigentes y cí­rculo cercano, como son puestos gubernamentales y candidaturas a puestos legislativos.

En dí­as pasados, Carlos de Buen, abogado laboralista, expresó que actualmente 90% de los contratos colectivos de trabajo se hacen a espaldas del trabajador y con la reforma el patrón va a tener una completa ”subordinación» de sus empleados, al poder decidir aspectos como modificar las actividades del empleado.

Es decir: si hoy el 90 por ciento de los contratos colectivos de trabajo se hacen a espaldas del trabajador es porque los realizan sus lí­deres corruptos. Entonces, ¿cuándo los van a realizar de frente al trabajador? Seguramente cuando haya democracia sindical, pero ¿dónde están las propuestas para asegurar esa democracia sindical?

Lo que se votará en estos dí­as será una reforma donde se mantendrá a los trabajadores de los sindicatos, poco menos del 10 por ciento de la fuerza laboral del paí­s, con grandes privilegios, a sus dirigentes como otra clase de virreyes transexenales, con todo el poder e impunidad a su alcance, y la clase trabajadora que realmente mueve la economí­a del paí­s continuará sufriendo, injustamente, de oportunidades para mejorar su condición de ciudadanos de primera, porque continuarán en su situación de rehenes de los partidos polí­ticos.

Graciela Machuca

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