Veinte meses después, Sicilia ante el espejo

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Desde una comunidad en Francia, organizada bajo los principios de El Arca que concibió Lanza del Vasto, alumno de Gandhi, Javier Sicilia se dispone a regresar a México después de un mes y medio de retiro. Dice que allí­, transcurridos más de 20 meses de que secuestraron y asesinaron a su hijo, apenas ha empezado su duelo, pero seguirá ”acompaí±ando» al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, insistirá en la Ley de Ví­ctimas y en el Memorial, y, en medio de un dolor indecible que sólo es comprendido por quienes han vivido algo semejante, buscará crear un centro donde se enseí±e la no violencia…

SAINT-ANTOINE-L’ABBAYE, Francia (Proceso).- Es igual a sí­ mismo: efervescente, complejo, paradójico, con su honestidad y su autenticidad tan carismáticas como lacerantes, con su humanidad a flor de piel, su coraje siempre al acecho, su dolor indecible, su duelo aplazado durante 20 meses y apenas iniciado en su retiro francés.

Es el mismo Javier Sicilia, obsesionado por Dios, el Mal y la fuerza del Amor, el poeta sutil, mí­stico y atormentado cuyo hijo fue secuestrado, torturado y asesinado en forma salvaje junto con seis de sus compaí±eros la noche del 27 al 28 de marzo de 2011.

Desde esa fecha la barbarie se incrustó en cada uno de sus huesos, de sus músculos, de sus tejidos; penetró hasta lo más hondo de la memoria de su cuerpo; invadió su mente, su corazón, su alma; pulverizó su vida y lo proyectó en otra dimensión.

”Estaba caminando en Baltimore, penúltima etapa del recorrido por Estados Unidos que la Caravana del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad realizó el pasado mes deagosto, cuando sentí­ que unos clavos me lastimaban el pie. Me di cuenta de que se habí­a zafado el tacón de una de mis botas. Estas botas me las habí­a regalado mi hijo, y desde su  muerte siempre las he llevado puestas.

”Me quedé muy turbado y de repente oí­ dentro de mí­ la voz de Juan Francisco que me decí­a: Ya terminamos, pa’. Lo hicimos bien. Vuélvete. Es tiempo de regresar’.

”Al dí­a siguiente salí­ para Washington. Cumplí­ con la agenda y volví­ a México. Llegué a Saint Antoine l’Abbaye el 14 de octubre y aquí­ me quedaré hasta el 26 de diciembre.»

Javier recuerda la escena de Baltimore mientras recorremos las heladas calles y los callejones medievales de este pequeí±o pueblo del sureste de Francia, celebrado como uno de los más hermosos del paí­s y que  cuenta con un poco más de mil habitantes.

”¿Dónde está la gente?», interroga el poeta. Sólo vislumbramos una farmacia y una panaderí­a abiertas, pero sin clientes.

”Ni siquiera hay un perro —se lamenta Sicilia—. Es un pueblo  fantasma… Una escenografí­a para pelí­cula». Se nota más descorazonado que fascinado por ese vací­o surrealista.

El pueblo está dominado por una iglesia gótica, tan descomunal como una catedral, que se erige encima de una colina. Edificado entre los siglos XII y XV, el templo fue un gran centro de peregrinaje en la Edad Media y sigue siendo una etapa importante en el camino a Santiago de Compostela.

La iglesia alberga un tesoro: reliquias de San Antonio que, según la leyenda, fueron traí­das de Egipto en el siglo XI por un seí±or feudal. Son milagrosas: alivian los males del cuerpo y del alma.

Al lado, majestuosa e inmensa para el tamaí±o del pueblo, se encuentra la abadí­a en la que se sucedieron monjes benedictinos y antoninos. Los antoninos, sobre todo, que nacieron ahí­, se dedicaron a atender a indigentes que padecí­an ergotismo: micotoxinas del centeno, del trigo o de la cebada que causaban esa enfermedad, conocida como fuego del infierno o fiebre de San Antonio. El ergotismoprovocaba alucinaciones y gangrenas. Los pies y manos de los enfermos acababan cayéndose como frutas podridas. Luego llegaba la muerte.

Javier Sicilia cuenta la historia de Saint-Antoine-l’Abbaye con suma gravedad sin dejar de mirar las escalinatas de piedras antiguas que llevan a la iglesia y a las calles vací­as. Poco a poco su voz hace surgir una multitud de peregrinos fantasmagóricos, harapientos, mutilados y atormentados por la fiebre de San Antonio.

La abadí­a está dividida en tres partes. Una es administrada por la iglesia; otra, un museo, y la tercera está ocupada por una de las comunidades del Arca.

Los lazos de Javier Sicilia con el Arca se remontan a los aí±os 80, son estrechos y jugaron un papel importante en sureflexión personal sobre la no violencia y en su evolución espiritual.

La primera comunidad fue creada en 1948 por Lanza del Vasto, un discí­pulo de Gandhi.

Enfatiza Margalida Reus, dinámica catalana responsable de todas las comunidades del Arca: ”Fue Gandhi quien le dio a Lanza del Vasto el nombre de Shanditas (Servidor de la Paz). Shanditas siempre recalcó que la espiritualidad, la ética de la no violencia y la acción social o polí­tica, tení­an que estar totalmente ligadas. Es su principal legado. Nos enseí±ó que para transformar una situación que genera violencia es preciso poner en marcha un programa constructivo’, es decir, empezar a realizar lo que uno reivindica sin esperar el fin de la lucha».

Insiste: ”Gandhi fue el primer lí­der’ en pensar la no violencia como apego indefectible a la fuerza de la verdad, no sólo en términos éticos, sino también en términos de estrategia polí­tica». Margalida Reus está a punto de  publicar un libro sobre la fuerza del consuelo.

La Comunidad de Saint-Antoine nada tiene que ver con una secta.   Cuenta con unos 60 miembros permanentes, solteros y casados con familia, que viven en habitaciones sobrias. Los nií±os van a la escuela del pueblo. Los adultos se reparten tareas comunitarias, trabajan la tierra, administran la parte del monasterio transformada en albergue, profundizan su espiritualidad, leen mucho y acogen al sinnúmero de visitantes que llegan todos los dí­as al Arca.

Graciela Machuca

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