México: una economí­a de primera con empleos de tercera

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elpais.com

Una mujer cargada con dos sacos y acompaí±ada de una nií±a llega al número 400 de la avenida Insurgentes, la principal arteria de la Ciudad de México. De su equipaje saca una escoba y comienza a barrer el suelo de la acera. En la zona limpia extiende una lona y coloca los objetos que ofrecerá a los viandantes: auriculares, cargadores de móvil, adaptadores… No sabe cuánto ganará hoy ni cuántas horas trabajará. Solo que tiene que vender lo suficiente como para pagar la mercancí­a, los 150 pesos (nueve euros) de renta semanal por ocupar un espacio de dos metros cuadrados y vivir con lo que sobra.

Así­ empieza la jornada laboral de millones de mexicanos. El paí­s terminó 2012 con un 4,47% de población desempleada, una cifra envidiable para EE UU y los paí­ses del euro, que lo hicieron con un 7,8%11,7% respectivamente. ”Eso no significa que las condiciones sean buenas. En México no existe la prestación para desempleados y pocas familias tienen ahorros, así­ que no pueden darse el lujo de estar sin trabajar. Muchos se echan a la calle a vender cualquier cosa», asegura Ciro Murayama, economista de la UNAM.

Los medios internacionales alaban el futuro económico que le espera al tigre azteca’, como lo denominó recientemente el Financial Times’. El PIB mexicano creció el aí±o pasado un 4% mientras que el conjunto de paí­ses de la OCDE lo hizo un 1,3%, EE UU un 2,2% y los paí­ses del euro cayeron un 0,6%. En contraste, los trabajadores mexicanos se dan de bruces con la precariedad, una asignatura pendiente que el paí­s tiene que resolver para que realmente se produzca ese salto económico del que tanto se habla.

Treinta millones de mexicanos – el 60% de la población activa – trabajan de manera informal. No significa que sean ilegales: casi todos son comerciantes callejeros o ambulantes y trabajadoras domésticas. Pagan a las autoridades locales por ocupar el espacio público pero no cotizan al seguro social que les da derecho a asistencia médica y una pensión cuando se jubilen. En realidad, solo un porcentaje relativamente bajo lo hace: 16 millones de trabajadores de entre los 50 millones que conforman la población activa, según el Instituto de Estadí­stica (INEGI).

”La informalidad laboral es un enorme desafí­o para América Latina, en especial para México,que está por encima del promedio de la región», aseguró la semana pasada Elizabeth Tinoco, directora de la OIT de América Latina y el Caribe. ”Aun creciendo a una tasa de 4% anual necesitarí­amos 55 aí±os en reducirla a la mitad. Incluso las empresas formales, que tributan y están legalmente constituidas, registran un 14% de empleo informal en la región», aseguró Tinoco.

Jocelyn, de 26 aí±os, puede demostrarlo. Desde que la echaron de su trabajo hace unas semanas regenta un puesto de hamburguesas en la zona capitalina de Tacubaya. Ha estudiado mercadotecnia y durante tres aí±os trabajó en una consultorí­a, aunque la empresa nunca cotizó por ella. Pero Jocelyn no cree que sea tan importante estar o no asegurada. ”La única manera de incentivar las afiliaciones es ofrecer un seguro por desempleo y asegurando una pensión en la jubilación. Y, por supuesto, con mejores sueldos», explica Murayama.

Los sueldos, el otro gran problema. Con uno de los salarios mí­nimos más bajos de toda Latinoamérica – menos de cuatro euros diarios – parece imposible que los trabajadores piensen en destinar una parte de ese sueldo a pagar impuestos para una futura pensión. Y sin capacidad de acceder a una pensión, la vida laboral de los mexicanos se alarga muchos aí±os, a veces hasta la muerte, especialmente en las zonas rurales. Paradójicamente, en ocasiones trabajar más no es suficiente para salir de la pobreza, como muestra el índice de Tendencia Laboral de la Pobreza. Este indicador seí±ala que cada vez más mexicanos no pueden adquirir la canasta básica alimentaria con el ingreso de su trabajo.

Los jóvenes tampoco lo tienen mucho mejor. ”El llamado bono demográfico, que deberí­a ser una ventaja para el crecimiento económico, se ha vuelto difí­cil de gestionar», explica Norma Samaniego, economista especializada en temas laborales. ”La mayorí­a de los jóvenes están destinados a la emigración, a la informalidad o, incluso peor, a la ilegalidad y la delincuencia. Se sienten frustrados por la falta de buenas oportunidades, sobre todo los más preparados». Porque ofertas hay. Muchas. Aunque bastante precarias. Un paseo por las calles de la capital y puedes encontrar hasta cuatro carteles que ofrecen empleo en una misma manzana. Un restaurante japonés de una zona de moda paga 3.000 pesos al mes (unos 180 euros) por un puesto de ayudante: nueve horas al dí­a, seis dí­as a la semana.

”Si tenemos a todos esos jóvenes cualificados ¿por qué no aprovecharlos?», se pregunta Samaniego. En su opinión, México deberí­a trabajar para superar una economí­a de manufacturas básicas e introducir conceptos como la tecnologí­a y el diseí±o. Otras de las recomendaciones de los economistas para el Gobierno que acaba de cumplir 100 dí­as son la inversión pública, la articulación de polí­ticas sociales y económicas que eviten la desigualdad y una especie de refundación de los sistemas de control laboral. ”Tenemos devastada la inspección de empleo», opina Ciro Murayama. ”Podrí­amos vivir sin Secretarí­a de Trabajo y tendrí­amos la misma economí­a».

Graciela Machuca

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