Guatemala: El genocidio que sí­ fue

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jornada.unam

El genocidio no es simplemente un acto exterminador aislado contra un pueblo o grupo religioso, sino un proceso paulatino de destrucción de los sujetos y deshumanización de las ví­ctimas hasta llegar a su exterminio fí­sico. Para Daniel Feirstein el proceso genocida tiene varias fases. La primera, cuando se comienza a construir a quien se considera como otro en negativo, estableciendo tópicos o estereotipos para justificar su exclusión o eliminación. En Guatemala esta fase ya estaba prácticamente establecida por el prejuicio racial contra los indí­genas. Sólo habí­a que aí±adirle subversivo, comunista, guerrillero, no normalizable.

Enseguida se generaliza el estigma de manera absoluta: ”Todos los indios son subversivos o sujetos de subversión», son ”violentos y una amenaza para la Nación». La intención es volverlos ”normales», ”borrarles lo ixil y ladinizarlos». Si no quieren, se les destruye. En esta primera fase, la imagen negativa del indí­gena se aprende en las casas, en las escuelas del ejército, kaibilizando la guerra. Los testimonios de kaibiles en el juicio y su adoctrinamiento contra los indí­genas son una buena prueba de la ideologí­a y prácticas racistas.

La segunda fase es la campaí±a de hostigamiento porque el ”otro» es el culpable de los males. En Guatemala, el indí­gena se convierte en ”soporte de la guerrilla». Los diversos planes (Victoria, Firmeza, Sofí­a) se inician con la persecución del ”otro» y el prejuicio hace que se consideren todas las comunidades ixiles como subversivas. Se les identifica como enemigo interno: ”hay que cortar la semilla del mal».

En otros genocidios, como el judí­o o el bosnio, se intenta aislar espacialmente a la población y concentrarla en guetos, campos de concentración o de refugiados para apoderarse de sus tierras y bienes. En Guatemala fue previo porque los ixiles y achí­es ya estaban aislados en las montaí±as y caserí­os. En los planes y los diagnósticos de los mandos se decí­a que su aislamiento permití­a la «intervención roja».

El asilamiento espacial y la concentración de aldeas estratégicas se produjeron después del exterminio. Allí­ se dan los principales desmanes de violación, servidumbre sexual, tortura, vejaciones, con el fin de ”normalizarlos». Así­ empieza la fase de etnocidio, cuando entran a funcionar otros planes como ”Techo, tortilla y trabajo» o ”Fusiles y frijoles», al intentar arrebatarles su cultura, su traje, su religión.

El Plan Sofí­a habla de capturar y concentrar en los campos a los sobrevivientes para ”borrarles lo ixil». En estos espacios de aislamiento y concentración volví­an a sufrir torturas, vejaciones e insultos: ”indias de mierda», ”coches», ”vacas». Las mujeres eran violadas sistemáticamente por la tropa y los sargentos, generando un sentimiento de impotencia y vulnerabilidad. Contrariamente a otros genocidios, como el judí­o o el de Bosnia, el aislamiento aseguraba mayor silencio e impunidad. El aislamiento espacial vení­a después, con los sobrevivientes, a los que se metí­a en destacamentos, aldeas estratégicas o fincas como La Perla, para controlarlos, y los obligaban a trabajar en los destacamentos y someterse a servidumbre sexual.

En varios planes y campaí±as se emprende el exterminio masivo de la población y la quema de enseres y animales. Es el asesinato indiscriminado de mujeres, ancianos y nií±os, como hemos escuchado repetidamente en los testimonios presentados en el juicio contra Efraí­n Rí­os Montt.

El plan Sofí­a habla de aniquilación total, de destruir a la población y sus lazos comunitarios,  ”llevar a cabo una campaí±a psicológica contra la población ixil». Como se ha visto por los testimonios que hemos escuchado y los que aporté en mi peritaje, el número de mujeres y nií±os fue muy elevado y los insultos, vejaciones y violaciones, enormes, así­ como el desplazamiento masivo de la población, en su mayorí­a indefensa y desarmada. El plan de campaí±a ”Firmeza 83″ mencionaba, entre los objetivos de la estrategia militar, ”integrar a toda la población, aislándola fí­sica y psicológicamente de las bandas de delincuentes subversivos», para su ”control fí­sico y psicológico».

El proceso de exterminio fue de una violencia letal y rápida, como se puede ver en las operaciones Gumarcaj o Xibalbá, donde se observa una protocolización de la violencia hacia mujeres, ancianos y nií±os, que indica el propósito de destruir a un grupo étnico como tal. Ese protocolo puede observarse en testimonios reiterativos de las ví­ctimas, donde todas las masacres se inician y terminan de forma muy similar. Los soldados llegaban a la aldea, dividí­an a la población en hombres jóvenes, maduros y viejos, interrogaban a los jóvenes si eran guerrilleros y ante la respuesta negativa pasaban a asesinarlos con armas de fuego, machetes o de formas más violentas, como sacarles el corazón, en un canibalismo ritual como indica la ceh en sus conclusiones. Posteriormente encerraban a las mujeres en las iglesias, sus casas o la municipalidad. Después de atarlas y violarlas eran quemadas, y posteriormente se incendiaba el pueblo con bombas. A nií±os, mujeres y ancianos se les infringí­an muertes espantosas como quitarles las cabezas y ponerlas sobre las mesas del comedor, empalarlas; cuando estaban embarazadas,  extraerles al nií±o para ”reventarlo» contra los árboles.

Esta protocolización de la violencia y el extermino en aldeas y caserí­os, seguido de la quema de sus enseres, animales y el asesinato indiscriminado y arbitrario de mujeres, ancianos y nií±os, como hemos escuchado repetidamente en los testimonios, está descrito en casi todas las masacres y se constata en el Plan Sofí­a, que los contabilizaba como animales o cosas, y a los nií±os se les llamaba ”chocolates».

Esta tercera fase, la del genocidio o exterminio de un grupo étnico como tal, en el caso del pueblo ixil, fue en donde se produjeron todas las atrocidades que hemos venido escuchando a lo largo del juicio contra el ex dictador. La protocolización era muy similar en todos los casos, lo cual indica una vez más el propósito, como dice el código penal guatemalteco, de cometer un genocidio contra un grupo étnico.

La cuarta y última fase de la desidentificación, deshumanización o desvalorización del otro como animal, conlleva una fuerte carga de racismo y estigmatización como inferior, prescindible, y encima mujer. El debilitamiento sistemático de su identidad étnico-cultural, el resquebrajamiento psí­quico, el deterioro mental, la humillación y vejación de los sobrevivientes, es uno de los efectos del racismo y el genocidio como dos caras de una misma moneda.

Marta Elena Casaús Arzú fue negociadora de la oposición guatemalteca durante el conflicto, y participa como perita en el accidentado juicio que se sigue a los generales de la dictadura. Allí­ demostró que el racismo de Estado justificó las acciones militares, al catalogar a muchas comunidades ixiles como ”enemigo público».

Graciela Machuca

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