Le dijo aquí­ al presidente Juárez: indio tarahumar, ai ’ta la noria, saque su agua’

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diario.mx

Aquella maí±ana ese hombre de rasgos indí­genas salió al patio de una de las casas propiedad de Inocente Ochoa, uno de los hombres más ricos de la ciudad, y pidió a una de las trabajadoras una cubeta con agua. Como respuesta recibió una negativa seguida de una andanada de palabras humillantes.

”…Dí­as, qué indio tarahumar, pos qué se ha créido que yo soy su criada… ai ’ta la noria para que saque su agua, adió, pos éste… yo tengo que lustrar las botas del sií±or presidente…»

La mujer no sabí­a que se trataba de Benito Juárez, quien sin responder, tomó él mismo el balde, lo bajó a la noria y sacó el agua que necesitaba para asearse.

Era el 15 de agosto de 1865. El presidente de México, desde un dí­a antes se encontraba en Paso del Norte, la ciudad que en su honor adoptarí­a su nombre aí±os después.

Por la noche, cuando la élite local esperaba al presidente para darle la bienvenida, la empleada se escondió detrás de unas cortinas para conocerlo y al verlo se llevarí­a una sorpresa, el indio al que habí­a humillado en la maí±ana era aquel seí±or que todos aguardaban.

”Usté perdone… sií±or presidente…», le dijo disculpándose en la primera oportunidad que tuvo.

La anécdota es rescatada por el desaparecido historiador Ignacio Esparza Marí­n en el tomo dos de su obra Monografí­a Histórica de Ciudad Juárez

Ese aí±o, Benito Juárez huí­a de los franceses y buscaba un refugio seguro que encontró en la Villa Paso del Norte tras una travesí­a penosa por el norte del paí­s, en la que la resistencia era alimentada por la esperanza de liberar a su patria.

En Guadalupe Distrito Bravos lo esperaba un grupo de indios tiguas comandados por el jefe Sanapa, que lo escoltó hasta la Villa Paso del Norte donde permaneció hasta noviembre para regresar a Chihuahua; pero habrí­a de volver el 18 de diciembre de ese mismo aí±o para quedarse hasta el 10 de junio de 1866.

En ese lapso en el que habrí­a de celebrar su cumpleaí±os, reorganizarí­a la resistencia en contra del imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo y aprovecharí­a el escenario internacional para derrotar al invasor. También cambiarí­a para siempre el rostro de la villa que le dio refugio.

De San Pablo Guelatao a Paso Del Norte

Sesenta aí±os atrás de esa anécdota, en 1806, en San Pablo Guelatao, un pueblo pequeí±o de Oaxaca con sólo 20 familias, el 21 de marzo, nací­a ese hombre que guiaba desde Paso del Norte a los mexicanos.

Hijo de Marcelino Juárez y Brí­gida Garcí­a, ambos zapotecas monolingí¼es, dedicados a la agricultura, habrí­a de quedar huérfano a los tres aí±os y bajo el cuidado de su tí­o Bernardino Juárez, hombre de carácter duro, pero con quien aprenderí­a a leer.

Durante su infancia y hasta los 12 aí±os, trabajó pastoreando las ovejas del tí­o en las inmediaciones de la Laguna Encantada.

A esa edad, partió para la ciudad de Oaxaca de la que habí­a escuchado muchas noticias, en particular de sus amplias calles, casas grandes y escuelas, y donde se encontraba su hermana trabajando en la casa de la familia Maza.

En Oaxaca conoció a Antonio Salanueva, un hombre que vestí­a los hábitos de la orden tercera de San Francisco, de oficio encuadernador, que se convirtió en su tutor y le abrió un mundo de posibilidades.

Además de aprender castellano y asistir a una escuela, tuvo acceso a los libros que Salanueva resguardaba para encuadernar.

Su tutor lo hizo ingresar al Seminario de Santa Cruz, donde estudió el bachillerato; luego, en 1828, al Instituto de Ciencias y Artes, en el que se graduó de abogado en 1834.

En Oaxaca ejerció su profesión en un despacho y fue profesor de fí­sica y secretario del Instituto donde él estudió e inició su carrera polí­tica desempeí±ando la regencia del Ayuntamiento de Oaxaca.

Después ocupó una diputación local, en 1834 asumió el cargo de magistrado del Tribunal Superior de Justicia y en 1841 fue nombrado juez de lo civil.

En 1843 contrajo matrimonio con Margarita Maza y aí±os después alcanzó la gubernatura de su estado para ejercer el mandato entre octubre de 1847 y agosto de 1852 cuando fue destituido por Antonio López de Santa Anna en represalia por sus ideas liberales y su oposición a la dictadura que encabezaba.

Según Santa Anna, en alguna ocasión Juárez tuvo el atrevimiento de prohibirle la entrada a Oaxaca—, por lo que, en mayo de 1853, fue aprehendido y expulsado del paí­s para ser enviado directo a Cuba.

De ahí­ se trasladó a Nueva Orleans, Estados Unidos donde se vinculó con otros liberales mexicanos que se encontraban en la misma terrible situación de destierro que él, entre los que destacan Melchor Ocampo, José Marí­a Mata y Ponciano Arriaga.

Desde el destierro apoyó el movimiento de Juan ílvarez, quien proclamó el Plan de Ayutla y derrocó a Santa Anna, lo que le permitió regresar a México y ser designado ministro de Justicia e Instrucción Pública.

En esa época se expidió la ley sobre Administración de Justicia, mejor conocida como Ley Juárez, que ordenaba suprimir los fueros eclesiástico y militar.

De acuerdo con la historiadora Elsa Aguilar Casas en su artí­culo difundido por el INEHRM, ”Benito Juárez, visionario de un nuevo México», el contexto en el que surgió esa ley marca el inicio de una nueva etapa en la historia de México, en que por la ví­a legal se buscaba modernizar a la sociedad en todos los sentidos: polí­tico, económico, educativo y cultural.

Pero antes, le habrí­a de costar al paí­s una sangrienta guerra de liberales contra conservadores, estos últimos luchando por preservar su poder.

Al lado de compaí±eros como Melchor Ocampo, Sebastián Lerdo de Tejada, Ignacio Ramí­rez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Payno, Matí­as Romero, y grandes militares como Ignacio Zaragoza, Jesús González Ortega, Mariano Escobedo y Porfirio Dí­az, logró el triunfo para los liberales.

Durante la presidencia de Ignacio Comonfort, al frente del Ministerio de Gobernación y al mismo tiempo de la Suprema Corte de Justicia, impulsó al Congreso Constituyente, en cumplimiento al Plan de Ayutla y en febrero de 1857 promulgó la nueva Constitución que también desencadenarí­a un conflicto armado entre liberales y conservadores, conocido como la ”Guerra de Reforma» o la ”Guerra de los Tres Aí±os»

El mismo Comonfort cambiarí­a de bando para desconocer el nuevo orden legal, lo que permitirí­a a Juárez, ya en su calidad de presidente de la Suprema Corte de Justicia, asumir la primera magistratura de la República, acatando de esta manera lo dispuesto en el artí­culo 79 de la Carta Magna.

En medio de la guerra, entre julio y agosto de 1859 promulgó las leyes de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos, la de Secularización de Cementerios, la del Registro Civil, las cuales, nacionalizaban los bienes del clero, separaban a la Iglesia del Estado, ordenaban la exclaustración de monjas y frailes, previeron la extinción de las corporaciones eclesiásticas, implantaban el registro civil y secularizaban los cementerios y las fiestas públicas.

Esas leyes son el comienzo de una nueva época para el paí­s, que se va transformando poco a poco. El mismo Juárez ante la mirada atenta de la gente, llevó a su hija Manuela a contraer matrimonio al Registro Civil, en apego a la nueva ley.

La invasión francesa

El nuevo orden surgido a raí­z de la Constitución de 1857, se romperí­a pronto debido a la situación de la hacienda pública.

Juárez decretó la suspensión de pagos de la deuda y encaró un conflicto internacional con Inglaterra, Espaí±a y Francia en el que nuevamente las intrigas de los polí­ticos conservadores mexicanos estarí­an presentes.

Los dos primeros paí­ses terminaron por aceptar la suspensión de pagos mientras que Francia decidió invadir México y tras apoderarse de la capital, instalaron una monarquí­a apoyada por las fracciones conservadoras mexicanas.

El 10 de abril de 1864 una comisión de conservadores mexicanos acudió a Europa ante Maximiliano, para ofrecerle la corona mexicana y el archiduque firmó con Napoleón los Tratados de Miramar.

El emperador se instaló en México, mientras que Juárez navegaba por el norte del paí­s encabezando la resistencia armada.

En octubre de 1864 se instaló en la ciudad de Chihuahua. Sin embargo, en el verano de 1865 las fuerzas extranjeras invadieron la entidad, por lo que Juárez decidió salir.

El Gobierno republicano continuó su éxodo hacia la Villa de Paso del Norte, a la cual llegó el 14 de agosto en compaí±í­a de sus ministros, entre ellos Sebastián Lerdo de Tejada, de Justicia y Relaciones Exteriores, así­ como una pequeí±a escolta.

”Antes de llegar a la Villa y al salir del desierto, las primeras casas que encontró a su paso fueron las del actual Valle de Juárez» de acuerdo con datos recopilados por el historiador juarense Felipe Talavera, integrante de la Sociedad de Historiadores Paso del Norte.

En Guadalupe Distrito Bravos lo esperaba el grupo tigua que tení­a al frente al jefe Sanapa, el cual lo escoltó hasta aquí­, aí±adió el historiador en una entrevista anterior a El Diario.

El prócer, cuyo rostro moreno y raí­ces zapotecas resaltaban, vestí­a la indumentaria que lo caracterizó: un traje formal, un sombrero y su capa negra que llamó la atención de los nativos, que empezaron a llamarlo ”Manto Negro», apodo que Juárez adoptarí­a después como miembro de las logias masónicas.

”La mayorí­a de los indios buscaba respuestas a una promesa que el Gobierno de Santa Anna les hizo décadas atrás por defender la República en el cuerpo de Rifleros Paso del Norte. Muchos de ellos se sumaron a cambio de tierras para combatir a los espaí±oles, en uno de sus intentos por recuperar México», indicó el cronista.

Al llegar a Paso del Norte, sus habitantes también lo recibieron. Las familias acomodadas hicieron una rifa para definir cuál de ellas le brindarí­a posada.

Serí­a Inocente Ochoa quien tendrí­a ese honor, lo hospedó en su casa ubicada en la actual avenida 16 de Septiembre y Francisco I. Madero, inmueble que fue convertido en el Cine Victoria en 1946, refirió Talavera.

En tanto, el edificio de Correos ubicado a un costado de la Misión de Guadalupe y del presidio militar, serí­a elegido para instalar su oficina, ”era el único edificio federal entonces», aí±adió.

El rostro duro de Juárez mostrarí­a aquí­ otra faceta, desconocida para los habitantes de la región.

”Le gustaban el baile, las mujeres y el licor»,  seí±aló Talavera, en la entrevista en la que reveló que el Benemérito habrí­a tenido, en el municipio de Guadalupe, una hija fuera de su matrimonio, a quien nombrarí­a también heredera en su testamento.

Sin embargo, el peso de la presencia de Juárez impactó a la pequeí±a Villa Paso del Norte, que experimentó una transformación y sobre todo un nuevo orden en ese periodo.

Durante su estancia, Benito Juárez intervino en toda clase de problemas locales, resolvió disputas de tierras, renombró colonias que aún conservan la nomenclatura recibida por los liberales, como son Partido Doblado, Dí­az, Romero, Lerdo, y Zabálcar de Juárez hoy Salvárcar.

Esta última, ubicada entre Zaragoza y Senecú, recibió el nombre de la combinación de los apellidos de los ilustres liberales Zaragoza-Balcárcel, Carmona y del presidente Benito Juárez.

También resolvió el manejo de las acequias y su Gobierno inició la disputa internacional por el pedazo de tierra que México perdió por el movimiento del cauce del Rí­o Bravo, y que después de 100 aí±os, Estados Unidos devolverí­a al paí­s para convertirse en el parque El Chamizal. (Juan de Dios Olivas/El Diario)

jolivas@redaccion.diario.com.mx

(FUENTES: Ignacio Esparza Marí­n, tomo dos Monografí­a Histórica de Ciudad Juárez; hhtp://www2.uacj.mx; *Breve Historia de Ciudad Juárez y su región; Francisco R. Almada, en Visión Histórica de la Frontera Norte de México; Elsa Aguilar Casas, Benito Juárez, visionario de un nuevo México en www.inehrm.www.)

Graciela Machuca

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