Padecen hijos de jornaleros de San Quintí­n epilepsia y trastorno motriz

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Gabriela Martí­nez y Antonio Heras
La Jornada Baja California
Periódico La Jornada
Miércoles 12 de agosto de 2015, p. 27

Tijuana, BC.

Rosalba tiene 13 aí±os, pero se ve menor. No habla ni camina y nunca ha ido a la escuela. Se arrastra por el piso de su casa, en San Quintí­n. Al igual que sus dos hermanas, un primo y otros nií±os de la zona, padece epilepsia.

Andrés, padre de Rosalba, es un campesino triqui que trabaja desde hace más de 30 aí±os en campos agrí­colas, primero en Oaxaca y luego en Sinaloa, hasta que llegó a Los Pinos con su esposa y sus tres hijas, con promesas de mejores condiciones laborales.

—¿Cómo se dieron cuenta de la enfermedad de sus hijas?

—Primero fue Lucí­a, mi hija más grande. Ella murió hace tres aí±os, cuando cumplió 15.

Cuando Lucí­a tení­a dos aí±os, gateaba, pero no caminaba. Sufrió su primer ataque epiléptico a los tres aí±os.

En el dispensario del rancho, un médico la revisó y le dio paracetamol. Los ataques se intensificaron. Después de meses de estudios, médicos le dijeron a Andrés que Lucí­a tení­a epilepsia y que no sabí­an la causa. También le indicaron que la enfermedad era incurable y que su seguro no cubrí­a el tratamiento.

Lucí­a murió después de sufrir unos 20 mil ataques epilépticos.

La escuelita de San Vicente

La epilepsia ha afectado a hijos de jornaleros del sur de Baja California en aí±os recientes, sin que alguien les explique el porqué. Sólo saben que no pueden sostenerse en pie.

En la delegación San Vicente, hombres y mujeres despiertan cada madrugada para trabajar en campos agrí­colas de San Quintí­n, unos 100 kilómetros al sur, en algún rancho donde no ganan más de mil pesos semanales. En el lugar hay una escuelita hecha de madera, que atiende a unos 15 nií±os.

Manuel Solano, representante del Frente Indí­gena de Organizaciones Binacionales en San Quintí­n, indicó que la escuelita en realidad es un refugio para hijos de campesinos diagnosticados con epilepsia en los dispensarios del rancho. Ninguno puede hablar ni caminar, pero tienen cama, comida y sillas de ruedas.

En San Quintí­n hay muchos nií±os que tienen este problema, pero no todos tienen un carrito que los lleve a San Vicente con los hermanos, dijo Solano. Los hermanos son una pareja de voluntarios cristianos extranjeros que llegaron al sur de Ensenada hace aí±os. Construyeron un pequeí±o salón donde reciben nií±os con alguna discapacidad, entre ellos los diagnosticados con epilepsia.

Andrés, padre de la ya fallecida Lucí­a, de Rosalba y Rocí­o, todas con epilepsia, llevó a una de sus hijas al refugio.

”Mi esposa y yo entramos y vimos a varios nií±os —recordó Andrés—, todos igualitos a mis hijitas. Estaban en un cuarto, pero ahí­ todos tení­an sus sillitas de ruedas. Nada de arrastrarse en la tierra».

Los menores, de entre cinco y 14 aí±os, comparten cuartos pero cada uno duerme en su cama. Reciben tres comidas al dí­a, un espacio para jugar, realizan actividades con los voluntarios y reciben medicamentos anticonvulsivos.

Rosalba no duró ni una semana en el refugio. Sus padres iban a verla todos los dí­as al salir del trabajo, pero un dí­a su auto se averió y pasaron tres noches antes de que volvieran por ella. En la última visita la vieron triste. A pesar de tener su silla preferí­a quedarse en un solo lugar. Regresaron a casa con ella.

La mayorí­a de los nií±os que padecen epilepsia en esta zona no reciben atención. En la manzana donde vive Andrés otras tres familias de campesinos tienen hijos con la misma enfermedad. Ninguno habla, camina ni va a la escuela. Y nadie le ha dicho a sus padres por qué.

—Yo no sé de esas cosas —acota Andrés—. Yo digo que mis hijas nacieron así­ nomás, porque la vida es así­, y así­ nos tocó y ya. Pero lo que sí­ quisiera es que algún dí­a alguien, no sé, esos del Teletón, un doctor o algún licenciado viniera y le hicieran estudios de verdad, para que me digan por qué y las cuiden bien. Porque aquí­ no hay nada.

Una de las empresas donde, según los jornaleros, se usan agroquí­micos prohibidos es el rancho Los Pinos, ubicado en San Quintí­n, 200 kilómetros al sur de Ensenada y a 300 de la frontera. Produce fresa y tomate para Estados Unidos y es propiedad de una familia de agroindustriales mexicanos vinculada con dirigentes del Partido Acción Nacional.

Según jornaleros, en ese rancho se usan pesticidas prohibidos —entre ellos bromuro de metilo y cloropicrina— que afectan su salud.

Uno de los propietarios es Antonio Rodrí­guez, diputado de la legislatura local 2004-2007 y después secretario de Fomento Agropecuario en el gobierno de José Guadalupe Osuna Millán (2007-2013). Rodrí­guez apoyó a Felipe Calderón Hinojosa para que llegara a la Presidencia y acuí±ó la frase de Los Pinos a Los Pinos.

Durante su campaí±a, Calderón estuvo en San Quintin y volvió como presidente. En ese sexenio la empresa se benefició con la construcción de una planta desalinizadora con recursos provenientes de Europa. El agua se utiliza sólo para el rancho, sin beneficio para la comunidad.

 

Graciela Machuca

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