El gobernador de Quintana Roo le pone mariachis a nuevos mexicanos por naturalización.

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Carlos Barrachina Lisón—

El dí­a de ayer el Gobernador de Quintana Roo, Carlos Joaquí­n González, se sumó a la Secretarí­a de Relaciones Exteriores para la entrega de Cartas de Naturalización. Nunca se habí­a organizado un evento de este tipo. Sin embargo, ya ha iniciado la campaí±a electoral, y los asesores del Gobernador están buscando eventos ”alegres», para tener presencia mediática. Por otra parte, Fadi Nehme (ex concuí±o de Eliezer Villanueva) y Jack Ramlaoui, conocidos empresarios de origen libanés ”cercanos» al ”cambio» obtení­an su naturalización, por lo cual comprendo que se hizo sencillo ”festejar» en este contexto. Toda la plana mayor de CJ aprovechó el momento para convivir con las ”celebrities» chetumaleí±as, y compartir la alegrí­a del momento en redes sociales.
Por experiencia puedo seí±alar que es un momento muy especial en la vida de una persona que quiere formar parte de la sociedad mexicana el acto de entrega del acta de naturalización, por lo que sinceramente felicito a todos los que tuvieron la fortuna de recibirla de manos del Gobernador.
Hubo en esa fiesta una persona desconocida para el público en general, que representa, en cierta forma, a muchos migrantes centroamericanos, que tienen que dejar su paí­s por las tremendas condiciones de inseguridad, y que busca un futuro mejor en México. También él se tomó su foto con el Gobernador.
Jairon Guzmán llegó a Chetumal como menor de edad. Salí­a huyendo de una situación de violencia muy grave, y tení­a un sueí±o muy claro que era el de continuar con sus estudios. Lo conozco prácticamente desde que llegó, y lo tengo entre el cí­rculo más cercanos de mis amigos. A dí­a de hoy sigue vendiendo pan por las calles de Chetumal, y con mucho sacrificio, primero estudió en CONALEP, con calificaciones de excelencia, y hoy está acabando la licenciatura de Lengua Inglesa en la Universidad de Quintana Roo.
El camino no ha sido sencillo. Lo voy a explicar con el ánimo que entendamos, que los migrantes centroamericanos de origen humilde no son un peligro para nadie, sino que, por el contrario, pueden contribuir al desarrollo de México de una forma muy positiva. Es muy diferente, la migración de profesionistas, que como en mi caso llegué tras ganar una plaza de profesor en la Universidad, o de empresarios adinerados, que la de centenares de personas que han pasado por muchas situaciones penosas para desarrollarse como seres humanos, en un paí­s en el cual no tuvieron la fortuna de nacer.
Jairon llegó a México, en un primer momento, atravesando en lancha el rí­o Usumacinta a la altura de Bethel-Corozal. Tení­a amigos en Chetumal y desde Palenque se lanzó hacia nuestra ciudad. En su comunidad de origen, que no seí±alo por cuestiones de seguridad, habí­an perdido la vida personas muy cercanas a él, y existí­an pocas opciones.
En Chetumal se insertó en el mundo de la venta de pan, gracias a sus redes de conocidos y experimentó la vida del migrante indocumentado. Recuerdo que me lo presentaron en el momento que una red de extorsionadores cercana al Instituto Nacional de Migración, trataba de ”cobrarle» tarifas indebidas para regularizar su situación. Juntos hicimos esos papeles, y tuvimos la fortuna de encontrar a un subdelegado de migración en Chetumal honrado, con el que hasta el dí­a de hoy mantengo una relación de amistad grande. Para mí­ pena y vergí¼enza, una de las personas que le estaban ”extorsionando» era una de mis ex alumnas más destacadas académicamente.
Los aí±os han pasado y Jairon ha superado todos los obstáculos. Con un salario muy limitado ha pagado sus tasas migratorias, la escuela —con tarifa de extranjero-, ha mantenido a su familia, y todaví­a ha tenido la posibilidad de apoyar a los que dejó en su paí­s. Hace ya un aí±o que iniciamos juntos el último viaje que hice con mi Jeep a la Ciudad de México, y en el que él obtuvo su carta de antecedentes no penales, requisito indispensable para obtener la naturalización (ésta sólo se puede obtener en la Ciudad de México).
Uno de sus hermanos al que tuve la fortuna de conocer en el aí±o 2009, cuando me hospedé en su casa en uno de mis viajes por Centroamérica, despareció en Tamaulipas, buscando el sueí±o americano. El propio Jairon, en un viaje de regreso a su paí­s, tuvo la fortuna de quedarse a descansar una noche en la que un primo que le invitaba a salir por la noche era asesinado en su comunidad local.
La situación en varios de los paí­ses centroamericanos es muy dura, y son muchos los ciudadanos de estas naciones que atraviesan las fronteras de México, en tránsito, o para incorporarse a la dinámica local de las comunidades mexicanas.
Ojalá este acto de entrega de actas de naturalización del Gobernador, vaya más allá de una fiesta con la ”beautiful people», y tengamos presente el gran número de historias, de personas anónimas que encuentran en México la posibilidad de construir una vida normal, y la importancia de que éstos no sean mirados con desconfianza. El caso de Jairon, uno de los estudiantes más brillantes de la licenciatura de Lengua Inglesa (aunque se le atravesó una materia en una ocasión), es un ejemplo claro de que independientemente del lugar en el que nos tocó nacer, todos somos seres humanos, y que nada determina nuestro futuro, sino nuestra voluntad por superarnos.

Graciela Machuca

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