Otra vez de policí­as y militares

Soledad JARQUíN EDGAR

No es normal o no deberí­a ser, por tanto la sociedad mexicana no deberí­a permitirlo y sí­ condenar en todo sentido la violencia contra las mujeres, más aún cuando en este tipo de actos delictivos están involucrados policí­as o militares, quienes por el contrario deberí­an proteger a la población, pero no ha sucedido así­; en muchos casos las mujeres y las nií±as son objeto de violencia sexual que ha sido utilizada como una forma de tortura. Un acto inconfesable que nos habla y hasta mide de la calidad moral y de la tolerancia ciudadana. Nadie se entera o se da por enterada, pocas personas se indignan y menos personas actúan, como sociedad estamos prendidos del pleito entre polí­ticos y partidos, la inalcanzable democracia que mide nuestra inmadurez ciudadana al permitir todo lo que no debe ser aceptado.

El recuento de este tipo de hechos de violencia sexual contra mujeres es tema de un libro, pero la memoria -aunque corta y subjetiva- nos recuerda que en julio de 2006 el paí­s conoció de la violación sexual cometida en contra de 14 mujeres, eran tiempos electorales y los perpetradores de tales actos eran elementos del 14 Regimiento Motorizado del ejército mexicano que estaban en Monclova, Coahuila, para cuidar la paqueterí­a electoral.

Los elementos del ejército, una veintena de los cuales 12 fueron reconocidos por sus ví­ctimas respondieron de forma violenta luego de que uno de ellos, vestido de civil habí­a sido corrido del bar Las Playas donde habí­a protagonizado una rií±a con otros parroquianos en ese centro de divertimento. No conforme, el soldado amenazó con volver y volvió horas más tarde, esta vez eran 20 soldados uniformados, portando armas y vehí­culos militares para cometer la violencia sexual en los cuerpos de 14 mujeres de entre 18 y 40 aí±os, quienes trabajaban en Las Playas y el Pérsico, además de asaltar, amenazar y golpear a quienes se les poní­an enfrente en los dos antros de la zona de tolerancia de Castaí±os, municipio conurbado a Monclova.

Con la participación de policí­as y militares, así­ como de grupos paramilitares, se han cometido actos de tortura o venganza en los que está de por medio la apropiación del cuerpo de las mujeres y nií±as; Castaí±os fue emblemático y, como muchas personas lo saben, cobró notoriedad internacional porque fue el primero en la historia mexicana donde los soldados fueron juzgados por el fuero común y no el militar por los delitos de abuso sexual, robo, amenazas y agresiones fí­sicas.

Al final, sólo cuatro soldados fueron condenados, tres de ellos purgan alguna condenas. Incluso está pendiente el proceso contra un soldado que se dio a fuga, por lo que sólo 13 de las 14 mujeres recibieron ”justicia». Como se dijo entonces tras conocerse el fallo: justicia a medias o impunidad para ocho soldados, todo depende cómo se quiera ver, en la vida de estas 14 mujeres quedó la huella de sus criminales.

Sin embargo, hay testimonio y sobre todo ví­ctimas en las zonas indí­genas de Chiapas, Guerrero y Oaxaca, donde los casos se cuentan por más de uno en cada entidad y uno de ellos llegó hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el de las guerrerenses Inés Fernández y Valentina Rosendo. En Oaxaca ni siquiera hubo denuncia, las indí­genas zapotecas del pueblo Loxicha fueron amenazas y advertidas de que si no decí­an la verdad serí­an ellas las acusadas y saben ¿quién les hizo tal advertencia? Pues el entonces ”ombudsman» oaxaqueí±o Evencio Nicolás Ramí­rez Martí­nez, a la postre Procurador de Justicia del Estado de Oaxaca, quien como tal no movió ni un dedo para detener a los seí±alados como responsables de la desaparición forzada de las hermanas Daniela y Virginia Ortiz Ramí­rez. También este julio sumaron ya cinco aí±os de su ausencia y nadie sabe nada de ellas.

A partir de 2006, se han documentado otros casos de violencia en la que están involucrados policí­as o militares en Veracruz y en Michoacán, pero también existen reportes de hechos similares en Baja California, Chihuahua y Estado de México, el último puesto sobre la mesa de nueva cuenta como resultado de la contienda electoral: Atenco donde policí­as cometieron abuso sexual contra 26 mujeres, bueno ese es el número de las que denunciaron, y hasta ahora nadie ha sido castigado, mal precedente para las mexicanas como auguran las feministas.

Norte, sur y centro del paí­s están atravesados por el mismo miserable problema, que deja huellas de la crueldad criminal con la que actúan los cuerpos de ”seguridad» mexicanos, situación fortalecida a raí­z de la estrategia guerrera empleada por el comandante en jefe, Felipe Calderón Hinojosa, las mujeres que transitan de un lado a otro del paí­s o que ponen un pie fuera de sus viviendas, han visto limitados sus espacios, amenazada su libertad y su existencia en general, entre el comando de los malos y el comando de los que vestidos de buenos actúan peor, datos concretos están en el informe sombra de la CEDAW que revelan como se ha dicho un incremento del 68 por ciento en feminicidio entre 2007 y 2009; en Nuevo León el incremento es de casi 300 por ciento; también aumentó la desaparición de menores en 60 por ciento y las alarmas se encendieron porque son destinadas a la trata, más de tres mil mujeres, principalmente jóvenes, en sólo nueve estados. En suma exponen en el documento las organizaciones el incremento tiene una relación directa con la ”estrategia» de combate al crimen organizado y Felipe ”El Valiente» Calderón ni se inmuta, ni ”no teme ser llevado a la Corte de la Haya», notición de ocho columnas.

Las cifras nos revelan el tamaí±o del problema, pero pensemos en sólo una de esas vidas, en el sufrimiento de esas mujeres, en como impactan a sus familias cercanas, amigos y compaí±eros. Pensemos en eso y mejor aún pongámonos en sus zapatos, a ver si así­ nos movilizamos más.

Para casi todas las mujeres, resulta por demás indignante, humillante y dolorosa la forma en que la injusticia sigue marcando sus vidas y hay muchas muestras; en todas partes la impunidad sigue una marcha segura, se nota porque mientras unas siguen esperando que sus victimarios sean castigados, a otras se les castiga por tomar decisiones que ante los ojos de los otros resultan amorales, como sucede con las mujeres a quienes se les ha criminalizado por abortar, aun cuando haya sido por causa involuntaria.

Todos los dí­as nos seguimos tropezando con esas historias de terror, pero sólo cuando las ví­ctimas acusan y denuncian, a veces a pesar de sus vidas. El episodio indignante de violencia sexual cometido por dos policí­as en activo, un ex policí­a y un ex militar en un parque del Estado de México contra ocho adolescentes y jóvenes integrantes de una agrupación religiosa que se encontraban en un retiro, es una nueva laceración donde la marca de la impunidad y la falta de investigaciones cientí­ficas, pero sobre todo la parálisis y complicidad de las procuradurí­as estatales o federales está presente. Se trata de una herida para la sociedad, no sólo para las mujeres, porque ahora ya se sabe, que algunos de estos delincuentes que atacaron en campamento el pasado 13 de julio eran verdaderos pájaros de cuenta, pues al menos se les relaciona con tres homicidios y asaltos.

Como en algunos otros casos anteriores, de nueva cuenta la presión social y lo que nos queda todaví­a de indignación colectiva de mujeres y algunos hombres, favoreció en la detención de al menos 17 presuntos o confesos involucrados. ¿Cuánto dolor habrí­an ahorrado a todas estas mujeres, jóvenes y adolescentes si las autoridades del Estado de México hubieran actuado y detenido desde febrero o marzo pasados a estos delincuentes? Porque fue entonces que cometieron los otros delitos y a cuántas mujeres más lastimaron durante ese tiempo en que las autoridades ni investigan ni detienen.

Sin duda es preocupante que en México sigan ocurriendo casos como el que vivieron estas jóvenes, donde los delincuentes son policí­as o militares, en activo o ya no. Estamos ante un hecho real: la apropiación del cuerpo de las mujeres como ejemplo claro y patente de las relaciones de poder desigual, donde ellas son el objeto, el trofeo que pueden tomar y humillar, muchas veces hasta la muerte de las ví­ctimas.

En un paí­s, dónde el jefe de jefes, a pesar de que su mandato está por terminar, presume a sus fuerzas castrenses y de forma velada también de los efectos sangrientos que esta guerra ha tenido, esta claro que no se les re-educa para que respeten la vida de la ciudadaní­a, en especial de las mujeres, a quienes insisto se les sigue viendo como cosas. Cuando ocurre lo contrario le llaman ”efecto colateral» o se nos atravesó. Lamentable pero cierto, como me dijo en una entrevista don Raúl Vera, Obispo de Saltillo, Coahuila, los militares (y eso incluye a los policí­as) son enseí±ados a despreciar a la gente, más aún si se trata de gente pobre o de mujeres.

El desprecio a la vida humana es, sin duda, lo que reflejan estos delincuentes con uniformes o sin ellos, algunos como ya vimos surgidos de las escuelas castrenses de este paí­s, donde se les dio enseí±anza, comida y techo y, por si algo faltara, también sueldo, con dinero de los impuestos de la poca gente que los paga.

Las mujeres, como ví­ctimas de este sistema machista, no sólo se enfrentan a la delincuencia de quienes tienen poder porque portan un uniforme, que les expropian la libertad a decidir sobre sus cuerpos, sino que también se enfrentan a la impunidad, a la falta evidente de capacidad del sistema y a la corrupción policial, esa que dice que investiga. Para muestra el doloroso caso de Jesica Lucero, una nií±a de 14 aí±os que denunció a su violador y luego fue asesinada. Hechos ocurridos en el Estado de México, la punta del iceberg podrido de un sistema que no responde a las mujeres.

Capí­tulo Oaxaca

Sin duda a algunas autoridades les resulta difí­cil reconocer que tienen un grave problema de credibilidad. En Oaxaca, en lo que va del aí±o 2012 han ocurrido 45 homicidios, al menos así­ lo revela el seguimiento hemerográfico, es decir, el de las notas publicadas en los diarios locales, incluyendo El Imparcial. Por eso hay que decirle que son 45 casos publicados y habrá otros que ni siquiera alcancen los medios que se editan en Oaxaca capital.

Sin embargo, la Subprocuradora de Delitos contra la Mujer por Razón de Género, Ileana Hernández Gómez, sostiene que son 33. Le aviso que ya las organizaciones feministas de Oaxaca iniciaron una colecta para regalarle un ábaco y unos lentes violeta a ver si suma bien y cuenta a las que le faltaron, por lo que sus dichos no coinciden con el recuento ciudadano que realizan Consorcio-Oaxaca y otros espacios.

Tal ves la confusión de la funcionaria radica en que inexplicablemente, la flamante Subprocuradurí­a no es la responsable de investigar los asesinatos contra mujeres, sino otra instancia de la Procuradurí­a y tal vez eso la tenga fuera de la realidad, hecho que ya se le hizo costumbre, por eso la urgencia del ábaco y los lentes violeta para la Subprocuradora Ileana Hernández Gómez y lo peor es que sean una o dos, insisto, persiste la corrupción, la impunidad y la falta de vergí¼enza. No se engaí±a a Gabino Cué en el Aí±o de la no violencia contra las mujeres en Oaxaca como dijo —seguramente con sarcasmo el gobernador-, lo que se pretende es justificar es lo injustificable: su falta de credibilidad ante las personas.

www.caracolasfem.blogspot.com

Graciela Machuca

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