Escrito por Esther Vivas

Miércoles, 12 de Septiembre de 2012 20:06

Desarrollo Soberania Alimentaria

En los paí­ses del Sur, las mujeres son las principales productoras de comida, las encargadas de trabajar la tierra, mantener las semillas, recolectar los frutos, conseguir agua…… Entre un 60 y un 80% de la producción de alimentos en estos paí­ses recae en las mujeres, un 50% a nivel mundial. í‰stas son las principales productoras de cultivos básicos como el arroz, el trigo y el maí­z, que alimentan a las poblaciones más empobrecidas del Sur global. Pero a pesar de su papel clave en la agricultura y en la alimentación, ellas son, junto a los nií±os y nií±as, las más afectadas por el hambre.

Las mujeres campesinas se han responsabilizado, durante siglos, de las tareas domésticas, del cuidado de las personas, de la alimentación de sus familias, del cultivo para el auto-consumo y la comercialización de algunos excedentes de sus huertas, cargando con el trabajo reproductivo, productivo y comunitario, y ocupando una esfera privada e invisible. En cambio, las principales transacciones económicas agrí­colas han estado, tradicionalmente, llevadas a cabo por los hombres, en las ferias, con la compra y venta de animales, la comercialización de grandes cantidades de cereales… ocupando la esfera pública campesina.

Esta división de roles asigna a las mujeres el cuidado de la casa, de la salud, de la educación y de sus familias y otorga a los hombres el manejo de la tierra y de la maquinaria, en definitiva de la ”técnica», y mantiene intactos los papeles asignados como masculinos y femeninos, y que durante siglos, y aún hoy, perduran en nuestras sociedades.

Sin embargo, en muchas regiones del Sur global, en América Latina, ífrica subsahariana y sur de Asia, existe una notable ”feminización» del trabajo agrí­cola asalariado. Entre 1994 y 2000, las mujeres ocuparon un 83% de los nuevos empleos en el sector de la exportación agrí­cola no tradicional. Pero esta dinámica va acompaí±ada de una marcada división de género: en las plantaciones las mujeres realizan las tareas no cualificadas, como la recogida y el empaquetado, mientras que los hombres llevan a cabo la cosecha y la plantación.

Esta incorporación de la mujer al ámbito laboral remunerado implica una doble carga de trabajo para las mujeres, quienes siguen llevando a cabo el cuidado de sus familiares a la vez que trabajan para obtener ingresos, mayoritariamente, en empleos precarios. í‰stas cuentan con unas condiciones laborales peores que las de sus compaí±eros recibiendo una remuneración económica inferior por las mismas tareas y teniendo que trabajar más tiempo para percibir los mismos ingresos.

Otra dificultad es el acceso a la tierra. En varios paí­ses del Sur, las leyes les prohí­ben este derecho y en aquellos donde legalmente lo tienen las tradiciones y las prácticas les impiden disponer de ellas. Pero esta problemática no sólo se da en el Sur global. En Europa, muchas campesinas no tienen reconocidos sus derechos, ya que a pesar de trabajar en las explotaciones, igual que sus compaí±eros, la titularidad de la finca, el pago de la seguridad social, etc. lo tienen, habitualmente, los hombres. En consecuencia, las mujeres, llegada la hora de la jubilación, no cuentan con pensión alguna, no tienen derechos a ayudas, cuotas, etc.

Frente a este modelo agrí­cola neoliberal, intensivo e insostenible, que se ha demostrado totalmente incapaz de satisfacer las necesidades alimentarias de las personas y el respeto a la naturaleza, y que es especialmente virulento con las mujeres, se plantea el paradigma alternativo de la soberaní­a alimentaria. Se trata de recuperar nuestro derecho a decidir sobre qué, cómo y dónde se produce aquello que comemos; que la tierra, el agua, las semillas estén en manos de las y los campesinos; de combatir el monopolio a lo largo de la cadena agroalimentaria.

Y es necesario que esta soberaní­a alimentaria sea profundamente feminista, ya que su consecución sólo será posible a partir de la plena igualdad entre hombres y mujeres y el libre acceso a los medios de producción, distribución y consumo de alimentos. Hay que reivindicar el papel de las campesinas en la producción agrí­cola y alimentaria y reconocer el papel de las ”mujeres de maí­z», aquellas que trabajan la tierra.

*Artí­culo publicado en El Periódico Gourmet’s.

Graciela Machuca

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