De la abolición de la esclavitud a la abolición de la prostitución

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OPINIí“N

La proyección de la pelí­cula Lincoln, última realización de Steven Spielberg, ha propiciado gran número de debates y reflexiones. Se trata de una mirada retrospectiva sobre la guerra civil americana y el punto de inflexión, decisivo para el curso de la historia, que supuso la abolición de la esclavitud. Este hecho nos proyecta, por sorprendente que pueda parecer, hacia los conflictos y dilemas sociales más candentes de nuestro tiempo.

Dejemos que los crí­ticos cinematográficos discutan los méritos artí­sticos de la obra. En cuanto a sus carencias, podemos remitirnos al excelente artí­culo del profesorVicenç Navarro sobre lo que no se dice de Lincoln en la pelí­cula, silencio que proyecta una imagen incompleta, sesgada y condicionada ideológicamente del personaje. La historiografí­a oficial americana, dominada por los intereses y la visión de las cosas que las grandes corporaciones, ha impuesto al conjunto de la sociedad, ha ocultado hasta hacer caer completamente en el olvido, la radicalidad democrática del pensamiento de Lincoln.


El valor de un gesto
En efecto, el relato se centra en un episodio crucial de la contienda americana. Al filo de 1865 el Sur está exangí¼e y se vislumbra el final de la guerra. Lincoln, reelegido presidente, plantea entonces un problema de gran importancia. Dos aí±os antes, por decreto, habí­a liberado a los esclavos bajo dominio de los rebeldes sudistas: un acto de guerra crucial, que habí­a movilizado miles y miles de negros enrolados bajo la bandera de la Unión. Pero esta «confiscación de bienes del enemigo» no equivalí­a a una abolición definitiva de la esclavitud.

El final de la guerra podí­a derivar en todo tipo de arreglos entre las clases adineradas del Norte y del Sur siendo la población negra, y sus aspiraciones, moneda de cambio. Una cosa era abolir la esclavitud… y otra la igualdad de derechos que se acabarí­a abriendo paso cien aí±os después. En 1865 las clases dirigentes de Inglaterra eran favorables al comercio con los Estados Confederados, mientras que el movimiento obrero inglés, alemán o francés sentí­a como propia la causa de la libertad americana. De antemano, no habí­a ninguna decisión tomada.


Pensando en el futuro
He aquí­ el valor del gesto de Lincoln, forzando el voto de su decimotercera enmienda. La ocasión se podí­a desperdiciar por falta de determinación. «No se trata sólo de esos millones de esclavos que gimen hoy bajo el látigo y las cadenas, se trata de la suerte de los millones y millones que vendrán después». No habí­a garantí­as sobre la futura convivencia. Pero el demócrata consecuente no puede detenerse, perseguido por el vértigo de la historia, cuando se presenta la oportunidad de forzar sus puertas dejando atrás siglos de opresión y barbarie. Hay que dar el salto, avanzar algo que no permita dar marcha atrás; insertar lo plausible en una sociedad —ya que las condiciones han madurado lo suficiente para ello-, pero que no surgirá espontáneamente como resultado de una lógica evolución de los acontecimientos.

Por supuesto, sabemos lo que ocurrió después: Lincoln fue asesinado. El programa de reparto de tierras propugnado por el ala más radical del Partido Republicano nunca se realizó. Hubieron de pasar casi cien aí±os antes de que se reconocieran derechos civiles de los antiguos esclavos. Pero hoy, bajo el gobierno de un presidente afroamericano, la población negra americana vive todaví­a sumida en la desigualdad y la injusticia. Esto no quita, sin embargo, ningún valor al hecho revolucionario de la abolición de la esclavitud, decisiva para la construcción de la conciencia democrática de la humanidad. Una conciencia que hoy debe abordar nuevos retos. «Dicen que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea -escribí­a Victor Hugo en 1862 -. Es un error. La esclavitud sigue existiendo, pero sólo pesa ya sobre la mujer y se llama prostitución».


La prostitución, esclavitud del siglo XXI
En tiempos de aquella segunda revolución americana, cuatro millones de personas viví­an esclavizadas por los grandes propietarios del Sur. Bajo el capitalismo globalizado de nuestro siglo, más de cuatro millones de mujeres y nií±as son traficadas cada aí±o en el mundo con fines de prostitución. El negocio generado por la explotación sexual de seres humanos se sitúa al mismo nivel, cuando no la sobrepasa en volumen, que el tráfico de armas, de drogas o petróleo. En trasfondo de estas fabulosas ganancias, hay un inmenso reguero de sufrimiento humano, especialmente femenino e infantil. Pero, sobre todo, está la existencia de un modelo de sociedad desigual y violenta para la mujer. Una sociedad en la que la mujer es susceptible de ser cosificada, deshumanizada y convertida en mercancí­a, no puede ser una sociedad democrática.

Desde este punto de vista, la analogí­a entre esclavitud y prostitución, una comparación que irrita de lo más en el lobby de los defensores del «trabajo sexual», resulta insoslayable. Las tediosas discusiones sobre «prostitución libre» o «forzada», o las elaboradas diferenciaciones entre tráfico y prostitución, carecen de sentido bajo esta óptica. Hay trata porque hay prostitución, de la misma manera que habí­a tráfico de esclavos porque habí­a esclavitud. La actitud democrática ante la esclavitud se basa en el rechazo de una situación degradante para la dignidad humana, y no en la percepción que cada esclavo pueda tener sobre su condición. El pensamiento postmoderno nos incitarí­a a distinguir entre el jacobino haitiano y el Tí­o Tom… para llegar a la brillante conclusión de que «hay esclavitudes, y no esclavitud» y que, por tanto, no es posible adoptar una posición abolicionista general y taxativa.

El debate sobre la prostitución adquiere, sin embargo, todo su sentido cuando se aborda a la manera de Lincoln. «No sólo se trata de las mujeres y nií±as que hoy son violentadas, sino de los millones y millones que pueden sufrir el mismo destino».


Una decimotercera enmienda para Europa
Las maltrechas democracias europeas necesitan también su decimotercera enmienda. Como un eco de otros tiempos, oí­mos decir que «nuestra sociedad no está madura para la abolición de la prostitución; que primero hay que cambiar las mentalidades…» Por supuesto, es necesario un debate social en profundidad sobre la prostitución. Pero, allí­ donde alguien nos muestra las razones objetivas de una «larga (y resignada) marcha», preferimos apostar por la seí±al inequí­voca de una emergencia social.

Estamos ante un conflicto de poderosos intereses que interpela la desigualdad estructural de nuestras sociedades capitalistas y patriarcales. La prostitución es un privilegio masculino. A lo largo de la historia ningún estamento dominante ha cedido sus posiciones ante la razón, sino ante una correlación de fuerzas capaz de descabalgarlo.

Es necesario crear, de manera transversal, un lobby abolicionista feminista, reuniendo activistas -hombres y mujeres- que trabajen conjuntamente y se den fuerza mutuamente para influir en sus respectivos sindicatos, movimientos y asociaciones, partidos polí­ticos. Sólo así­, allí­ donde sea posible y cuando sea factible, se promulgarán las leyes. Cuanto más avanzadas seamos en el diseí±o de programas sociales de prevención y apoyo a las mujeres en situación de prostitución; cuanto nos mostremos más implacables en la lucha contra la explotación sexual -atreviéndose a confiscar los bienes de traficantes y proxenetas-; y cuanto más claras seamos en la denuncia del carácter ilegí­timo -y, por tanto, condenable y merecedor de sanción- de la compra de favores sexuales, mejor.


Lucha internacional
Se trata de una lucha internacional y, singularmente, europea. No habrá abolicionismo triunfante «en un solo paí­s». La educación es decisiva. Pero también lo serán los cambios jurí­dicos fundamentales que deben marcar el rumbo de la sociedad.

La sombra de Lincoln cabalga aún en medio de desolados campos de batalla. El relato de aquellos dí­as cruciales de enero de 1865 nos habla también de las mujeres que acompaí±aron Lincoln en su combate contra la esclavitud, sabedoras de que la libertad llegaba demasiado tarde para cambiar sus vidas, pero que era portadora de esperanza para a las futuras generaciones.

Ahora, a nosotros nos toca tomar el relevo de aquellas mujeres y sus sueí±os inacabados.

Graciela Machuca

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