Regina Martí­nez: retrato a un aí±o de la infamia

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En el primer aniversario del asesinato de Regina Martí­nez, corresponsal deProceso en Veracruz, confluyen los peores males que pueden afectar a una sociedad: la corrupción, la mentira, la indolencia, el cinismo, la inseguridad más atroz no solamente para los periodistas sino para los ciudadanos, la zozobra, la impunidad… La corresponsal de este semanario en Parí­s, Anne Marie Mergier, recabó testimonios de quienes compartieron con Regina la dura infancia, los aí±os de aprendizaje, los rigores del oficio periodí­stico. En ese retrato se reconoce a una informadora de vocación que combatió el silencio en Veracruz, estado que hoy goza de fama mundial por ser extremadamente peligroso para el ejercicio del periodismo.

XALAPA/ CIUDAD DE Mí‰XICO/ PARíS (Proceso).- Las dos fotografias fueron tomadas en la Plaza Lerdo en 2008. El corazón de Xalapa aparece envuelto en neblina. Campesinos empapados por la llovizna están sentados de espalda a las escalinatas de la Catedral y frente al Palacio de Gobierno. Enarbolan carteles de protesta.

En la primera foto, la corresponsal Regina Martí­nez entrevista a uno de los manifestantes. Le tiende la grabadora con la mano derecha. En la izquierda tiene un ejemplar de Proceso, con el cual intenta protegerse de la lluvia.

En la segunda imagen, los campesinos permanecen sentados. Regina se apresta a alejarse. El fotógrafo la sorprende justo cuando ella se da la media vuelta y lo mira. Regina sonrí­e.

Su entrevistado de aquella ocasión se llamaba Ramiro Guillén Tapia y era dirigente del Comité Regional Pro Defensa de los Derechos Humanos del sur de Veracruz. Semanas más tarde, el 30 de septiembre, se roció de gasolina en la misma plaza y se prendió fuego. Algunos de sus compaí±eros dicen que antes de convertirse en antorcha humana Guillén alcanzó a decir: ”Lo hago porque no sirve el gobierno, sólo son engaí±os, y yo tení­a que responder a mi pueblo popoluca». Murió al dí­a siguiente en el hospital.

Sentado en un café parisino, Andrés Timoteo Morales se esfuerza por controlar su emoción mientras contempla esas fotos de su amiga:

”Ramiro Guillén Tapia encabezaba un grupo de ejidatarios del municipio de Soteapan que habí­an sido despojados de sus tierras. A lo largo de dos aí±os el gobernador Fidel Herrera les canceló 67 citas. Ramiro no aguantó más  desplantes y se inmoló. Estos campesinos se trasladaron 67 veces a Xalapa y las 67 veces Regina los entrevistó. Para ella era un compromiso ineludible».

En aquel tiempo Andrés era corresponsal de La Jornada en Xalapa y columnista en el diario Notiver. Al igual que una treintena de reporteros, fotografos y caricaturistas, tuvo que huir de Veracruz después del asesinato de Regina Martí­nez, el 28 de abril del aí±o pasado.

A causa de las alarmantes amenazas contra ellos, la organización Reporteros sin Fronteras, la Asociacion Mundial de Periodicos y Editores de Prensa (WAN-IFRA, por sus siglas en inglés) y la Embajada de Francia en Mexico facilitaron su salida del paí­s.

”Estas fotos tienen tanto sentido… son casi metáforas —murmura Andrés—. Esa inquietante neblina, que lo oscurece todo, simboliza el miedo y el silencio que sofocan a Xalapa. Me llama la atención ver cómo Regina se protege la cabeza con un ejemplar de Proceso. Es otro sí­mbolo. Regina viví­a vigilada, hostigada, amenazada, pero pensó que trabajar para Proceso la resguadarba de lo peor. Se equivocó. Todos nos equivocamos. Por eso salimos disparados de Veracruz despues de que la asesinaron. Entendimos que les valí­a madre todo y que podí­amos ser sus próximos blancos».

Sigue, conmovido:

”Veo un tercer simbolo en estas fotos: en ellas queda plasmada la preocupación de Regina por dar voz a los campesinos, a las comunidades indí­genas, a todas las ví­ctimas del sistema polí­tico corrupto que impera en Veracruz. Esa fue su cruzada personal. Vivió el periodismo como una misión  que dio sentido a su vida pero que también la condenó a morir en esa forma tan  atroz».

En los seis meses que ha vivido en Parí­s, Andrés se ha negado a dar entrevistas sobre su caso personal. Aceptó, sin embargo, hablar de La Regis en ví­speras de su primer aniversario luctuoso.

íngel Martí­nez, hermano de Regina, y Elfego Riveros, director de Radio Teocelo, decidieron ofrecer su testimonio abiertamente. Las personas entrevistadas en la Ciudad de México se limitaron a tomar medidas elementales de seguridad, como sacar la baterí­a de su celular al principio del encuentro. Los que aún radican en Xalapa eligieron cuidadosamente el lugar de la cita, evitando lugares públicos como cafés y restaurantes.

Sus testimonios revelan aspectos desconocidos de la vida de Regina Martí­nez, cuya discreción era legendaria.

Compromiso férreo

Regina no se definió nunca como periodista porque le parecí­a ”pretencioso». Se asumí­a como reportera y asestaba: ”Un reportero es sólo el mensajero, nunca debe ser el mensaje».

Su cí­rculo de amistades más cercanas califica de ”farsa obscena» la detención, confesión y condena a 38 aí±os de cárcel de José Antonio Hernández Silva, a quien las autoridades judiciales del estado de Veracruz presentaron como el asesino.

Al uní­sono denuncian un asesinato polí­tico. Sin embargo, cuando evocan a su amiga cuidan de no exagerar. No quieren convertirla en ”mártir» de la libertad de expresión ni en un mito. Sólo buscan retratar a una mujer delgada,  de apariencia frágil, pero de armas tomar, ”muy macha» y a la vez sensible.

Entre sonrisas emocionadas y lágrimas atragantadas, recuerdan sus fuertes convicciones: ”Era muy difí­cil discutir con ella. Costaba trabajo hacerle aceptar opiniones distintas de las suyas». Su voluntad inquebrantable ”la heredó de nuestro padre», confirma su hermano.

Reconocen que tení­a un carácter difí­cil: ”Cuando la veí­a mal geniada, me apartaba y esperaba otra oportunidad para saludarla y platicar con ella». Insisten en que desconfiaba de mucha gente y que siempre estaba a la defensiva. ”Temí­a traiciones porque habia sufrido varias, entre ellas las de un novio que resultó ser un vil informante del gobernador».

Para Elfego Riveros, ”le sobraban razones para desconfiar. La hostilidad era su ámbito natural: hostilidad de todos los gobernadores a los que le tocó reportear y de sus secuaces, hostilidad de la élite económica del estado y hostilidad del gremio periodí­stico jarocho, que en su amplia mayorí­a está cooptado, comprado, y es servil. En ruedas de prensa sus colegas la agredí­an verbal y a veces fí­sicamente».

Andrés Timoteo Morales coincide: ”í‰ramos las ovejas negras. A menudo no nos dejaban entrar al Palacio de Gobierno, nos tiraban la puerta en la cara. Estabamos excluidos de los eventos oficiales».

Graciela Machuca

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