Mujeres y Polí­tica: Reconocimiento

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Soledad JARQUíN EDGAR

Acciones básicas como la promoción de educación, salud, deportes, introducción de servicios como el agua potable y poner fin a los conflictos entre dos agencias municipales que habí­an cobrado muchas vidas a lo largo de aí±os, entre otras, fueron emprendidas con muy pocos recursos pero con mucha determinación, hace 50 aí±os por un presidente municipal, médico de profesión, que diez aí±os antes habí­a llegado a Huatulco y decidió con su esposa quedarse e iniciar una aventura que se prolongarí­a por mucho tiempo.

Entonces Huatulco estaba a aí±os luz de convertirse en un desarrollo turí­stico, llegar a ese paraí­so era poco más que difí­cil, era una travesí­a de caminos de terracerí­a e interminables curvas, hasta llegar a una zona privilegiada por la naturaleza, de espesa vegetación, caudalosos rí­os, bosques de maderas preciosas, fincas cafetaleras, animales salvajes hoy casi extintos, una mina y toda la riqueza que ofrece el océano.

Riqueza natural que contrastaba con la pobreza de sus habitantes, afectados de manera permanente por las enfermedades tropicales, presos de la ambición de caciques y envueltos en permanentes conflictos y disputas por las tierras, disputas que terminaban con la vida de seres inocentes.

Ese médico, egresado del Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, se llama Heriberto Jarquí­n Martí­nez, fue enviado a aquellas tierras hace seis décadas para realizar su servicio social, pero convencido de las bondades de aquellas tierras y sobre todo de la necesidad de hacer algo por la gente, decidió quedarse a vivir, establecer su consultorio e impulsar acciones para que los jóvenes empezaran a construir nuevos y mejores caminos, con acciones como el deporte. Mientras tanto, su esposa, Marí­a de los íngeles Edgar, enseí±aba a las mujeres sobre como elaborar comida nutritiva, basada en el consumo de verduras y frutas, y sobre la importancia de la limpieza para evitar enfermedades, y emprendió diversas tareas con las mujeres. Ella, ha sido una protagonista fundamental en esa historia que vale decir, este 20 de diciembre, cumplió seis décadas.

Buena alimentación, acciones de saneamiento y deportes fueron los pilares de sus primeras acciones, más allá del tiempo del servicio social, pues con su tí­tulo de médico en la mano y una maleta volvió con su esposa para quedarse, a pesar de las difí­ciles condiciones polí­ticas, sociales y económicas que prevalecí­an en medio de la riqueza.

Médico general y partero, rezaba el anunció que colocaron afuera de una casa de pilares grandes contigua a su pequeí±o hogar, en la calle que desde hace unos aí±os lleva su nombre. Eran muchas las libretas donde se anotaba a quienes no podí­an pagar las consultas médicas ni las medicinas, dinero que no importaba del todo recuperar, a cambio de ello recibí­an desde tortillas hasta huevos, gallinas y otros productos que la gente le daba cuando podí­a y respetando el juramento Hipocrático tampoco exigí­a.

Esta semana, en un hecho poco común, un grupo de mujeres y hombres de Huatulco decidieron recordar a la joven pareja y en especial la labor realizada por el doctor Jarquí­n en los aí±os cincuenta y sesenta.

Organizados por Juan Mijangos Lara y Juan Ramón Ruiz, las ahora personas de la tercera edad se reunieron frente al palacio municipal y escenificaron la manera en que decidieron que Jarquí­n fuera su presidente municipal, aún a pesar de las voces que seí±alaban que no debí­a elegirse a un hombre que no fuera oriundo de aquellas prodigiosas tierras.

El entonces diputado local Raúl Ricardez, aconsejó a un grupo de huatulqueí±os que la única forma de acabar con el cacicazgo que ejercí­an un pequeí±o grupo que entre ellos se rotaban la presidencia municipal, deberí­an elegir a un joven del pueblo. Se reunieron los hombres, quienes eran entonces los únicos que votaban en la asamblea comunitaria, se propuso una terna, pero en realidad sólo hubo votos para Heriberto Jarquí­n y uno más para otro contrincante. Luego, fueron a buscarlo a su casa. í‰l estaba convaleciente, como muchas otras personas habí­a sido presa del paludismo. El grupo gritaba con entusiasmo su nombre, rodearon la casa, unos entraron por la puerta principal de la casa, otros por la puerta trasera y en vilo lo llevaron sin decirle nada hacia el centro de la comunidad donde finalmente le comunicaron que habí­a sido electo presidente municipal de la pequeí±a población por el trienio 1963-1965.

Asumió el cargo contra su voluntad, una de sus primeras acciones fue viajar a la ciudad de Oaxaca para entrevistarse con el gobernador Rodolfo Brena Torres, a quien le dijo que no estaba conforme, que él sólo querí­a ser doctor en aquel pequeí±o pueblo.

El gobernante lo miró fijamente a los ojos y le dijo: ”¿Entonces cómo piensa usted pagar a la nación lo que la nación ha hecho por usted doctor Jarquí­n?. Vaya y gobierne, contará con todo mi apoyo».

No habí­a alternativa. Volvió al pueblo con la gente que hací­a diez aí±os lo habí­a adoptado porque él habí­a nacido al finalizar la década de los veinte en San Carlos Yautepec. Empezó su labor como presidente de Huatulco, y como nunca antes se hicieron obras de beneficio público.

Mujeres y hombres recordaron la forma en que pacificó a las agencias de Bajos del Arenal y Bajos de Coyula. Les quitó las armas y los llamó a trabajar. Mientras eso sucedí­a, en su memoria estaban aquellas álgidas noches en una tierra calurosa, donde esperaban a que los pistoleros huyeran para luego alumbrados apenas con una lámpara de petróleo, el joven médico y su esposa -quien habí­a sido enfermera en el Hospital Civil de Oaxaca antes de casarse y mudarse a Huatulco-, salí­an para auxiliar a los heridos y salvar tantas vidas les eran posibles con sus escasos instrumentos médicos les permití­an.

Construyó aulas para la escuela primaria Vicente Guerrero, hasta entonces improvisada en un sitio inadecuado para la infancia. Introdujo el agua potable porque estaba convencido de que el agua limpia era primordial para evitar enfermedades gastrointestinales; promovió deportes como el futbol y el box, llevando para ello a entrenadores profesionales, entre ellas algunas glorias deportivas en retiro; limpiaron las calles de animales, redujo el consumo de alcohol,  establecieron desayunos para las nií±as y los nií±os antes de asistir a la escuela, construyó el centro de salud y aún cuando ya no era presidente y el destino lo habí­a alejado de aquella población, contribuyó para que finalmente se introdujera la luz eléctrica.

Esta semana en  Huatulco, la historia de aquellos aí±os, fue contada nuevamente ante tal vez 500 personas, todas vestidas de blanco con el propósito de honrar en vida a quien alguna vez ofreció todo su esfuerzo, todo su compromiso por ellos y ellas. Historia que fue contada por los propios protagonistas, quienes no se inmutaron y subieron al escenario para recordar a quien sembró en ellos mucho más que esperanza.

Al final, Juan Mijangos, labrador, tomó el micrófono y sostuvo que la lección para las y los jóvenes de Huatulco es clara y contundente, el servicio prestado por aquel presidente municipal en los aí±os sesenta no volvió a repetirse y en cambio hoy Huatulco despierta en sus gobernantes más que deseos de servir, mucha codicia. Por ello pidió a las nuevas generaciones tomar ejemplo de quien no siendo hijo de Huatulco lo ama más que cualquier otra persona.

Sin duda la democracia tiene un alto sentido de servicio. Esta es la historia de mi padre y de mi madre y este es el mejor tiempo para contarla,  sobre todo ahora que las y los propios huatulqueí±os, la han recreado para revivirla. Es buen tiempo para recordar esa historia también sobre todo ahora que muchas y muchos mexicanos nos preguntamos ¿qué sucede en nuestro paí­s?

Graciela Machuca

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