Las mujeres que eligieron ser cultas para ser libres

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Fueron mujeres en una época en la que a la mujer sólo se le dejaba ser hembra. Nií±as bien, iconos pop, sexo fuerte intelectual. Se arremangaron las faldas y se colaron en fiestas reservadas a la testosterona: atriles, laboratorios, escaí±os. Ya no querí­an ser musas. Ahora, ellas con la témpera, con la ley, con el tomo de filosofí­a, con el poemario. Las chicas de la Residencia de Seí±oritas -cara B de la mí­tica de Estudiantes- eligieron ser cultas para ser libres.

Fue en 1915 cuando la pedagoga y humanista Marí­a de Maeztu inauguró el primer centro oficial espaí±ol para fomentar la formación superior de la mujer adoptando a 30 alumnas entusiastas. Se instalaron en el hotelito de la calle Fortuny (en Madrid) que habí­an ocupado sus compaí±eros antes de que se les quedara pequeí±o y se mudaron a los Altos del Hipódromo. Su actividad didáctica fue frenética, pero, además, Maeztu se encargó de perfilar a la joven moderna de comienzos del siglo XX ofreciéndole deportes, viajes, conferencias e incluso intercambios en colleges estadounidenses (para disgusto de las autoridades católicas del momento, que se hací­an el rosario de ida y vuelta para que las nií±as no sacaran los pies del tiesto).

La directora contó con el apoyo de Alberto Jiménez Fraud -su homólogo en la residencia masculina-, de la Asociación de Educación para la Mujer -creada en 1879 por Fernando de Castro- y con el International Institute for Girls in Spain, que aportó proyección extranjera e í­nfulas de unas libertades que aquí­ no habí­an aterrizado.

MUJERCITAS VANGUARDISTAS

Las chiquillas no tení­an más de 16 aí±os y ya eran peligrosas: algunas incluso soí±aban con ir a la Universidad. Sabí­an que la emancipación habí­a que trabajarla de dentro hacia fuera. ”Al principio fue complicado: se requerí­a de un permiso paterno para poder acceder, y Marí­a de Maeztu, para tranquilizar a los tutores, quiso hacerles ver que la madurez académica no era incompatible con los parámetros de una vida moral», explica Almudena de la Cueva, comisaria de la exposición Mujeres en Vanguardia, que celebra el centenario de la residencia.

”Impuso horarios a las internas y, al observar la reticencia de ciertos padres a que las nií±as durmieran allí­, no hizo obligatorio el internado. También habí­a quien temí­a que sus hijas pisaran las aulas de la Universidad, así­ que la directora concertó un método por el que algunas de las seí±oritas recibí­an clases preparatorias en la Residencia y sólo iban a las aulas a examinarse». Maeztu se moví­a por atajos para edificar su ”casa de muchachas aplicadas al estudio», y bien dejó claro que no deseaba ”un casino de intelectuales ni un plantel de sufragistas». Su afán por inculcarles ”un hondo sentimiento de honor, dignidad y espí­ritu crí­tico» provocó que fueran la semilla de todo lo conquistado después: luchadoras con hábito a las que no les estorbaban los pechos.

Habí­a algo de rebeldí­a en esas nií±as de pelo corto y abrigo largo que irrumpí­an en las clases acompaí±adas de un profesor y ocupaban pupitres apartados de los varones. Mujeres extravagantes hacia adentro que un dí­a firmaban su matrí­cula universitaria y otro ondeaban un tí­tulo con su nombre, sin que ningún novio les prestase el apellido. Estudiar las hací­a sexys -por autónomas- sin necesidad de ser hermosas, y ese germen académico se extendió muy pronto: ”Llegaron tantas que Maeztu empezó a dividirlas en grupos, y al poco, las clases se expandieron por edificios cercanos», sostiene De la Cueva.

Al cierre del centro, en 1936, ya eran 300 por promoción. La muestra Mujeres en Vanguardia -organizada con el apoyo de Acción Cultural Espaí±ola (AC/E)- puede verse desde hoy hasta el 27 de marzo de 2016 en la Residencia de Estudiantes. Acoge más de 400 documentos, libros, fotografí­as, archivos sonoros y obras de arte de instituciones como el Museo Sorolla, el Reina Sofí­a, la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Maraí±ón o la Biblioteca Nacional de Espaí±a, entre muchos otros. La Residencia de Seí±oritas se constituyó como un ecosistema independiente, un ring del pensamiento moderno que entrenaba a sus chicas para convencer fuerte ahí­ afuera. Y sus combatientes, tanto profesoras como alumnas, fueron de excepción.

DE TAL MAESTRA TAL ALUMNA

Hubo docentes de la potencia artí­stica y experimental de Maruja Mallo, pintora surrealista codeada allá en Parí­s con René Magritte, Max Erns, Joan Miró o Paul í‰luard -el propio André Breton compró en 1932 su obra espectral Espantapájaros-. Sufrió por Rafael Alberti, influyó en Miguel Hernández, fue precursora del arte pop estadounidense y Garcí­a Lorca aseguró que ”toda la belleza del mundo cabí­a en su ojo». O Marí­a Goyri, ávida investigadora humanista. Un informe franquista, en 1937, la tildó de ”persona de gran talento, de gran cultura, de una energí­a extraordinaria, que ha pervertido a su marido [Ramón Menéndez Pidal] y a sus hijos; muy persuasiva y de las personas más peligrosas de Espaí±a. Es sin duda una de las raí­ces más robustas de la revolución».

También Zenobia Camprubí­ impartió clases en la Residencia. Mamó del feminismo estadounidense durante sus aí±os universitarios en Columbia y lo trajo aquí­ como una ví­scera caliente para liderar el Lyceum Club Femenino. Fue escritora de ego compatible con su amor a otro escritor -Juan Ramón Jiménez-, por quien se desdobló en traductora, secretaria y agente. Marí­a Zambrano -Premio Prí­ncipe de Asturias y Premio Cervantes- fue profesora de Filosofí­a de las nií±as; Gabriela Mistral y Clara Campoamor colaboraron en su aprendizaje. Hasta Marie Curie acabó alojándose unas noches en la institución después de una conferencia.

Con estas influencias, no es raro que el centro pariese alumnas como las pintoras Delhy Tejero y Menchu Gal; la periodista pionera Josefina Carabias, la abogada Matilde Huici o la mismí­sima Victoria Kent, que reformó todo el sistema penitenciario y fue la primera mujer espaí±ola en intervenir en un consejo de guerra. Por las obras de estas mujeres arrolladoras -y por las de otras anónimas gigantes- pasea Mujeres en Vanguardia.

PAUSA Y LEGADO

Cuando todo comenzaba a parecer posible, llegó la Guerra Civil como una apisonadora. ”Marí­a de Maeztu presentó su dimisión tras el fusilamiento de su hermano Ramiro a manos del bando republicano», suspira la comisaria. ”El Comité de residentes y antiguas residentes se trasladó a Valencia siguiendo al gobierno de la República, pero allí­ la idea ya no sobrevivió». Muchas de ellas emigraron, otras soportaron un ”exilio interior que duró varias décadas». Unas pocas regresaron siendo ”auténticas desconocidas». ”Se habí­an formado con unas expectativas que fueron truncadas», recuerda la experta. La Residencia de Seí±oritas pasó a llamarse Colegio Mayor Santa Teresa de Jesús y fue liderada por Matilde Marquina Garcí­a, miembro de la Falange.

Nada fue en vano, sin embargo. ”Dejaron un férreo legado. Sólo era cuestión de volver a la carga», sonrí­e De la Cueva. Y así­ lo hicieron sus hijas, y las hijas de sus hijas, que han colaborado, gustosas, en la exposición. A pesar de que en Espaí±a nunca hayamos tenido presidenta del Gobierno. A pesar de la herencia de la Ley Sálica para acceder a la Corona. A pesar del embudo laboral que dificulta a la mujer alcanzar puestos directivos. A pesar de la brecha salarial. Cuentan que un dí­a, un ministro del momento visitó la Residencia y, sorprendido por los métodos pioneros que empleaban, le preguntó a Jiménez Fraud: ”¿Pero usted cree que esto es Espaí±a?». Jiménez le miró: ”No, pero lo serờ.

elespanol.com

Graciela Machuca

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