A 59 aí±os del sufragio femenino en México, un recuento

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*En varias regiones del paí­s, las mujeres y las instituciones realizaron actividades para recordar el relatIvamente poco tiempo que ha pasado

México, D. F.- A 59 aí±os del decreto donde se dio a conocer, el 17 de octubre de 1953 en el Diario Oficial de la Federación, el sufragio femenino en México, hoy se conmemora de diversas maneras.

En varias regiones del paí­s, las mujeres y las instituciones realizaron actividades para recordar el relatIvamente poco tiempo que ha pasado desde que las mujeres adquirieron el derecho al voto.

La prensa nacional de aquellos aí±os apenas tocaba el tema, ocupado en las grandes conmociones internacionales. Hoy te traemos un vistazo de lo que significó, en este ensayo que Olivia Noguez Noguez escribió para CIMAC:

El derecho a votar y ser votada

Aun cuando la mujer habí­a adquirido presencia activa en la lucha armada, se le desconocieron sus derechos constitucionales. El artí­culo 34 de la Constitución no se modificó en 1917, y quedó igual que en 1857, en el que la mujer no tení­a derecho a votar ni ser votada para cargos públicos:

Son ciudadanos de la República todos los que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan los siguientes requisitos:

I. Haber cumplido 18 aí±os, siendo casados, o 21 si no lo son, y

II. Tener un modo honesto de vivir.

En estados como Yucatán, en 1922, Felipe Carrillo Puerto estableció medidas encaminadas a mejorar la situación de las mujeres; Rosa Torres se convirtió en presidenta municipal de Mérida. También en Yucatán, un aí±o después, el Partido Socialista propuso a tres mujeres para ocupar el cargo de diputadas en las legislaturas locales, pero cuando Carrillo Puerto perdió el poder se destituyeron los cargos.

En ese mismo aí±o se llevó a cabo, en la Ciudad de México, el Primer Congreso Feminista de la Liga Panamericana de Mujeres, que incluí­a la demanda del derecho al sufragio. En 1925 el gobierno del estado de Chiapas reconoció la igualdad de derechos polí­ticos para hombres y mujeres.

Elvira Carrillo y Florinda Lazos convocaron a un Congreso en la Ciudad de México, en 1930; esta vez asistieron obreras y campesinas. Los temas centrales fueron los derechos polí­ticos para la mujer; aunque existí­an divergencias en las demandas de los grupos organizados polí­ticamente, su presencia se mantuvo constante.

La lucha por el voto femenino habí­a iniciado desde el siglo XIX, con mujeres de clase media en Europa y Estados Unidos. Clara Zetkin, en la primera conferencia mundial de mujeres socialistas, celebrada en Stuttgart, en 1907, decí­a que el derecho al voto era una forma de liberar a la humanidad de la explotación y del dominio de clase, que con la lucha polí­tica superarí­an el modo capitalista, y en su lugar impondrí­an el socialista: para ella no se trataba de una lucha feminista, sino de una reivindicación de clase.

Estos planteamientos fueron motivo de discusión en las reuniones de las diversas organizaciones de mujeres mexicanas en la década de 1930, quienes compartí­an la diferencia que existí­a entre los sexos, pero en la prioridad de las demandas y en el cómo existí­an las divergencias.

En la década de 1930, el Partido Nacional Revolucionario (PNR) aprovechó la coyuntura para atraer militantes. Varias organizaciones se afiliaron al partido: la Liga de Orientación Femenina, dirigida por Elvira Carrillo Puerto; el Bloque Nacional de Mujeres Revolucionarias, donde participaban mujeres ligadas a polí­ticos regionales de importancia; el Partido Feminista Revolucionario, cuya presidenta era Edelmira

Rojas viuda de Escudero, quien contaba con todo el apoyo del PNR y logró captar muchas adeptas entre mujeres profesionales, estudiantes, amas de casa y locatarias de mercados de la ciudad gracias a sus programas radiofónicos.

Lázaro Cárdenas observó el beneficio que de ellas podrí­a obtener; las cualidades tradicionales de la mujer serí­an capaces de resolver algunos conflictos sociales desde el hogar y fuera de él:

El Estado fomentó el derecho al voto femenino para atraer mujeres a sus filas. Ante la necesidad de hacer del PNR un organismo de masas estrechamente vinculado al régimen, en octubre de 1935, el presidente Cárdenas, tras su primer informe, inició una campaí±a diciendo que la mujer votarí­a y participarí­a, pero serí­a más adelante, cuando estuviera preparada:

Para fortalecer su discurso, durante 1936 editó folletos acerca de la problemática de la mujer:

La mujer mexicana en la lucha social, con un tiraje de 50 000 ejemplares; Silabario de ciudadaní­a de la mujer campesina, 10 000 ejemplares. Asimismo, para estar más acorde con el ”espí­ritu de la época», cambió el nombre del sector femenino del PNR, por ”acción femenina», que resultó más atrayente, combativo y audaz.

En 1937, el Presidente realizó su tercer informe de gobierno y retomó el asunto de la mujer, reconociendo que habí­a sido un error dejarla fuera de los derechos legislativos y que merecí­a ser incluida.

Habló sobre sus logros en diversas áreas a la par que el hombre, pero subrayó la labor ”más importante» por ser la base de la economí­a nacional: el ámbito doméstico. Si su contribución era tan importante a la nación, más allá del discurso, ¿por qué el trabajo doméstico seguí­a subordinado y explotado? ¿Por qué si la mujer tení­a tantas cualidades -exaltadas por el mismo Presidente-, únicamente podí­a ejercerlas desde y para el hogar?

La primera mitad del siglo XX mantuvo entre sus escenarios la constante presencia de mujeres organizadas, quienes lucharon por la igualdad de derechos y condiciones entre hombres y mujeres.

Durante el periodo cardenista, las mujeres se dieron a la tarea de exigir el derecho al sufragio, que no les fue concedido sino hasta el 6 de octubre de 1953.

1. Presentes en la historia

Diversos mecanismos de control sobre el deber ser de las mujeres han permanecido a lo largo del tiempo, como es el caso de la educación que reciben, enfocada desde y para el hogar. En la época colonial, ya fueran damas, cortesanas, doncellas, campesinas, sirvientas, monjas, beatas o indias, todas compartí­an las virtudes que los teóricos renacentistas habí­an depositado en ellas: honestidad, piedad, laboriosidad, modestia y obediencia; se les educaba para el matrimonio, recomendando la limpieza y el aseo personal, la discreción y la humildad, y todo aquello que pudiera atraer al futuro esposo.

Si bien ellas desempeí±aron un trabajo distinto o igual al de los hombres, la diferencia es que éste no fue reconocido como una labor productiva para el sistema.

1 En el siglo XVIII, la Real Pragmática permitió el trabajo a las mujeres, con un salario inferior al de los hombres; aunque tuvieron cierta independencia económica, eso no las liberó de sus faenas domésticas.

Investigadores han recurrido a fuentes de primera mano y encontraron en los registros datos sobre mujeres que se quejaban del abuso que recibí­an por parte de sus maridos, por violencia, borrachera o adulterio,

2 Lo que refleja que la sumisión tení­a un lí­mite.

El discurso de la nación independiente acusaba a la Iglesia del ”oscurantismo» de la mujer, por lo cual debí­a ser educada con el fin de crear una nueva generación patriótica, de ética laboral y fe en el progreso.

Si bien habí­a sido una tradición de la Colonia que las madres de clase media y alta dejaran a sus hijos bajo el cuidado de las criadas, ahora se convencí­a a las madres de que amamantaran a sus hijos y los criaran desde la infancia, para garantizar el futuro bienestar de la nación.

3 La nación independiente, preocupada por restaurar y avalar el poder que habí­a obtenido, realizó diversas reformas, como la Ley de Exclaustración, publicada el 26 de febrero de 1863, en la que daba un plazo de sólo ocho dí­as a las religiosas para abandonar los conventos; éstos pasaron a ser propiedad del gobierno, y ellas se entregaron de nuevo a la tutela paterna.

En 1860, Ignacio Ramí­rez propuso que la mujer tuviera las mismas oportunidades que el hombre para estudiar, y de esa manera ser más eficaz en la maternidad:

La instrucción pública, cientí­fica, positiva, no será general y perfecta sino cuando comience en familia; la naturaleza no ha querido que las mujeres sean madres sino que sean preceptoras.

4 Con el Porfiriato, las ideas del positivismo y progreso recurren a explicaciones de origen natural, y el discurso hacia las mujeres se centra en la maternidad como objetivo del cuerpo fe-menino, incluida la higiene. El matrimonio y la reproducción son las principales virtudes del sexo femenino, difundidos por la Iglesia, el Estado y la Escuela.

Las leyes sociales que nos excluyen de las grandes  escenas de la vida pública nos dan la soberaní­a de la doméstica y privada. La familia es nuestro imperio, nosotras cuidamos de satisfacer sus ocupaciones, de mantener la paz y de conservar en ella el sagrado depósito de las buenas costumbres. De ahí­ la importancia de enseí±ar a las nií±as todo lo que se refiere al desempeí±o de esas atribuciones.

5 Habí­a escuelas para mujeres, pero sólo para aquellas cuya posición social les permití­a asistir. En 1890 se creó la Normal para Seí±oritas; en 1892, la Escuela de Artes y Oficios, que al finalizar el siglo tení­a más de tres mil miembros, y en 1903, la Escuela Mercantil Miguel Lerdo de Tejada. En este último aí±o se graduaron la primera dentista, la primera abogada y la primera cirujana, suceso que ocupó las principales páginas de los diarios.

6 Las escuelas tení­an reglamentos especí­ficos para mujeres. A finales de siglo XIX, el reglamento a nivel primaria y secundaria precisaba los deberes que debí­an tener con la sociedad, el Estado y la familia:

higiene y medicina doméstica; la instrucción cí­vica sólo se daba a quienes serí­an maestras.

Las mujeres que trabajaban nunca llegaron a recibir un salario más alto que el de los hombres. En 1898 en Rí­o Blanco, la Manchester de México pagaba entre 56 y 80 centavos diarios a las mujeres, y a los hombres entre 60 centavos y 2.50 pesos.

Algunas publicaciones abordaban el tema sobre la situación de la mujer: Las Hijas de Anáhuac, que apareció en la Ciudad de México en 1873; el  ílbum de la Mujer, dirigido por Concepción Gimeno de Flaquer, y Violetas del Anáhuac.

7 Editada por Laureana Wright. En éstas se manifestaba la necesidad de ser reconocidas socialmente y con mayores oportunidades en el ámbito educativo y laboral.

8 Con el movimiento revolucionario, la presencia de la mujer fue más evidente; se dio continuidad a demandas del siglo anterior, pero incluyó otras. Durante el proceso armado y constitucional ejecutó tareas que tradicionalmente no le competí­an, destacando su capacidad organizativa. Esto les permitió incluir planteamientos de igualdad, libertad, justicia y demandas de género. El ”ángel del hogar», ya fuera federal o revolucionario, proporcionó el servicio de abastecimiento, en tanto que otras se ocupaban de trabajar en las fábricas de pólvora para Victoriano Huerta.

9 Las constantes migraciones separaron a la mujer de sus familias, lo que les permitió adquirir nuevas experiencias, distintas a las de sus papeles tradicionales.

Con Venustiano Carranza en el poder, las mujeres buscaron los medios para ser incluidas en la reconstrucción del paí­s con los mismos derechos constitucionales que los hombres. En 1917, Hermila Galindo y Edelmira Trejo enviaron al Congreso Constituyente su petición sobre la igualdad de derechos polí­ticos para la mujer, que fue rechazada con las siguientes palabras:

[…] En el estado en que se encuentra nuestra sociedad, la actividad de la mujer no ha salido del cí­rculo del hogar doméstico, ni sus intereses se han desvinculado de los miembros masculinos de la familia, no ha llegado a romperse entre nosotros la unidad de la familia, como llega a suceder en el avance de la civilización, las mujeres no sienten pues la necesidad de participar en asuntos públicos, como lo demuestra la falta de todo movimiento colectivo en este sentido.

10 Pese a esto, las mujeres se dieron a la tarea de continuar con sus demandas por la igualdad de condiciones, confrontando los argumentos que fortalecí­an la diferencia entre los sexos.

11 aunque existí­an divergencias en las demandas de los grupos organizados polí­ticamente, su presencia se mantuvo constante.

La lucha por el voto femenino habí­a iniciado desde el siglo XIX, con mujeres de clase media en Europa y Estados Unidos.

12 Clara Zetkin, en la primera conferencia mundial de mujeres socialistas, celebrada en Stuttgart, en 1907, decí­a que el derecho al voto era una forma de liberar a la humanidad de la explotación y del dominio de clase, que con la lucha polí­tica superarí­an el modo capitalista, y en su lugar impondrí­an el socialista: para ella no se trataba de una lucha feminista, sino de una reivindicación de clase.

13 Estos planteamientos fueron motivo de discusión en las reuniones de las diversas organizaciones de mujeres mexicanas en la década de 1930, quienes compartí­an la diferencia que existí­a entre los sexos, pero en la prioridad de las demandas y en el cómo existí­an las divergencias.

En la década de 1930, el Partido Nacional Revolucionario (PNR) aprovechó la coyuntura para atraer militantes. Varias organizaciones se afiliaron al partido: la Liga de Orientación Femenina, dirigida por Elvira Carrillo Puerto; el Bloque Nacional de Mujeres Revolucionarias, donde participaban mujeres ligadas a polí­ticos regionales de importancia; el Partido Feminista Revolucionario, cuya presidenta era Edelmira Rojas viuda de Escudero, quien contaba con todo el apoyo del PNR y logró captar muchas adeptas entre mujeres profesionales, estudiantes, amas de casa y locatarias de mercados de la ciudad gracias a sus programas radiofónicos.

Lázaro Cárdenas observó el beneficio que de ellas podrí­a obtener; las cualidades tradicionales de la mujer serí­an capaces de resolver algunos conflictos sociales desde el hogar y fuera de él:

El PNR para poder llevar a la práctica con mayores facilidades los principios contenidos en el Plan Sexenal, va a iniciar por medio de sus diversos organismos diseminados en la República, una campaí±a para organizar al elemento femenino del paí­s bajo la bandera del PNR, las entidades federativas están procediendo a organizar a la mujer mexicana para que colabore con el partido en el desarrollo de los postulados sociales que contiene el Plan Sexenal.

14 El Estado fomentó el derecho al voto femenino para atraer mujeres a sus filas. Ante la necesidad de hacer del  PNR  un organismo de masas estrechamente vinculado al régimen, en octubre de 1935, el presidente Cárdenas, tras su primer informe, inició una campaí±a diciendo que la mujer votarí­a y participarí­a, pero serí­a más adelante, cuando estuviera preparada:

[…] Otorgar el voto a la mujer sin prepararla es  cosa inquietante. La mujer mexicana votará, claro que votará, claro que intervendrá con su cooperación intensa en los problemas del paí­s; pero eso será en el futuro, un futuro que las actividades educacionales del  PNR procurarán acercar hasta el lí­mite de lo más posible.

15 Para fortalecer su discurso, durante 1936 editó folletos acerca de la problemática de la mujer: La mujer mexicana en la lucha social, con un tiraje de 50 000 ejemplares;  Silabario de ciudadaní­a de la mujer campesina, 10 000 ejemplares. Asimismo, para estar más acorde con el ”espí­ritu de la época», cambió el nombre del sector femenino del  PNR, por ”acción femenina», que resultó más atrayente, combativo y audaz.

16 En 1937, el Presidente realizó su tercer informe de gobierno y retomó el asunto de la mujer, reconociendo que habí­a sido un error dejarla fuera de los derechos legislativos y que merecí­a ser incluida.

Habló sobre sus logros en diversas áreas a la par que el hombre, pero subrayó la labor ”más importante» por ser la base de la economí­a nacional: el ámbito doméstico. Si su contribución era tan importante a la nación, más allá del discurso, ¿por qué el trabajo doméstico seguí­a subordinado y explotado? ¿Por qué si la mujer tení­a tantas cualidades —exaltadas por el mismo Presidente—, únicamente podí­a ejercerlas desde y para el hogar?

Debo también hablar ante vuestra honorable representación sobre la necesidad que existe de que se reforme el código del paí­s en la forma más adecuada para que la mujer, mitad integral de la sociedad mexicana y de la ciudadaní­a, sea rehabilitada como es debido y conviene a la dignidad de un pueblo que ha enarbolado labandera de reivindicaciones en que están inscritos todos los derechos y que, sin embargo, deja y permite que las leyes coloquen a la mujer en un plano polí­tico de inferioridad, al rehusarle el más trascendental de los derechos cí­vicos: el voto. En la tesis de igualdad integral que se plantea hay argumentos más poderosos que reales […] pues quienes seí±alan a la mujer como factor propicio de las ideas conservadoras, las ideas de fanatismo y de tendencia retardataria, se olvidan de que la mujer mexicana viene participando desde hace muchos aí±os en la lucha social del paí­s en proporción muy estimable de calidad y cantidad y con mucha frecuencia, se la ve formando parte de las actividades más peligrosas, desde las manifestaciones más francas en pro de las ideas más avanzadas. Recordemos que cuando nos dimos cuenta del error que entraí±aba dejar a la mujer indiferente y ajena a la lucha social, poniéndola por ese solo hecho en mano del enemigo […] resolvimos incorporarla a nuestra vida activa, a la labor de enseí±anza […] y le abrimos la puerta de la vida intelectual, respondió y se equiparó muy pronto en eficiencia y en energí­a con el hombre mismo. Recordemos su entusiasmo en la constante cooperación […] su abnegación en la producción manual de toda í­ndole […] y su generosa comprensión al resolver los problemas domésticos, base de nuestra economí­a nacional.

17 En las reformas del artí­culo 3° constitucional sobre la educación socialista se habla de la educación como extensión de sus labores maternas de la siguiente manera:

[…] a la mujer mexicana de hogar humilde, del campo y del taller, debe interesarle la educación socialista, si ella es responsable del futuro de sus hijos, ¿va a darles una concepción mí­stica, teológica de su existencia y del mundo en este siglo en que la ciencia y la técnica resuelven todas las deudas y los problemas? Una organización polí­tica que mantuvo una constante lucha por el sufragio femenino durante el periodo cardenista fue el Frente íšnico Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), cuyo nacimiento formal quedó registrado el 11 de octubre de 1935, y contaba con más de 50 000 afiliadas. Estaba formado por diversos sectores de la sociedad: humildes sirvientas, damas vestidas a la última moda, feministas de izquierda y de derecha, liberales, católicas y el sector femenino  del  PNR;

18 pero quienes obtuvieron los cargos de importancia fueron principalmente mujeres de clase media. Si bien uno de sus objetivos era la lucha por el voto, incluyeron demandas como salarios justos para las mujeres, ya que ahí­ se manifestaba una clara diferencia genérica. También promovieron la instalación de escuelas para mujeres adultas, guarderí­as infantiles, hospitales de maternidad, talleres de costura y confección de ropa.

Mientras tanto, pese a las promesas cardenistas de otorgar el sufragio, en los plebiscitos internos del PNR de 1936, votaron sólo las mujeres penerristas del  D.F., con un número de 2753 votantes.

19 Para calmar el malestar, el PNR incorporó en su comité ejecutivo la Secretarí­a de Acción Femenina, con 4300 socias inscritas individualmente y 3965 anotadas en las listas.

20 El Instituto Femenil de Trabajadoras Sociales, integrado en su mayorí­a por maestras, mandó un mensaje al Presidente, donde cuestionaron lo dicho por Cárdenas en sus discursos revolucionarios sobrela igualdad social de mujeres y hombres; lamentaban que el trabajo educativo de ambos se diera en condiciones de desigualdad:

[…] seguimos mirando que en la Secretarí­a de Educación Pública los puestos directivos, de ministros a jefes de departamento, han quedado como antaí±o, sólo en manos del elemento masculino; lo que denuncia la existencia de algún prejuicio social […] Solicitamos a usted que urgentemente fije su atención en el problema que presentamos, proponiendo desde luego para desempeí±ar siquiera sea por lo pronto, dos cargos dirigentes en la sep, a dos elementos nuestros, mujeres que por su ideologí­a, modesto modo de vivir, preparación profesional, amplio criterio emancipado de prejuicios fanatismos, stán capacitadas para encauzar la labor educativa del paí­s.

21 Al darse a conocer el dictamen del Senado, respecto al sufragio femenino, el 7 de marzo de 1937, se revela el doble discurso que manejaba el gobierno cardenista, ”[…] en el tiempo actual la mujer mexicana aún no está preparada para el ejercicio de los derechos polí­ticos y por tal motivo, se desecha la petición».

22 El discurso es contundente, los hombres están preparados, las mujeres, no. Las mujeres se manifestaron en Bellas Artes, exigiendo a Cárdenas  que cumpliera con su ofrecimiento, así­ como el abaratamiento de los artí­culos de primera necesidad; enviaron un desplegado a la prensa criticando la polí­tica del Presidente. Lanzaron una campaí±a polí­tica; con el apoyo del Consejo Nacional del Sufragio Femenino, creado en 1936, y dirigido por Esther Chapa, se postularon Cuca Garcí­a (militante comunista y secretaria general del  FUPDM) y Soledad Orozco (militante del  PNR).

23 Si bien no llegaron a ejercer el cargo, se trató de una campaí±a que sentó precedentes.

Adelina Zendejas relata la manera en que eran agredidas: ”A veces juntábamos 300 mujeres en el Zócalo, y nos recibí­an con pedazos de cáscaras de sandí­a, con huevos podridos y jitomates».

24 La prensa se mofaba de las mujeres, minimizando sus manifestaciones:

No es cierto que haya desigualdad. La pistola, el cigarro y la copa ya no son sólo para los hombres. Las mujeres también usan pistolas y las usan bien, fuman como chimeneas y pueden entrar a las cantinas, piqueras y pulquerí­as, ¿qué más quieren?

25 Algunos hombres, como Luis Cabrera, expresaban la necesidad de igualdad:

No ya como mera concesión graciosa; no ya como prenda de nuestra generosidad y desprendimiento de instruir el voto femenino. Es un derecho de la mujer tan legí­timo como el del hombre en participar en la vida pública. Inclinémonos pues ante tal derecho, equiparándolo con el que nosotros mismos disfrutamos. Si  el voto masculino no tiene restricciones, tampoco el femenino debe tenerlas.

Las especulaciones sobre la negativa participación  de la mujer en la polí­tica eran diversas; Soledad Orozco dice que se comentaba: ”Si las mujeres votaran lo harí­an por monseí±or Luis Marí­a Martí­nez, obispo de la época»; pero lo que pasaba en realidad era que tení­an miedo de que la mujer los desplazara porque estaban presentes en distintas esferas, desde amas de casa hasta profesionales.

26 Adelina Zendejas dice que a Cárdenas le entró el miedo por el impulso que la derecha tomaba contra él, y sabí­aque el clero controlaba a las mujeres: ”Si tienen el voto, entonces nos ganan porque van a tener mayorí­a, por eso no lo dio».

27 En el discurso seguí­an las promesas; el mandatario prometió enviar al Congreso una iniciativa de ley para reformar el artí­culo 34 constitucional que deberí­a establecer:

Son ciudadanos de la República todos los hombres y mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan además los siguientes requisitos:

Haber cumplido 18 aí±os si son casados y 21 si no lo son, y tener un modo honesto de vivir.

28 La iniciativa se turnó a las Cámaras y a las Legislaturas de los estados, y para septiembre de 1938, el trámite estaba por terminar; pero cuando faltaba la declaratoria correspondiente y la publicación del Diario Oficial, el trámite se detuvo.

El Frente se habí­a unido en 1938 al recién creado PRM y esto tuvo como consecuencia que las mujeres perdieran su fuerza, sus demandas se integraron al partido pero como peticiones de segunda categorí­a.

29 Además, en 1938, el partido tení­a como candidato al PRM a Manuel ívila Camacho, y el trámite para otorgar el voto a la mujer se frenó. En los pasillos seguí­a el rumor de que las mujeres, tradicionalmente católicas e influidas por la Iglesia, apoyarí­an al general Juan Andrew Almazán. Hacia 1940, las mujeres se habí­an quedado sin el voto y sin una organización propia que defendiera sus demandas.

30 El Estado jugó con el voto femenino como paliador democrático de todas las injusticias que prevalecí­an invariables en la vida cotidiana pública y privada de las mujeres. De acuerdo con las costumbres de la época, los papeles cotidianos de las mujeres se consideraban un deber natural; así­, el derecho al voto formó parte de los reacomodos polí­ticos y económicos necesarios para la naciente industrialización, y necesitaba el apoyo de todos los sectores y de una imagen de igualdad hacia el exterior.

La negativa ante el voto femenino es sólo un ejemplo de las diferencias expuestas en lo público, así­ como los argumentos que justifican la mentalidad de una época; pero la organización dejó precedentes en la memoria para las futuras generaciones.

Graciela Machuca

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