Mujeres catalanas investigan ¿Dónde están las mujeres en el sueí±o americano?

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Entrevista a Pilar Weiss, 34 aí±os, analista polí­tica, asesora de organizaciones en temas electorales en Washington DC

En las estaciones de metro de Washington se puede leer un afiche que recita así¬: «Prueba a rozarme con malicia y te voy a denunciar», para avisar a los varones que la mujer no es un objeto sexual, y en tal sentido no se puede usar la imagen de mujeres ligeras de ropa para publicitar coches o cervezas. Optimo.

Sin embargo, en el paí­s de lo ”polí­ticamente correcto», los EEUU, la presencia de las mujeres en las instituciones federales y estatales tiene porcentajes ridí­culos, muy inferiores a las de Europa, ífrica y Asia», comenta para la Independent Pilar Weiss, una joven socióloga de ojos claros, e ideas contundentes, que tiene en su curriculum también un periodo de voluntariado en Bolivia.

Esta ausencia, por supuesto, repercute en las condiciones de vida de las mujeres. Si faltan mujeres que hacen leyes, los derechos de las mujeres van menguando, poco a poco. Es un cí¬rculo vicioso, y es lo que está pasando en el paí­s (quizás por pocos aí±os) más poderoso del mundo.

Todo empezó con Clinton -dice Pilar Weiss – si, el carismático presidente conocido por un affer con una becaria y que no estuvo atento a las necesidades de las mujeres en la sociedad.

I continua explicandose: Fue durante su mandato que se quitaron uno tras otro las medidas que hací­an la vida mí s vivible, como las guarderí­as, tan importantes en un paí­s donde 18 millones de nií±as y nií±os viven solo con la madre.

Por supuesto, no se dijo abiertamente, como en uno cualquiera de los (despreciados) paí­ses árabes: Queremos que las mujeres cuiden de su proles, sin ir por allá afuera a competir con los hombres. La maniobra es mí s sutil: Todo el mundo debe trabajar y tener éxito, se afirma…pero en la prí ctica las mujeres se hallan entre los grupos sociales que más están pagando el precio de la funesta polí¬tica neoliberal, la «reaganomics».

Lo recuerda en su libro «El precio de la civilización» también Jeffrey Sachs, un economista de Harvard que se lució aplicando en Bolivia una terapia de shock en los 80 contra la hiperinflación, y después se convirtió en asesor de Ban Ki Moon en los Objetivos del Milenio de la ONU para erradicar la pobreza, justo cuando se disparaba, con la desigualdad, hasta en su propio paí­s, Estados Unidos. Fue Reagan, como se recordarí , que marcó un camino diferente al que se estaba practicando (economí­a mixta entre Estado y privados) aliándose con los ultraliberales «Chicago Boys», capitaneados por Milton Friedman. Para ellos, y para Reagan, el estado no era la solución sino «el» problema: los ricos debí­an ser liberados de la carga de impuestos, para poder invertir mí s y difundir abundancia. En cambio, ellos se volvieron adictos a la especulación, y lo que difundieron, con la estrepitosa caí­da de los bancos, fue desempleo y miseria. Lo peor fue liberar a los ricos de la responsabilidad moral de cuidar de los más débiles de la sociedad, definiéndolos «perdedores».

(También Romney define ahora como «parásitos» el 47% de los americanos, que creen tener derecho a salud, educación, y oportunidad de trabajo).

Gracias a Reagan, se redujeron los fondos para la educación, la formación profesional, y los programas de empleo, y se desmantelò el programa de energí­as alternativas ( quitando hasta los paneles solares puestos por Carter en la Casa Blanca): todos estos, sectores claves de progreso. Ahora tenemos un gobierno reacio a asumir sus responsabilidades y compromisos a nivel medioambiental (al contrario, ha dado leyes mí s laxas en temas de emisiones de la industria petrolí­fera); la reforma sanitaria propuesta por Obama ha sido minimizada, y los planes de creación de empleo han sido bloqueados por la mayorí­a republicana en el Congreso.

Los estudiantes y las estudiantas que terminan la universidad tienen una deuda de 50mil dólares (el préstamo concedido por el estado para facilitarles los estudios), y ahora no es tan fácil como antes encontrar trabajo. No todos, por supuesto, pueden tener acceso a las islas felices en ciertos sectores modernos y pujantes de la economí­a, como los relacionados a Silicon Valley, con magnificas condiciones de trabajo.

Me preguntas, y todos nos preguntamos, por què en esta situación de crisis no hay revueltas sociales más contundentes que la reciente «Occupy Wall Street», como hubo con los movimientos de masa para los derechos civiles de la población de color en los 70, que llevaron tiempo después un presidente mulato a la Casa Blanca. O como en Europa, donde millones de personas pueden salir a la calle en un solo dí­a, para protestar contra una guerra o un gobierno.

La respuesta es que también a nivel de participación polí­tica poco a poco se han ido aprobando leyes que bloquean las posibilidades de manifestar.

Si tienes un afiche grande, puedes ser arrestado así­ nomás, ni hablar si ocupas espacios públicos.

El «Occupy Wall street» fue una chispa que no logró prender el bosque. No tanto por los arrestos que hubo, más bien, en mi opinión, por la presencia de varias corrientes internas que no lograron dar unos mensajes unitarios y claros a todo el mundo. Se han quedado, y existen a nivel local, muchos grupos que trabajan alrededor de objetivos concretos, como ayudar a las y los adolescentes a no fracasar en la escuela pública, o a evitar los desahucios cuando la gente ha perdido trabajo, no puede pagar la hipoteca y se queda en la calle. Claro, ya es un resultado evitar un desahucio acá y uno allá, pero hay miles y miles por resolver, sobre todo en Nevada y Florida, unos de los estados más golpeados por la crisis.

Es curioso observar como el activismo voluntario que ayuda a los desahuciados o los estudiantes, son financiados en general por fundaciones privadas, y en parte, por los gobiernos locales o federales, que mantienen leyes injustas. Y ahora los gobiernos estatales tienen las cajas vací­as.

Otro tema crucial es el de las elecciones. Es conocido que en Estados Unidos el porcentaje de votantes es inferior al de Europa, por ejemplo, y que la victoria deObama se dio por el trabajo capilar de millares de personas voluntarias que se movilizaron para convencer a la ciudadania a enfrentar el complicado proceso de obtención del certificado electoral. Que cuesta 25 dólares, y para muchas familias es una cifra. Además, para obtener el certificado debes mostrar la licencia de conducir, o un documento de identidad, que debes conseguir perdiendo tiempo y dinero en varias oficinas. Peor aún si te has mudado de un lado u otro de la calle, o si a otro estado: pasarí n meses antes que te lo otorguen. La burocracia es engorrosa y hasta para pedir informaciones debes pagar algo. Así­ se entiende porque mucha gente no está entusiasmada con las votaciones, más aun si está enterada que los bancos financian los dos partidos ofí­ciales, condicionándolos a hacer polí­ticas poco diferentes entre ellas.

La mayorí­a de la gente no tiene formación suficiente para ser ciudadanas y ciudadanos conscientes. Los mensajes polí­ticos, para llegar a la gente, deben ser muy simples. Alan Gore, por ejemplo, con sus cifras escalofriantes sobre el calentamiento global, es considerado un sabelotodo, demasiado sofisticado para el portero, el panadero, el taxista.

¿Qué se publicita mucho en la televisión? A parte de los omnipresentes coches, hay muchos spots sobre medicamentos. Es la poderosa industria farmacéutica que nos ha medicalizado a todos y a todas. La industria alimentaria agrega a los productos azúcares y aditivos daí±inos, así­ la gente se vuelve obesa, o con el colesterol por las nubes, y de una manera u otra debe consumir medicamentos que podrí­a evitar con alimentos sanos y ejercicio.

La industria farmacéutica está relacionada con las poderosas aseguradoras, que tiene tarifas altí­simas para asegurarte tu derecho a ser asistido si te enfermas, pero en la letra pequeí±a siempre hay trampas del tipo que si vas al hospital, debes pagarte la anestesia…en fin. Por eso mucha gente no la contrata, rezando todos los santos para no enfermarse. El sueí±o americano, el de la casita bonita con coche afuera, los nií±os que juegan con el perro, es para las pelí­culas. Segí¹n las estadí­sticas, hay mí s posibilidad de progresar, partiendo de cero, en Dinamarca que en Estados Unidos. El sueí±o americano, se ha trasladado, al parecer, a la Europa del norte.

La población americana está adiestrada por todos los medios, a tener miedo de todo los miedos equivocados: a los drogadictos, a las minorí­as étnicas, los baby killers, (adolescentes que matan), menos a lo que verdaderamente cuenta. Un sistema económico que ha perdido el concepto de bien común- concluye Pilar Weiss– «.

Graciela Machuca

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