Detrás de la Noticia

Ricardo Rocha

Pocas veces en las décadas recientes ha habido un momento tan decisorio para este paí­s. No es exagerado seí±alar que, a partir de hoy y durante los próximos tres meses, escribiremos un capí­tulo que marcará un antes y un después para la nación entera: En algún momento de este dí­a el presidente Enrique Peí±a Nieto presenta al Congreso su iniciativa de reforma energética. Y aunque hasta ahora conoceremos los detalles, no se necesita ser muy listo para anticipar que se trata de una propuesta amplia y a fondo que intenta romper tabúes y cambiar todos los paradigmas en el sector energético y sobre todo en Petróleos Mexicanos. 

El Presidente sabe que está en una coyuntura única e intentará hacer historia. 

Así­ que podemos estar seguros de que su iniciativa contempla dos aspectos fundamentales: cambios sustantivos a los artí­culos constitucionales 25, 27 y 28, que de plano establecen candados infranqueables para la participación de capital privado en la exploración, explotación y producción de recursos petroleros; en paralelo, un nuevo régimen fiscal que evite que Pemex esté obligado a entregar el total de sus utilidades a la voracidad ancestral de la Secretarí­a de Hacienda, que cada aí±o deja a la paraestatal sin recursos para reinversión y crecimiento. Por supuesto que puede haber sorpresas, pero me parece que esas serán las dos propuestas centrales alrededor de la cuales girarán las demás.

La primera ha generado ya un debate que se intensificará cada dí­a que pase y que inicia hoy su fase crí­tica: de un lado, quienes apelan al concepto de patriotismo forjado en aquella epopeya del 38 cuando la expropiación decretada por Lázaro Cárdenas, para rechazar rabiosamente lo que la vox populi llama ”la privatización de Pemex»; en el otro extremo, están quienes ven en la propuesta presidencial una panacea absoluta y perfecta a la que no habrí­a que cambiarle ni una sola coma. El choque entre dos dogmas de fe. Aunque en el debate, los primeros están obligados a ofrecer alternativas más allá de su negativa a ultranza; y los segundos, a precisar las limitaciones legales que evitarí­an la pérdida de la riqueza petrolera como patrimonio común de todos los mexicanos. 

En el alegato tendrí­a que haber algo más que frases hechas: estadí­sticas, datos duros, contextos internacionales, prospecciones globales de mercado, accesibilidad a tecnologí­as de punta y todos aquellos elementos indispensables en un esquema de toma de decisiones. Desde luego que serí­a muy ingenuo esperar un amable intercambio de opiniones. Se producirá sin duda una discusión feroz entre legisladores del PRI, el PAN y el PRD séase por convicción o por conveniencia. Por desgracia, un debate más oportunista que ideológico. 

Lo que creo que ni unos ni otros pueden desdeí±ar es la brutal realidad del escenario de esta polémica: un México en el que, según datos oficiales, tan sólo en el sexenio calderonista se aí±adieron 12 millones de pobres para sumar 70 que son la mayorí­a de la población; más de 20 millones de hombres, mujeres y nií±os que padecen hambre cada dí­a; otros tantos que sobreviven apenas en la economí­a informal; y 7 o tal vez 8 millones de jóvenes ”ninis» a los que les cancelamos el futuro. 

Así­ que creo que antes de discutir las especificidades técnicas y financieras de la reforma energética, debí­amos responder estas preguntas: ¿cuáles son las alternativas viables para romper las cadenas de la pobreza? ¿tiene México todaví­a posibilidades de acceder al desarrollo? ¿hay además de Pemex —con todos sus defectos y virtudes— alguna otra palanca posible? 

Yo creo que no. Que no hay más. Que es Pemex o Pemex. Y que por eso estamos obligados a encontrar una ví­a inteligente, moderna, valiente y, por qué no, patriótica. La nación nos lo demanda. 

Y lo único que serí­a inadmisible es que fuéramos incapaces de alcanzar un acuerdo en lo esencial, que nos permita salir de una larga etapa de mediocridad; de una inercia angustiosa, intolerable y potencialmente explosiva a la que hemos condenado a varias generaciones de mexicanos. Así­ que nadie puede hacerse a un lado. Todos compartimos esta responsabilidad histórica.

Graciela Machuca

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