El defensor del lector: un oficio en construcción

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Germán Rey *

Raras veces se tiene la oportunidad de asistir al nacimiento de un oficio. Pero cuando se logra, la experiencia es emocionante: se observan las dudas frente a su origen, las tribulaciones para conseguir definir su destino y sus objetivos, los esguinces para parecerse a sí­ mismos desde el comienzo. Es difí­cil definir una identidad en unos tiempos en que muchas de ellas o se han derrumbado o se ponen duramente a prueba.

El Defensor del lector es un oficio en construcción. Oficio, por una parte, variado y por otra, titubeante. Pero un oficio que concentra, como los agujeros negros, una enorme potencia, porque sirve de espejo de las turbulencias que viven a diario las relaciones entre medios de comunicación y sociedad, derecho a la información y poder

La naturaleza inconclusa de la Defensorí­a del lector es explicable. Hasta hace muy poco aí±os, menos de quince, algunos periódicos pioneros del tema en América Latina, como la Folha de Sao Paulo (1989) o El Tiempo de Bogotá, propusieron la figura y generaron, entonces, un nuevo oficio. Nuevo por su originalidad, pero también por las funciones que empezó a asumir, los campos que vino a ocupar y la trama de relaciones que comenzó a tejer con los dueí±os de los medios, los anunciantes, los directivos, periodistas y sobre todo, los lectores.

Como lo seí±ala Javier Darí­o Restrepo, ya en 1916 habí­a en Suecia, cuna del ombudsman, un Consejo de Prensa, que recibí­a las quejas de la población contra cualquiera de los periódicos del reino. «El ombudsman individual -escribe- solo apareció allí­ en 1967, ante el fracaso del Consejo de Prensa y en el mismo aí±o, dos periódicos de Lousville en Kentucky, nombraron a John Herchenroeder como el primer ombudsman en los Estados Unidos. Pero está vez no fue solamente para recibir quejas. Los directores de The New York Journal y del Courrier Journal se estaban preguntando: «¿qué es lo que anda mal en la prensa?», y a Herchenroeder le correspondí­a responderlo. El Defensor se moví­a pues entre dos tareas diferentes: la de recibir quejas y la de proveer respuestas a la crisis de los periódicos».1

Es interesante que desde sus propios orí­genes el Defensor del lector haya estado unido a estos dos propósitos: estudiar y tramitar las demandas de los lectores, pero además ofrecer elementos para afrontar la crisis de los periódicos. Mientras el primer asunto crece en la medida en que se aumenta la participación de la sociedad (es decir, en la medida en que los lectores son más ciudadanos), el segundo tiene hoy una vigencia enorme. Los medios de comunicación se están redefiniendo a partir de las transformaciones de las sociedades, lo que significa modificaciones de lo público, aumento desmesurado de la oferta informativa, relación entre tecnologí­as y vida cotidiana, cambios en la agenda temática que le interesa a la gente, variaciones en las rutinas y prácticas de lectura, competencia con otros lenguajes, etcétera, aunque con frecuencia la crisis se vive en los modos de representación de la realidad que hacen los medios, en las formas de construcción de la agenda.

Esta condición de proyecto en construcción, de figura que busca delinear sus propios contornos, se pudo apreciar en el Primer Seminario Internacional de Defensores del lector realizado en la Casa Clavigero de Guadalajara (diciembre de 2002) bajo la coordinación de la Fundación del Nuevo Periodismo y con el auspicio del periódico Públicode Guadalajara, el BID, la Fundación Friedrich Ebert y el ITESO.

Pero también es un oficio que en América Latina tiene dimensiones comunes y claras diferencias. Es común el significado más profundo del trabajo del Defensor, es decir, su mediación entre los lectores y el medio de comunicación. Como también lo es, la completa autonomí­a del oficio, sus limitaciones temporales, los materiales primarios con los que trabaja (básicamente conformados por las demandas de la gente), algunos de sus procedimientos y hasta sensaciones mucho más personales e í­ntimas. El oficio del Defensor del lector parece ser, un oficio de soledad.

Quizás lo sea porque más allá de los análisis y de las investigaciones, inclusive de la propia expresión pública de las opiniones, el Defensor se queda ante la soledad de su conciencia. Al final los juicios morales remiten a declaraciones y decisiones muy personales.

Así­ es, aunque se cuente con orientaciones generales consignadas en los manuales de estilo, los manuales de redacción o lo estatutos del Defensor, además de los precedentes dentro del medio, la interacción con los periodistas y la propia experiencia.

En general, todos los Defensores del lector en el continente tienen un tiempo especí­fico para su tarea, lo que evita largas e indebidas permanencias en el oficio. Y es un tiempo relativamente corto, que no suele sobrepasar los tres aí±os. Este lí­mite garantiza la renovación de las percepciones, la prevención de los estragos del cansancio y sobre todo la necesaria modificación de miradas y perspectivas. Es a la vez, un mecanismo de control del poder.

La columna dominical cada semana es otra coincidencia del oficio, como lo es una cierta austeridad para realizar un trabajo que requiere distancias, equilibrios complejos y afirmaciones de independencia. La gran mayorí­a de los Defensores trabajan asistidos tan sólo por una secretaria y en algún caso excepcional, ayudado por la colaboración de un asistente o auxiliar.

La ubicación en las jerarquí­as de la autoridad también es un rasgo común. El Defensor está ubicado en un lugar organizacional que protege su independencia. No tiene —como seí±ala el Manual de Redacción de El Tiempo, en Bogotá— ni dependencia hacia arriba ni autoridad hacia abajo. No depende, en efecto, de ninguna estructura jerárquica —sean dueí±os, directores o editores— ni se involucra directamente en actividades que tengan que ver con el proceso de elaboración previa de la información. En algunos casos existe una separación fí­sica de la redacción e incluso, como sucede en la Folha de Sao Paulo, las relaciones directas con los periodistas son pocas. Es la opinión pública del Defensor la que se define como el referente para todos, desde los propios periodistas hasta los lectores y lectoras.

Como observaremos más adelante, la relación de cercaní­a—distancia, es uno de los temas en que surgen más interrogantes sobre la propia operación y el perfil del trabajo del Defensor del lector.

Casi siempre las relaciones del Defensor se establecen con los directivos de los diarios, aunque existen casos en que se han generado formas de relación con los periodistas. Pero no hay obligaciones explí­citas en ninguna de las experiencias analizadas sobre lazos de dependencia u obligaciones especí­ficas de rendición de cuentas. Su labor es claramente, un ejercicio de la independencia.

Los Defensores, en un buen número, son periodistas que han hecho una carrera importante dentro de sus respectivas redacciones. Pero no siempre es así­. Los hay que han sido colaboradores de los periódicos o académicos que conocen la tarea periodí­stica. Lo que es imprescindible es su competencia crí­tica, su capacidad de análisis y el reconocimiento de su debida independencia. En el Estatuto del Defensor del lector del periódico Público se dice que «Todos, de una u otra forma, han tenido una proximidad con los medios o el periodismo».

El apoyo irrestricto de los dueí±os y los directivos es otro elemento común y fundamental para la tarea del Defensor. Sólo si existe una voluntad polí­tica que resalte la conveniencia e importancia de la tarea, se garantiza la solidez de la figura y la efectividad de sus propósitos.

En la gran mayorí­a de los casos analizados, existe un referente normativo para la tarea del Defensor. Un referente del que no se ha partido desde el inicio sino que se ha caracterizado por los titubeos, el ensayo y la intuición; las reglamentaciones formales han sido más bien el resultado de un proceso. Sin embargo, las intuiciones preliminares fueron sorprendentemente semejantes. En La Prensa de Panamá, por ejemplo, se ha incluido un capí­tulo en su Manual de Estilo, lo que también sucede en laFolha de Sao Paulo, en El Tiempo de Bogotá o en El Colombiano de Medellí­n.

Hay otras coincidencias. La importancia de la Defensorí­a para afirmar la credibilidad y la confianza, su sentido en términos de la defensa del derecho a la información y otros derechos fundamentales y su incidencia en la calidad del periodismo.

Las diferencias también existen y muestran matices y sobre todo formas de adaptación de un oficio en construcción, a las realidades de un entono que cambia.

CERCANOS O DISTANTES

Una primera y muy fuerte diferencia tiene que ver con la cercaní­a a los periodistas. Las opciones son básicamente dos: la primera mantiene una distancia constante frente a la redacción, bajo el argumento que otro comportamiento significarí­a involucrarse demasiado y perder contundencia crí­tica. En esta opción, el Defensor no interactúa con los periodistas, que se enteran de sus determinaciones a través de la revelación pública de sus puntos de vista en su columna, en sus informes, o en los análisis que entrega a la redacción. Una variante de ésta evita que el Defensor esté en la redacción pero recibe en su despacho a los periodistas que sean requeridos para aclararle algún punto al Defensor o para exponerle sus inquietudes. Una segunda opción insiste en la necesidad de establecer relaciones con los periodistas como una oportunidad para realizar adecuadamente la tarea, pero sobre todo para lograr efectos pedagógicos en la redacción. Algunos Defensores realizan talleres con los periodistas, resuelven dudas e investigan directamente las implicaciones de los periodistas en las circunstancias que están analizando. En ningún caso se seí±alaron repercusiones directas de las opiniones de los Defensores en la estabilidad de los periodistas.

También existen diferencias en torno a la labor pedagógica del Defensor que se entiende sobre todo como el intercambio de experiencias más que como una actitud explí­cita de enseí±ar, por lo menos a la manera como se entiende tradicionalmente.

En general todos los Defensores del lector son nombrados por los directivos máximos del periódico, aunque existe una interesante experiencia —la del periódico Público de Guadalajara— en que la elección recae en los consejos de lectores. «Previa aceptación de las personas propuestas —dice el Estatuto del ombudsman—, la dirección del periódico convocará a una sesión plenaria de los consejos editoriales de Público para elegir al ombudsman. Los consejeros recibirán previamente los currí­culos de los candidatos».

Todos, también, reciben honorarios de las propias empresas periodí­sticas y un buen número mantiene contrato escrito; en algunos de ellos existe una cláusula en que se garantiza la estabilidad del Defensor, de tal manera que su cargo no esté al vaivén de las opiniones de los dueí±os o los directivos de los medios. Sólo en el caso de las Defensoras del televidente de los dos canales privados colombianos, la elección es obligatoria por ley. En todos los demás casos, tener un Defensor ha sido una decisión autónoma de los propios medios de comunicación.

En algunos casos, como en la experiencia del Diario do Grande ABC de Sao Paulo y TeleAntioquia, en Medellí­n, la experiencia de Defensorí­a —que es fundamentalmente individual— se convierte en una interesante experiencia colectiva. En el primer caso se trata de Consejos de lectores que son seleccionados por un perí­odo de seis meses y en el segundo por un Consejo, compuesto por profesionales de distintas disciplinas, que se pronuncian autónomamente sobre las inquietudes de los televidentes y sobre aquellos temas que consideren pertinentes.

Además de tener en las quejas un material invaluable para su labor, los Defensores suelen estar muy alerta, para resaltar —motu propio— aquellos asuntos que a su juicio consideran de interés para los lectores.

Sólo en algún caso, se observaron discrepancias frente a opiniones del Defensor que presumiblemente traspasaban su campo, hacia decisiones meramente administrativas, que serí­an propias de otras instancias. Mas si ellas interfieren los contenidos informativos que reciben los lectores, entran a formar parte de la agenda temática del Defensor.

En algunos casos el Defensor tiene una carrera periodí­stica dentro del medio y por lo tanto lo ligan lazos contractuales asumidos de tiempo atrás; en otros, su contrato es exclusivamente por el tiempo estipulado como Defensor e incluso se afirma que su actividad debe ser complementaria de otras. Así­ mismo es variable el tiempo de dedicación, que va desde la completa y exclusiva de la FolhaLa Prensa, RCN y Caracol, hasta dedicaciones menos intensas. En el Estatuto del ombudsman de Público se dice que «para asegurar su independencia de criterio se le remunera su trabajo, pero no es parte de la nómina del periódico y tampoco es su principal actividad profesional».

Uno de los elementos centrales de la figura del Defensor es su independencia. Se trata, en primer lugar de independencia frente al propio medio, ya sea por su total autonomí­a en el trabajo, ya sea por la ausencia de relaciones de dependencia con los directivos y dueí±os del periódico. Pero también es independencia de criterio. El Defensor, recibe los casos, los analiza, indaga para obtener mayor información y asume una posición que expone directamente al público, sin ninguna interferencia, a través de su columna que se publica el dí­a de mayor circulación del periódico (el domingo) y en un lugar destacado.

La independencia se garantiza por ser un «lector acucioso, crí­tico y enterado» como afirma el estatuto del ombudsman de Público y porque representa fundamentalmente los intereses y demandas de los lectores, lo que obviamente no debe interpretarse como estar constantemente de acuerdo con ellos.

LA PIEDRA EN EL ZAPATO

El Defensor tiene además diversos mecanismos que salvaguardan su independencia: la obligación de los periodistas de remitirle todas las quejas que reciban de sus lectores, la comunicación directa que tiene con estos a través de los medios más variados (cartas, fax, correo electrónico, teléfono), el análisis de los periódicos y medios de la competencia para observar los tratamientos que se le dan a temas de la agenda noticiosa, el seguimiento detallado de la información del periódico…

Ser independiente es la condición básica del trabajo del Defensor, como también lo que motiva la confianza y la credibilidad de los lectores. «Contra el estancamiento que propicia la autosatisfacción —escribe Javier Darí­o Restrepo— en que es fácil instalarse cuando se cultiva la idea de que el periódico es mejor que el de la competencia, o que la modernización de sus equipos lo pone en ventaja, o que se cuenta con una jugosa pauta publicitaria o con una creciente circulación, contra todos esos argumentos adormecedores, se levanta la crí­tica de los lectores y del Defensor que, como un acicate o una piedra en el zapato, perturba la autosatisfacción, reta la creatividad y el espí­ritu de renovación del periódico y lo mantiene despierto y activo».

La independencia es criterio y distancia frente a todo tipo de interés, escucha e indagación de los hechos que están en juego, libertad para criticar al interior del medio y públicamente.

La caracterí­stica de «agujero negro» de la Defensorí­a concentra en ella varios de los asuntos más importantes de la práctica periodí­stica: por una parte, las variaciones y la vitalidad del derecho a la información que es derecho de doble ví­a, tanto de los dueí±os, directivos y periodistas como de la ciudadaní­a. Certifica, por otra, las agudas transformaciones que viven los medios en la escena social, como por ejemplo, las relaciones entre lógicas comerciales y autonomí­a periodí­stica, el sentido público de la información, la importancia de la complementariedad de los derechos fundamentales con la libertad de expresión, el papel creciente de los medios de comunicación en la gobernabilidad y en general en la democracia, su intervención en la fiscalización de todos los poderes incluyéndose a sí­ mismos y su intervención en la creación de ambientes o atmósferas sociales.

La Defensorí­a muestra que tienden a cambiar las relaciones entre los lectores y los medios, y que la reiterada afirmación de que aquellos son el sentido de la información se hace cada dí­a mas real y exigente. Lectores que critican, que siguen con cuidado el tratamiento de las noticias; lectores exigentes que quieren ver más pluralismo, más calidad y nuevos temas. Lectores que defienden sus derechos y demandan de los medios veracidad, oportunidad y profundidad. En este redimensionamiento del lector tienen los periódicos un patrimonio y una vigilancia permanentes.

Finalmente todo oficio es evaluado por sus propias repercusiones, por la eficacia de sus actuaciones. Mover la pesada máquina institucional de los medios es difí­cil; la tarea del Defensor es permanecer con constancia en sus análisis, hacer evidentes los temas conflictivos que se presentan en la construcción de la información, exponer públicamente los problemas que a diario se producen entre los diferentes actores de las noticias. De esta manera se moviliza una pedagogí­a que va teniendo sus resultados, no siempre de corto plazo. Pero la figura del Defensor es tan sólo uno de los instrumentos que tienen los medios de comunicación para cambiar, para estar alerta a las demandas que justamente le hacen sus lectores. Sólo que es un instrumento que está hecho no para legitimar sus actuaciones sin arriesgarse a los cambios, sino para hacerlos, a partir de las demandas de la gente.

Los lectores siguen con mucha atención las vicisitudes de los Defensores, los caminos de sus opiniones, pero sobre todo las repercusiones prácticas de sus análisis. Esto lo deben tener en cuenta los medios que asumen con seriedad los aportes que trae este oficio en construcción.

EL PANORAMA DE LOS TEMAS

El perfil del oficio es tan interesante como el panorama de sus temas más frecuentes. En otras palabras: los asuntos que se le presentan a los Defensores del lector en América Latina representan muy bien el mapa de las tensiones más habituales y de las exigencias más fuertes que tienen los periódicos desde la percepción de sus lectores.

Una primera categorí­a de temas es la que se refiere a la calidad de la información. Este es sin duda uno de los núcleos centrales del periodismo, hasta tal punto, que algunos Defensores piensan que más que problemas especí­ficamente éticos lo que se presenta es un conjunto de quejas referidas a la calidad del tratamiento informativo, a los procesos de construcción de la información. Para otros, sin embargo, hay unas intersecciones muy serias entre calidad informativa y ética, ya que muchos de los problemas de la segunda se jugarí­an en la primera.

Dentro de esta categorí­a se incluyen los traslapes entre información y opinión, el centralismo en la información, los errores en la información o en los servicios, la omisión de temas importantes dentro de la agenda, las fallas de precisión e inexactitudes. Pero también las deficiencias de pluralismo, las distorsiones e interpretaciones sesgadas de las noticias y el inadecuado manejo de las fuentes.

Todos estos problemas hacen que la información que se ofrece a los lectores sea de mala calidad, cuando no interesada o desfigurada. Y los lectores son especialmente sensibles a esta clase de problemas.

Una segunda categorí­a de temas que emerge de las experiencias de los Defensores del lector latinoamericanos tiene que ver con la relación entre el derecho a la información y otros derechos fundamentales.

Aquí­ se pueden incluir las crecientes exigencias de los lectores y lectoras sobre los derechos de las minorí­as, desde las étnicas hasta las sexuales, las ofensas a la honra y al buen nombre de las personas, los procesos de rectificación y en general todo lo que signifique el respeto y promoción —desde el periodismo— de las libertades civiles.

Una tercera categorí­a se refiere a la independencia de la información y del medio. Los lectores son muy susceptibles y crí­ticos frente a toda acción que signifique una pérdida de independencia o actitudes parcializadas, ya sea que provengan de afuera del medio, ya sea que formen parte de las dinámicas internas de los medios.

Una cuarta categorí­a está compuesta por temas que son muy sensibles y a los que aluden los lectores en sus cartas o en sus demandas. Uno es todo lo referido a la polí­tica. En particular el perí­odo de elecciones provoca la atención de los lectores; se analiza la equidad en el tratamiento de la información sobre los candidatos, los encabezados o titulares, los pie de fotos, las fotografí­as, y en fin, todo lo que conformarí­a una información adecuada de un proceso generalmente lleno de tensiones e intereses. Un punto de particular cuidado es el de la publicidad polí­tica concedida por los medios y los compromisos que se pueden derivar de estas asignaciones.

La sexualidad es otro tema que provoca frecuentes polémicas, así­ como la seriedad del tratamiento de la información sobre temas que inciden directamente sobre la vida cotidiana.

LA ENERGíA DE LOS «AGUJEROS NEGROS»

El perfil del oficio de Defensor, los temas más frecuentes que llegan a su mesa de trabajo y la experiencia en el manejo de los casos, revelan algunas cuestiones que están en el centro del ejercicio contemporáneo del periodismo. Dicho de otra manera: en este oficio singular se concentran, como en la metáfora de los agujeros negros, la potencia y los riesgos de la producción y circulación social de la información.

El trabajo del Defensor se ubica en un horizonte claramente ético. Como también sucede todos los dí­as con el trabajo del periodista. Las figuras del Defensor como magistrado, juez, mediador o conciliador dependen de la comprensión ética que se maneje, del proyecto ético en que se inscriban.

Más que una ética de normas, de principios abstractos o de valores generales, la labor del Defensor se ubica, como lo seí±ala Luis Petersen, Defensor del lector de Milenio, en una «sabidurí­a de la situación».

Una ética simplemente normativa define el trabajo del Defensor como una especie de intérprete apegado a la formalidad. Una ética de principios —que son importantes y necesarios— puede llevar a un distanciamiento entre ellos y las realidades, hasta tal punto que se genere un abismo en que los principios subsistan como grandes ideales por completo alejados del ajetreo diario. En ese sentido tiene razón Adela Cortina cuando habla de una ética de la responsabilidad convencida. La libertad —dice el pensador chileno Humberto Maturana— es la responsabilidad de la responsabilidad. Y ésta, significa hacerse cargo de los efectos de nuestras propias decisiones, de las repercusiones que tienen nuestros actos. Una ética que asuma la responsabilidad debe hacerlo a partir de una serie de convicciones mí­nimas pero centrales.

El formalismo cede a la vitalidad de las situaciones que deben ser afrontadas por el Defensor. Si bien casi todos los medios consultados tienen Manual de estilo o normas de procedimiento, la labor del Defensor no se reduce únicamente a su aplicación. Sólo su tarea interpretativa y su lectura acuciosa, su experiencia y la exploración de los matices que suelen tener casi siempre los conflictos, facilitan su labor.

El lector también ha cambiado. No hay un lector homogéneo, sino una enorme variedad de lectores: lectoras, lectores jóvenes, lectores de regiones. Lectores de culturas globales, lectores locales. Y junto a la heterogeneidad de los lectores, están los distintos modos de lectura y las diferentes relaciones entre los lectores y los textos.

El trabajo del Defensor detecta cada dí­a esta variedad y experimenta en cada momento las caracterí­sticas diferentes que componen las demandas y exigencias de la gente. Porque los motivos de los lectores son múltiples: se dirigen a los periódicos para exigir sus derechos, para contrastar la información que reciben o para denunciar sus vací­os y sus omisiones. Para tener una oportunidad de diálogo, ampliar sus conocimientos, o por el contrario, para ofrecerlos desinteresadamente.

Hoy se vive una transición del lector considerado como cliente o consumidor, al lector reconocido como ciudadano. Durante aí±os, los lectores formaron parte del «target» de las empresas informativas. Conocerlos era importante para ampliar los mercados y responder a sus demandas, para diseí±ar los productos y construir nichos de mercado.

Lentamente se fue afirmando la idea de que los lectores viví­an en el consumo experiencias referidas a sus derechos, a sus demandas como ciudadanos. Por eso el derecho a la información se ha convertido en un lugar muy importante para la formación de ciudadaní­a, para la visibilidad de temas públicos y el reconocimiento de los actores sociales.

La armonización de lo público y lo privado es otro de los grandes asuntos a que se ven enfrentados los Defensores. Porque, con frecuencia, las discusiones planteadas por lectoras y lectores rebasan sus intereses individuales (justos e importantes, por lo demás) para abrir el debate sobre temas de interés común. Por eso serí­a importante identificar tipos de conflictos con los que se encuentra habitualmente el Defensor.

Las transformaciones en las formas de propiedad de los medios traen nuevas preocupaciones a los Defensores y nuevos problemas al periodismo. Uno de ellos es la influencia de las decisiones gerenciales en los contenidos y orientaciones informativas. Sucede en los grupos económicos o multimediales que tienen intereses en diferentes campos y que a veces ejercen presiones sobre las tendencias de la información. Este fenómeno no sólo se presenta de afuera hacia dentro sino en los propios contornos de las empresas mediáticas: intersecciones indebidas entre anunciantes e informes periodí­sticos, intervenciones gremiales respaldadas por el poder de la pauta publicitaria aún más necesaria en épocas de recesión, decisiones gerenciales que afectan la vida de la redacción en los periódicos, son sólo algunos ejemplos. Los problemas tienden a volverse aún más complejos con las fusiones entre grandes empresas de soporte tecnológico y grandes empresas de contenidos.

OTRAS FORMAS DE PARTICIPACIí“N DE LOS LECTORES

Tradicionalmente la discusión sobre la responsabilidad social de los medios se ha movido entre dos territorios: el de las regulaciones o de la normatividad jurí­dica y el de la autorregulación. El primero tiende a contraerse bajo la idea de que los Estados no deben inmiscuirse y que en caso de necesitarse leyes, ellas deben reducirse a un conjunto de mí­nimos y no hundirse en la maraí±a de la retórica jurí­dica. La autorregulación parecerí­a el camino más coherente para unir sin tropiezos e intromisiones la libertad de información con la responsabilidad social. Sólo que en algunos casos, las autorregulaciones han sido tan rápidas para expedirse como veloces para incumplirse.

Pero entre los dos territorios están surgiendo zonas intermedias de participación de la sociedad civil, que reconoce el campo de la información como un tema central de la vida ciudadana y las libertades civiles.

Los observatorios de medios, los foros de democratización de la información, los movimientos de lectores y audiencias, los grupos que buscan acentuar la calidad informativa, son algunos ejemplos de estas otras formas de presencia de la sociedad en un tema en el que se la veí­a como simple destinataria. También lo son las veedurí­as de medios, los consejos y paneles de lectores y las ligas o asociaciones de televidentes.

El Diario Do Grande de Sao Paulo tiene un consejo del lector formado por 10 consejeros seleccionados entre los lectores que se postulan para pertenecer a él con «el deseo de discutir el contenido del periódico». Son escogidos después de enviar una breve sustentación de su interés y de una entrevista con los editores del periódico, por un perí­odo de seis meses. «La independencia crí­tica de los consejeros es un concepto importante que el periódico valora. No son admitidos ni el proselitismo polí­tico ni loslobbies a favor de personas, entidades o empresas». Su función, como lo determina el reglamento es cuestionar los procedimientos adoptados por el periódico, las noticias, los enfoques, las columnas, o las fotografí­as. «En fin, todo el material periodí­stico publicado en el diario, para volverlo mejor». No tienen poder de veto y su función es estrictamente consultiva; así­ el periódico no tiene la obligación de adoptar las sugerencias de los consejeros. En las reuniones que se llevan a cabo cada 15 dí­as durante dos horas, los temas los pueden proponer los consejeros o la redacción y asisten el editor-jefe, el secretario de redacción, un editor de área y un reportero.

Existen, por supuesto, experiencias sistemáticas de consejos de lectores, que aportan, a través de su análisis crí­tico, elementos muy importantes para mejorar la calidad periodí­stica.

También hay ejemplos de paneles de lectores como el que tiene O Globo en Brasil. Diariamente se entrevista a un grupo de lectores, a partir de un cuestionario que revisa cuidadosamente el periódico. Uno de los resultados de la investigación es publicado en la página editorial, con su debido diagrama ilustrativo.

El grupo promotor de la Asociación de Consumidores de Información Periodí­stica en México ha propuesto una Carta de Derechos del Consumidor de Información periodí­stica.

La Veedurí­a Ciudadana de la Comunicación Social del Perú es una de las experiencias de participación social más interesantes en el campo de la información. «La convicción que en sociedades como las nuestras los grandes cambios no se van a producir por responsabilidad de dueí±os o gerentes de medios y de sus aliados, sino por la presión y cambio de la ciudadaní­a como protagonistas de la comunicación y sujetos de derecho, quienes tienen potencialmente un relativo poder como consumidores y podrí­an adquirir otro más significativo dada la indignación que existe ante la miseria moral y polí­tica de nuestros medios, especialmente si desarrollan una más afinada conciencia crí­tica y si conocieran sus derechos comunicacionales, exigiéndolos. Porque cuando se cuestiona a los medios se está también haciéndolo a la sociedad entera. Desde una comprobación más intelectual sabemos que si bien el receptor es un sujeto activo, existe desde la oferta una predeterminación de la demanda. El compartir lenguajes y sensibilidades en algún nivel genera complicidades en la audiencia. Más aún, en últimas investigaciones comprobamos las huellas de la influencia en valores y principios como también en comprensiones sobre la polí­tica, la ética y la sociedad».

Es conocida la graví­sima situación que vivieron los medios peruanos durante el gobierno de Fujimori y el modelo de seguridad de Montesinos. Varios medios fueron comprados con dinero, otros se dedicaron a alabar indiscriminadamente al gobierno, mientras que algunos fueron acallados y perseguidos.

La Veedurí­a es promovida por varias organizaciones sociales nacionales e internacionales y sus objetivos son vigilar a los medios «haciendo un seguimiento riguroso de su comportamiento con respecto al desarrollo de la sociedad», dar la palabra a los ciudadanos sobre los medios de comunicación, proponer sistemas de autorregulación y regulación democrática, educar a la ciudadaní­a «en sus derechos comunicativos y de información, calificando la demanda hacia los medios» y colocar el tema de los medios en la agenda pública «sosteniendo su discusión e incentivando el debate sobre su rol en la sociedad, en la cultura y en la vida polí­tica y ética del paí­s». La Veedurí­a se sostiene en la participación de voluntarios, de ciudadanos veedores y de numerosas alianzas estratégicas. Sus lí­neas de trabajo son: un observatorio de medios, educación y participación ciudadana en la evaluación y exigencias de cambios en los medios, actividades con y para los medios de comunicación y propuestas legales.

Lo que están demostrando todas estas experiencias es la necesidad de que los medios se abran a relaciones más activas con la sociedad, que los lectores sean considerados como ciudadanos que pueden aportar mucho a la construcción de ese bien público que es la información, que se profundicen las miradas crí­ticas sobre las relaciones entre el oficio periodí­stico y los cambios de la sociedad.

Están quedando atrás los tiempos en que los medios vigilaban pero no eran vigilados y en que el derecho a la información se consideraba de los periodistas pero no de los ciudadanos. Y en este cambio del escenario el papel del Defensor del lector cobra toda su pertinencia y actualidad.

¿QUIí‰N ES EL DEFENSOR?

Una mirada transversal de la conversación que se construyó en el primer encuentro de Defensores del lector de América Latina, permite reconstruir un cierto consenso sobre este oficio en construcción, donde los estilos personales tienen su cabida y las dimensiones comunes su relevancia.

El Defensor del lector es un lector de lectores. Porque finalmente su tarea se debe a ellos, múltiples y diversos, actores también de una sociedad que intenta nuevas formas de participación. Debe descifrar sus intereses, el significado de sus reclamos, el sentido social de sus demandas.

Es también un mediador entre los ciudadanos y el medio, es decir alguien que interviene poniendo en contacto los requerimientos de los ciudadanos con los procesos de elaboración de la información. Por ello, su acción se despliega sobre la redacción de los periódicos mostrando vací­os, seí±alando distorsiones, aclarando dudas. Pero también se expande sobre la ciudadaní­a, revelando las complejidades del oficio periodí­stico, los encuentros y desencuentros entre lectores y medios.

El Defensor del lector es alguien que actúa crí­ticamente sobre la información producida y se cuida celosamente de no interferir los procesos de elaboración informativa en que la responsabilidad recaer sobre directivos, editores y periodistas. Pero sobre todo el Defensor es alguien que actúa autónomamente. La independencia es la condición fundamental del Defensor que si no tiene autoridad ejecutiva ni dependencia hacia arriba, si tiene en su libertad su capital ético.

Asume una tarea pedagógica al confrontar comportamientos, analizar prácticas, seí±alar actitudes que inciden en la calidad periodí­stica y de esa manera en la información recibida por los lectores.

El Defensor está ahí­ para que pasen cosas y no para que a través de él o ella se legitimen intereses. La eficiencia del oficio probablemente esté en el mediano plazo y obviamente depende de la voluntad de cambio de directivos, editores y periodistas.

Es alguien que ayuda a renovar el derecho a la información y que además sirve como un mecanismo importante de control de los poderes.

Al ponerse en el lugar del otro —una de las dimensiones centrales de la ética— pone en juego los propios prejuicios, hace evidente sus dudas y su fragilidad.

Pero el Defensor arriesga públicamente sus interpretaciones, que transforman la escena de los medios, más en una escena del debate social que de la simple difusión de las noticias.

La interpretación recoge las experiencias, contrasta los diversos puntos de vista involucrados, analiza las situaciones, recurre a la valoración. Al hacerlo pone a prueba con argumentaciones razonables los hechos, y expone públicamente unas conclusiones para la reflexión. El intérprete está abierto a las preguntas.

Finalmente el Defensor del lector hace existir temas, resalta actores y amplí­a la agenda social como agenda ciudadana. A través de los temas más sencillos o de los problemas más complejos hay una sociedad que se representa y se imagina a sí­ misma.

Como en el famoso Credo del creador del pintor Paul Klee, también el Defensor contribuye a hacer visible lo invisible. No en vano el origen de la palabra ombudsman está unido a la tarea del deshollinador.

Casa Clavigero
Guadalajara
Diciembre de 2002

1 Las notas de Javier Darí­o Restrepo pertenecen a su intervención durante el Seminario, titulada «El Defensor del lector».


* Germán Rey trabaja en la Casa Editorial El Tiempo en Bogotá, Colombia, periódico en el que fue Defensor del Lector (2000-2002). Es maestro consejero de la Fundación de Nuevo Periodismo y miembro del Consejo Rector del Premio de Nuevo Periodismo (Cemex-FNP). Fue miembro de la Junta Directiva de El Espectador y forma parte del Consejo de Ciencias Sociales del Sistema Nacional de Ciencia de Colombia. Su libro mas reciente Oficio de Equilibristas (2002) es un análisis sobre 21 casos que conoció como Defensor del Lector. Este texto es la relatorí­a que ofreció al finalizar el Primer Seminario Internacional de Defensores del lector realizado en la Casa Clavigero de Guadalajara (diciembre de 2002) bajo la coordinación de la Fundació

Graciela Machuca

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