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Arthur Miller con Marilyn Monroe. ”Un buen periódico —dijo el dramaturgo estadounidense— es una nación hablando consigo misma».

Las redacciones de los medios de comunicación están habitadas por periodistas chambones que dedican la mayor parte de su tiempo a reproducir las condiciones de mediocridad que posibilitan su desvencijada existencia. Sin embargo, para alivio de quienes no se han derrotado a sí­ mismos, estos personajes obtusos son fáciles de identificar:

a) Suelen obstaculizar las iniciativas ambiciosas o innovadoras, muchas veces propuestas por los colegas más jóvenes.

b) Están más preocupados por dialogar con los factores de poder que con la sociedad. Son hábiles para relacionarse con las élites polí­ticas, económicas y culturales, pero carecen de talento para palpar los intereses de las audiencias. También se ocupan de aceitar las relaciones con directivos y dueí±os de medios, pero desconocen las inquietudes de los reporteros, redactores, diseí±adores, fotógrafos, camarógrafos.

c) Ocupan buena parte de su tiempo en obstaculizar a colegas que destacan por su trabajo o procuran invisibilizar el talento por miedo a ser relevados.

”Un buen periódico —dijo el dramaturgo estadounidense Arthur Miller— es una nación hablando consigo misma». La frase deviene antojadiza. Imaginar un medio de comunicación que dialoga con sus audiencias, que logra interesarlas, tocar sus gustos y preocupaciones es, cuando menos, el oasis donde muchos periodistas quisiéramos ahogarnos.

Pero no seamos ingenuos ni teatrales, la cosa de hacer medios es mucho más difí­cil: ¿Qué es la nación? ¿Cuáles son sus intereses? ¿Cuántas diferentes audiencias caben dentro de La Nación? Parafraseando a Miller, me animo a decir que un buen medio de comunicación es un grupo de periodistas hablando con sus audiencias. Sí­, que cada periodista y cada medio vayan por sus públicos. Porque es razonable que la revista Proceso no tiene que guií±arle el ojo a las lectoras de Quién. Las pretendidas alzarí­an las cejas. También es un hecho que a Joaquí­n López Dóriga no le queda coquetear con los radioescuchas de Carmen Aristegui. Lo verí­an feo. Y seguramente las lectoras de TV Notas no se sentirí­an atraí­das por las exuberancias de Gatopardo. La notarí­an aburrida.

Pero hablando del futuro de los medios sí­ hay una serie de derroteros que hemos ido compartiendo varias generaciones de periodistas, ya sea que andemos con la Quién, el Proceso, la TV Notas, la Gatopardo o nos toque salir con Aristegui o López Dóriga. Una historia de la atrevida Soho no cabrí­a en la exquisita Forbes. Ni viceversas.

Y sin embargo, me parece, el periodismo que amamos se mueve en al menos once pasos:

  1. Detectar la información oculta, escondida, lo que no se sabe o se conoce insuficientemente. La historia de las razones de la ruptura entre Diego Luna y Camila Sodi puede implicar un nivel de reporteo tan intenso como la de las empresas fantasma de los hijos de Caro Quintero. ¿Quién no quisiera encontrar la correspondencia perdida entre Gabriel Garcí­a Márquez y Mercedes Barcha o leer una crónica de lo que ocurre al interior de un casino clandestino de la Ciudad de México?
  2. Identificar la relevancia pública del hecho noticioso. Casi todo tiene una consecuencia social, económica, cultural o polí­tica, o al menos cumple con una necesidad de conocimiento. El modo de vida de la amante de cierto arzobispo nos muestra una realidad de la que muchos queremos enterarnos, así­ como el desvelo de un hecho de corrupción pauta las costumbres de nuestras élites.
  3. Planear la investigación. Como método didáctico, siempre ayuda ubicar por escrito las fuentes de información que debemos consultar. Las ví­ctimas y los victimarios. Los afectados por una polí­tica pública o por una infidelidad. Quiénes son los ganadores y perdedores de la aprobación de un nuevo impuesto. Y para hacerlo hay que documentarse lo más posible antes de iniciar una indagación. Revisar lo que se ha escrito sobre el tema, consultar estudios e informes sobre el asunto, recabar datos duros, cifras y estadí­sticas acerca del hecho noticioso. Así­ tendremos armas para enfrentarnos a la guerra que pueden ser las entrevistas.
  4. Identificar los intereses del medio. De poco sirve intentar publicar en la orgullosa Etiqueta Negra un reportaje duro sobre los negocios turbios de un polí­tico poderoso. O sí­, pero hay que contarlo como lo hizo Carlos Paredes en su enorme ”Las mentiras de un héroe oficial», donde se acomodó a las reglas del periodismo narrativo para describir el lado indignante de Antonio Ketí­n Vidal Herrera, un exministro peruano que ofendió las leyes de su paí­s. Proceso o una televisora peruana lo hubieran hecho de otra forma.
  5. Encontrar historias que acerquen el tema noticioso a la gente, a las audiencias. El testimonio de una madre que busca a su hijo desaparecido dota de relevancia histórica a una tanda de cifras oficiales. El documento que revela desví­o de recursos de un programa gubernamental tiene mayor potencia si va acompaí±ado de las historias de los afectados.
  6. Elegir un enfoque especí­fico. No podemos hablar de todo en un reportaje, es imposible agotar un tema en un espacio finito. Por ello es importante definir el ángulo desde el que vamos a contar la historia. Documentar los pormenores de cómo ha sido Joaquí­n Sabina con sus exparejas es propio de un libro, no de la nota que hablará de la nueva conquista del cantante espaí±ol. Delimitar el tema ayuda a ser prolijo en detalles desconocidos.
  7. Determinar y definir la estructura con que vamos a contar la historia. ¿Narrativa? ¿Informativa? ¿En primera persona, tercera, segunda? La dosis de los elementos es importante. No es lo mismo iniciar el reportaje con una anécdota que soltando datos duros que denuncian un hecho. Las cifras que revelan cómo se incrementó la violencia en México de 2006 a la fecha son una opción para capturar a la audiencia. La experiencia del mesero de un bar, quien quiere irse a casa pero no puede hacerlo porque los parroquianos escuchan frenéticamente las canciones de una artista, sirve para contar que Thalí­a agarró su segundo aire.
  8. Descartar y seleccionar. Mientras reporteamos, recabamos una gran cantidad de declaraciones, datos, cifras, estadí­sticas, estudios, contextos históricos. No pongamos cuatro frases entrecomilladas de un funcionario sólo porque nos concedió dos horas de entrevista, elijamos una o dos, las más significativas, las que aí±adan valor agregado a lo que queremos contar, retratar, y acompaí±émoslo de una anécdota, siete cifras, cinco contextos, tres referencias a un estudio, y contemos en nuestras propias palabras lo que opinan los opositores al personaje que hace las revelaciones más importantes.
  9. Contar la historia sin la presión de la grabadora ni de la cámara. Al final de la investigación, nosotros sabemos más que los aparatos donde registramos las voces y las imágenes de las fuentes. Es por ello que hay que narrar lo que descubrimos sin confiar desmedidamente en la tecnologí­a. Después de escribir la primera versión habremos de visitar las transcripciones exactas, los datos precisos de los informes, los contextos especí­ficos que nos faltan.
  10. Revisar la coherencia, verificar, comprobar. Luego de incorporar los datos precisos, hace falta visitar el reportaje por tercera vez, para revisar que la historia sea congruente. Sólo entonces nos daremos cuenta de qué falta y qué sobra. Una historia sobre la vida privada de un funcionario público, escrita para la revista Quién, puede tener un exceso de contextos polí­ticos; una reportaje sobre corrupción puede pecar de incluir demasiadas anécdotas. En esta fase podemos darnos cuenta de que al corroborar datos, declaraciones y contextos necesitamos corregir informaciones inexactas.
  11. Dejar reposar. Conviene alejarnos de la pieza construida y volver a ella más tarde, para tener una mirada fresca que se concentre en dar congruencia, verosimilitud y agilidad al relato. Mirar la historia pensando en los lectores, radioescuchas o televidentes nos hará ser más claros y contundentes.

Los periodistas chambones nos dirán que hay prisa, que esto no se puede, pero como dice el reportero colombiano Alberto Salcedo Ramos: ”Si no eres porfiado, olví­dalo. Te dirán que no hay espacio, ni dinero, ni lectores» (http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=2214). El periodismo que amamos no es fácil, ni propio para todos, ni conveniente.

* La semana pasada, durante una conversación que sostuve en Facebook con í“scar Balderas, un reportero veinteaí±ero que está contando historias bien padres, leí­ de su autorí­a la frase ”el periodismo que amamos», y recordé que a su edad, solí­a hablar con fruición del periodismo que amamos: el que indaga, pone método, delimita un enfoque, escribe, verifica, comprueba, enfoca. Y así­.

Graciela Machuca

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