El tejido social y la discriminación
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Clara Scherer
En una interesante plática con Enoé Uranga sobre la situación de Michoacán y la urgencia de reconstruir el tejido social (no sólo en este estado, sino en muchos otros lugares), coincidimos en que a pesar de que la discriminación es reconocida como un lastre social, es muy fácil seguir haciéndolo para sostener una sociedad tremendamente desigual en cuanto a ejercicio de derechos se refiere.
Tenemos ley, institución y encuestas, diagnósticos y programas, pero, ¿qué pasa que parece que estamos como si no los hubiera? Nadie toma en serio este grave problema y por el contrario, lo empeoramos. Hacen falta determinación y compromiso.
Cuando hablamos de desigualdad pensamos en la económica; sobre todo en la del ingreso. Sin embargo, ésta es resultado de su interconexión con la desigualdad cultural o discriminación, provocada por diversas causas y que explica el origen de otras. Por ende, la desigualdad que se vincula a los cambios en las fuentes de ingresos ofrece una mirada insuficiente. Dicen los expertos que desde los 70 éstos dependen cada vez menos del trabajo formal y de la actividad empresarial y cada vez más de actividades informales, la migración y el ejercicio de prácticas ilegales y criminales. Esto, por el bajo crecimiento de la economía.
La desigualdad en la distribución del ingreso se vincula a la discriminación de género, étnica y de lugar de residencia. Las mujeres perciben remuneraciones inferiores a las de los varones. El trabajo doméstico y de cuidado no es valorado económicamente; cuando se contrata, está desprotegido por el Estado y con baja retribución. Incluso las ocupaciones en áreas de educación y salud, en las que se registra una elevada participación femenina, reciben retribuciones menores.
En cuanto a la discriminación étnica, la población indígena también percibe menores ingresos, está obligada a desempeí±ar trabajos mal retribuidos en actividades agropecuarias y de construcción. Vive en localidades pequeí±as y dispersas, sin acceso a salud, educación y agua potable. Los indicadores muestran enormes disparidades de acuerdo con el origen étnico.
También existe una gran desigualdad según el lugar de residencia y trabajo. Los salarios de la zona sur son más bajos que los del norte o los de las grandes ciudades. Del mismo modo, los salarios de los trabajadores rurales son inferiores a los de los urbanos.
Se trata de una combinación de orígenes étnicos y territoriales, con niveles de riqueza y capital social acumulados y de educación e inserción ocupacional diferenciados que se retroalimentan. Esto tiende a perpetuar la pertenencia a cada clase, así como la distancia social, cultural y económica entre ellas. Por eso, una parte importante de la desigual distribución del ingreso en México se explica por los motivos que estructuran la discriminación; es decir, un arraigo de tipo cultural que determina las oportunidades de los diferentes grupos de la población para acceder al bienestar.
Si no enfrentamos con eficacia y efectividad la discriminación, cada aí±o y cada día que pasen se profundizará la emergencia. El Estado está obligado a promover políticas y acciones para eliminar todas las formas de discriminación: en la legislación, en las costumbres o en los comportamientos, de modo que las y los mexicanos puedan gozar de todos los derechos humanos sin distinción. ¿Qué pasa, por qué no mejoramos?