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La casa de Gregorio Jiménez de la Cruz habla de él. Las paredes, los pisos y la falta de techo muestran a un hombre cuyo único anhelo en estos dí­as era contar con una vivienda digna para sus hijos, un espacio en donde descansar y pensar la búsqueda de noticias.

Los vecinos de Gregorio, en Callejón Lerdo, lo dicen «era un hombre sin vicios, nunca lo vimos llegar borracho o tarde de madrugada, si no tomaba, por lo menos no se dejaba ver borracho».

Siempre pendiente de los nií±os y su asistencia a la escuela. De hecho, los secuestradores sabí­an su rutina. Le tení­an estudiado y esperaron eso, que regresara de dejar a los nií±os para llevárselo.

Era raro verle en el dí­a en casa «casi siempre se la pasaba en la calle, no sólo hací­a notas, también iba a los bautizos y cumpleaí±os, les vendí­a las fotos a los festejados», cuenta uno de sus vecinos.

Relatan de Gregorio Jiménez la vida de un hombre comprometido con su trabajo, incluso sencillo. Desplantes por ser periodista, presunciones o escenas de prepotencia no le recuerdan.

LADRILLO A DRADILLO

«Casi ni se dejaba ver, siempre estaba trabajado, le metió mucho a las mejoras de su casa». La casa del compaí±ero comunicador es de paredes de material, pero el techo de lámina. Sólo cuenta con ventanas de un lado y en la parte de atrás. La entrada tampoco muestra puerta; incluso, actualmente que su familia es resguardada por las autoridades, fue tapiada con láminas para evitar el ingreso de intrusos. Viví­a sin pendientes ni temores.

Los hijos antes de partir con los miembros de la Agencia Veracruzana de Investigaciones (AVI) sacaron la televisión y otros objetos de valor y los dejaron encargados con vecinos.

En estos terrenos -relatan- se deben arrojar camionadas de arena o relleno, con tractocamiones, cuyo costo ronda los 250 pesos. Son docenas de caminadas las que se deben echar para emparejar, en Villa Allende, cerca de las marismas y bajos a donde se han venido a hacer vida quienes el desarrollo de la ciudad les han negado las oportunidades.

Pese a que es una casa en obra negra, Gregorio buscó todo lo necesario para mantenerla digna, se nota. La pintó de blanco y en el frente hay un jardí­n con unas cuantas plantas. Un perro sale al paso. Olisquea en el patio. Mueve la cola y alza la cabeza en busca de un rastro. Se desconoce si es de la familia; sin embargo se mira fiel y da vueltas constantemente como en busca de alguien.

La casas de alrededor se notan un tanto más humildes. La de Gregorio no cuenta con techo en una parte, ni suelo ni ventanas, pero es evidente el esfuerzo por edificarla de materiales adecuados y duraderos. A un lado, el contraste es claro con las de madera y lámina de metal.

CONSTERNACIí“N Y TEMOR

La mayor parte de los vecinos se dedican al trabajo en Pemex, en compaí±í­as subcontratadas por ésta o de obreros generales.

En Villa Allende abundan los comercios, puestos de comida, tacos y cantinas que parecieran salidas de una pelí­cula de los Hermanos Almada. Villa Allende cuenta con poco más de 20 mil habitantes y subsiste del otro lado del rí­o Coatzacoalcos, colinda con terrenos de los complejos de Pemex y la mayor parte de sus pobladores se ha ido asentando en zonas irregulares, como Gregorio.

Son terrenos propiedad de Pemex y los ejidos, y hasta donde se ve, hay tolerancia para «los que tienen necesidad de una casa, se la piden al comisariado, y ya ellos ven si les dan el terreno o no».

Los vecinos de Gregorio, por el momento, están consternados con la noticia y esperan regrese pronto sano y salvo.

Graciela Machuca

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