Chicza lleva a la pobreza extrema a chicleros de Quintana Roo y Campeche durante la pandemia

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Necesariamente Incómoda

Graciela Machuca Martí­nez

Desde hace años, quien esto escribe ha insistido en que las autoridades federales del sector agrícola deben intervenir para regular y apoyar a los recolectores del latex con que se produce el chicle, ahora llamado orgánico, en el estado de Quintana Roo, porque el monopolio de la empresa Chicza, que comercializa el producto a través de una cooperativa, sigue llevándose las ganancias, mientras que los auténticos chicleros viven en la pobreza.

A pesar de los testimonios dados a conocer en medios de comunicación nacionales y estatales las autoridades se han olvidado que las familias chicleras sostuvieron esta actividad a costa de su salud durante gran parte del Siglo XX y al menos durante las últimas dos décadas se incrementó la recolección del latex del chicozapote de la selva maya para elaborar el chicle orgánico que se exporta a países europeos (en lo que se cataloga como “Comercio Justo” es decir, se vende este producto en Europa engañando, diciendo que se beneficia a los indígenas mayas cuando es todo lo contrario y solo se beneficia a un monopolio y a su propietario). Sin que los recolectores mayas salgan beneficiados.

Sin la supervisión de las autoridades federales la empresa Chicza, desde el año de 1997 se fue convirtiendo  en un monopolio de la compra del latex a los indígenas mayas que aún se siguen internando a la selva para subirse a árboles de 15 a 20 metros de altura para realizar el rallado y la sabia empiece a colectarse .

Precios en Europa enriquecen al monopolio

Los precios que esta cooperativa le paga a los recolectores, en términos de inflación, son los mismos que les pagaban las empresas privadas a mediados del Siglo XX, a pesar que el chicle se vende en el mercado europeo como orgánico a precios competitivos, los recolectores siguen sin ningún tipo de seguridad social, por lo que muchos indígenas chicleros, por accidentes laborales o por la edad viven con discapacidades permanentes que los obligan a vivir de la ayuda de sus familias o de la caridad de las comunidades.

Chicza mantiene en la miseria a indígenas

Conforme fue creciendo Chicza  gracias al trabajo de los recolectores, sus directivos realizaron  estrategias para que la materia prima solo se les vendiera a ellos, evitando con ello la competencia del mercado, para que los recolectores pudieran vender su producto  a quien mejor se lo pagara.

Del monopolio de los intermediarios del Siglo XX se pasó al monopolio de una empresa que explota los beneficios fiscales de ser cooperativa, pero que esos beneficios no los comparte con las personas que generación tras generación han recolectado el latex en la selva maya.

El monopolio de Chicza en la compra del chicle ha generado un daño más a las familias chicleras durante los meses que lleva la pandemia, porque ante la disminución de las ventas en Europa determinó reducir las compras de la materia prima al 50 por ciento a cada recolector, quienes ahora se han quedado con su producto, el cual en pocas semanas se echa a perder porque pierde humedad y lo grave del asunto es que no hay otros compradores que lleguen a las comunidades mayas a sacar el producto.

Si las autoridades del sector dedicado al desarrollo agrícola y de explotación forestal  hubieran hecho su trabajo para apoyar directamente a los productores abriendo diversos canales de comercialización, ahora no estuvieran expuestos a las estrategias de comercialización de una sola empresa.

Chicza paga 80 pesos kilo; en Alemania 30 gramos cuesta 2 euros

En la temporada 2018-2019 pagó el kilo de chicle a 80 pesos a los indígenas mayas, pero en Alemania un paquete de 30 gramos de chicle de Quintana Roo se vende a dos euros. Al tipo de cambio del 13 de febrero de 2019, los dos euros representan 43 pesos mexicanos con 47 centavos.

Los productos de Chicza se vendían en 32 países antes de la pandemia, casi el 80 por ciento de su producción se destinaba a la exportación y solo el 20 por ciento para el mercado nacional.

La rigurosidad para que el látex se recolecte de manera sustentable recae en los recolectores, quienes viven el riesgo de subirse a los árboles de chicozapote que muchas veces rebasan los 20 metros de altura, pero son de los que menos se acuerda la empresa cuando vende sus productos en dólares o en euros y presume su calidad del chicle.

Las familias mayas en Quintana Roo saben recolectar el chicle del chicozapote desde finales del Siglo XIX, pero también son las que han enfrentado las diversas crisis políticas y económicas en la Península de Yucatán; cuando el chicle natural fue sustituido por el plástico, fueron los mayas quienes pagaron las consecuencias, porque las empresas solo cambiaron de material prima.

Indígenas fueron sometidos los Chicza

Ahora que el mercado internacional del chicle orgánico decreció, vuelven a ser los mayas quienes pagan las consecuencias, mientras que en la escena chiclera del país ha surgido un nuevo multimillonario Jesús Manuel Aldrete Terrazas, director ejecutivo de Chicza, quien llegó a la zona hace 25 años, sin conocer la industria del chicle ni los riesgos que enfrentan los recolectores  en la selva, quienes están expuestos desde caerse de un árbol o ser picado por una víbora.

Desde el año 2005 existe como empresa el Consorcio Chiclero, resultado de amalgamar las organizaciones de productores que pertenecieron a la Federación de Cooperativas de Quintana Roo con todos sus bienes inmuebles, cuyo costo lo pagaron por décadas los cooperativistas, quienes de la noche a la mañana se enteraron que esos bienes ya eran  propiedad del Consorcio Chiclero, empresa que es una cooperativa, pero que con otros empresarios asociados crearon la marca Chicza, para hacer a un lado a los auténticos recolectores, todo ello con la complicidad de autoridades estatales y federales.

Por el conocimiento de los mayas en la recolección del latex y las rígidas normas que les imponen a los recolectores, ya que si no reúne determinada calidad no les compran el chicle, Chicza vende en el mercado internacional un chicle orgánico con certificaciones de organismos del nivel de USDA Organic y Vegan.org, además de haber aprobado los requisitos de  la Norma ISO 9001, lo malo es que los indígenas mayas con esto son los menos beneficiados.

Chicza se vende como “una empresa de primer mundo con control de calidad de primer mundo, inclusive tiene grado farmacéutico de inocuidad”, sin embargo, los recolectores se encuentran en el olvido y más aún, ahora durante la pandemia, cuando les dejaron de comprar más del 50 por ciento de su producción, en un momento en que más requieren vender su producto, pero ello es consecuencia de que las autoridades permitieron un nuevo monopolio.

Situación similar viven  los chicleros de Campeche, a quienes Chicza también les compra de manera monopólica.

El mismo Jesús Manuel Aldrete Terrazas reconoció a la prensa que de las 90 toneladas anuales de producción de chicle, en este año se redujo a solo 45 y prevé que para el 2021 se pueda recuperar. Ahora que el gobierno federal está muy interesado en la Península de Yucatán al iniciar la construcción del Tren Maya, ¿cuándo se acordará que los chicleros de Quintana Roo y Campeche existen y que viven en extrema pobreza, mientras que su trabajo es explotado por un nuevo monopolio que se llama Chicza?

Graciela Machuca

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