Especial Heroí­nas Anónimas PROCESO YA ESTí TODO EL DOSIER EN LOS PUESTOS DE PERIí“DICOS Las batallas inagotables de Alima Boumédiene-Thiery Anne Marie Mergier 5 de enero de 2012 · Especial Heroí­nas Anónimas PARíS (Proceso Especial 35).— No hay amargura en la voz de Alima Boumédiene-Tiery cuando anuncia a la reportera que no fue reelegida senadora. El eje de su existencia nunca fue la ambición personal, lo que le importa es luchar contra toda forma de discriminación. ”Si no lo puedo seguir haciendo en el Senado lo haré en otros foros», afirma muy segura de sí­ misma. La lista de los combates de Alima Boumédiene en esta sociedad francesa cada vez más injusta es inacabable: Contra la marginación administrativa y socioprofesional de los franceses descendientes de inmigrantes, contra el racismo y el sexismo, a favor del derecho de los inmigrantes a votar en elecciones territoriales, para regularizar la situación de los indocumentados, en defensa de las libertades públicas —en grave peligro especialmente durante la presidencia de Nicolas Sarkozy—, por los trabajadores minusválidos o los presos amontonados en cárceles sobrepobladas… además de su solidaridad inquebrantable con el pueblo palestino. En los últimos siete aí±os, Boumédiene fue una de las pocas parlamentarias que permitió que resonara la voz de los ”olvidados de la República» en el cenáculo dorado del Senado. Desde su elección en 2004 su presencia detonante perturbó el ronroneo de sus colegas, hombres en su mayorí­a (el Senado francés sólo tiene 22% de mujeres). Irritó a los partidos de derecha e incomodó a los de izquierda, incluyendo a los ecologistas, que dejaron de apoyarla en las últimas elecciones. En Francia los miembros del Senado son elegidos por sufragio universal indirecto: en cada departamento (entidad administrativa) los elige un colegio electoral integrado por diputados y concejales generales y municipales. La ahora exsenadora nunca aceptó compromisos ni concesiones polí­ticas. Fue ”castigada» por su integridad. En realidad fue un granito de arena en el mecanismo bien engrasado del honorable Senado francés. La divierte esa definición. Francesa multicultural Densas fueron la dos largas entrevistas que la reportera sostuvo con esta exparlamentaria fuera de serie, cuya historia personal y familiar arroja luz sobre zonas oscuras de la Francia contemporánea. La primera se llevó a cabo en el pomposo bar del Senado. La segunda, en su oficina del popular distrito 18 de Parí­s, donde sus colaboradores atienden cada dí­a a quienes se debaten con problemas jurí­dicos, administrativos, sociales… ”A veces nos confunden con el Ejército de Salvación», suspira una de sus asistentes. Cada semana, Alima Boumédiene trata personalmente los casos más espinosos. ”El terreno… Tengo que estar en el terreno. Sólo así­ sé lo que viven y necesitan mis conciudadanos. Fue el terreno el que me condujo a la polí­tica. Llevo 35 aí±os de militancia en asociaciones civiles y esa fue mi gran escuela polí­tica», explicaba la entonces senadora, quien nunca se mudó del barrio obrero de Argenteuil, donde nació. El inicio de nuestra primera plática —dos meses antes de las elecciones— fue difí­cil porque ella invirtió los papeles: de buenas a primeras preguntó a la reportera por qué le importaba incluirla en esta edición especial. ”En Francia sólo hay tres senadoras de origen magrebí­ y la única que hace ruido es usted.» No le gustó la respuesta. ”No soy senadora de origen magrebí­. Soy senadora francesa. ¿Hasta cuándo nos van a decir franceses de primera, de segunda, de tercera, de cuarta generación? ¿Hasta la décima generación? ¿Hasta la vigésima? Más de 50% de los franceses tiene origen extranjero: polaco, espaí±ol, italiano, portugués, ruso, armenio, alemán… ¡qué sé yo! ¿Acaso se les dice franceses de cuarta generación’ a aquellos cuyos abuelos o tatarabuelos armenios llegaron a Francia a principios del siglo XX después del genocidio de su pueblo por los turcos?» —¿Cómo se presentarí­a entonces? Largo momento de silencio. ”Me defino como francesa de cultura múltiple y de origen plural. Si le parece importante mencionar más detalles, tendré que decir que soy francesa de origen magrebí­-árabe-berbero-musulmán. —¡Debe reconocer que es un tanto complejo! —Mis ancestros fueron colonizados y mi padre fue considerado ”indí­gena», es decir un ciudadano de segunda categorí­a en su propio paí­s. No puedo negar que hechos de esa í­ndole jugaron un papel importante en la construcción de mi identidad, la que concibo como un diamante de múltiples facetas. ”Sólo destacaré que soy mujer, mis padres eran proletarios, nací­ en un tugurio, soy el resultado de una extraí±a mezcla cultural, ya que mi madre era judeo-cristiana y mi padre musulmán. El paí­s de mis padres es otro rompecabezas: mi padre era marroquí­ pero vivió en Argelia. ”Su madre —mi abuela— era de Marruecos pero vivió en una región fronteriza con Argelia que por la colonización dejó de estar bajo soberaní­a marroquí­. Fue así­ como de un dí­a para otro cambió de nacionalidad sin haberlo pedido. ”Tiene razón: todo eso es complejo. Pero considero que pertenezco al lugar donde nací­. Y nací­ a orillas del rí­o Sena, en el suburbio parisino de Argenteuil, una ciudad de izquierda desde el Frente Popular de 1936. —¿Cuándo llegó su padre a Francia? —En 1938. Casi a pesar suyo se involucró en la resistencia contra la ocupación nazi. Era minero en el norte de Francia y los nazis lo detuvieron para enviarlo a trabajar a Alemania. Mi padre escapó y llegó a Vandea (occidente de Francia), donde se integró a una red de resistentes. ”El destino de mis abuelos maternos fue muy duro. El padre de mi madre era judí­o y los alemanes lo enviaron a un campo de concentración. Su esposa, que era católica, fue enviada a trabajar a Alemania. Mi madre tení­a 13 aí±os y era la menor. Su hermano tení­a 15 y su hermana 13. Después de la detención de sus padres se escondieron en los bosques. Mi padre los descubrió muertos de susto, de frí­o y con mucha hambre. Los escondió y los salvó. —Lo que cuenta se parece al guión de una pelí­cula neorrealista… —Espere… Ahora viene la parte ”romántica». Después de la guerra mi mamá se enamoró perdidamente de su salvador. Mis abuelos habí­an regresado de Alemania. Su salud estaba bastante deteriorada, sobre todo la de mi abuelo, pero habí­an sobrevivido. Estaban muy agradecidos con mi padre, que los vení­a a visitar a menudo. Pero casi les dio un ataque cuando descubrieron que su hija, menor de edad y judeo-cristiana, querí­a vivir con un árabe musulmán que le llevaba 15 aí±os. —¡Era sobre todo un resistente que habí­a protegido a sus hijos! —Sí­, pero prevalecieron los prejuicios… Mis padres se fugaron a Bélgica, donde vivieron hasta 1955, cuando mi madre quedó embarazada de mí­. Después de esa larga ruptura mis padres visitaron a mis abuelos y les dijeron que se iban a casar. La familia se reconcilió. ”Entonces la situación en Francia era muy difí­cil. El paí­s aún no se levantaba de los estragos de la guerra y faltaban muchas viviendas. Mi abuelo, que trabajaba en el ferrocarril, logró que se le regalara un vagón en desuso. Sus compaí±eros lo ayudaron a remolcarlo hacia la ciudad miseria de Argenteuil donde se amontonaba mucha gente destechada. Mis padres lo arreglaron, instalaron una estufa de carbón y ahí­ nací­ yo. —¿En un viejo vagón de ferrocarril? —¡Así­ es! —exclama Alima orgullosa, entre dos carcajadas cristalinas que resuenan en el bar elegante del Senado. Educación y segregación Poco tiempo después casi todos los habitantes de la ciudad miseria se fueron a vivir a multifamiliares construidos por el Estado y la municipalidad de Argenteuil. El padre de Alima rehusó rotundamente ”dejarse encerrar en una jaula para conejos». —Mi padre era terco —comenta—. Compró un terreno agrí­cola muy barato y junto con algunos amigos construyó una casa con material de desecho. No tení­amos luz ni agua pero viví­amos en casa propia… ”Pronto vinieron a vivir con nosotros una prima y un primo, cuyos padres se estaban divorciando, y mi abuela, que habí­a quedado viuda. Formábamos una tribu muy solidaria, alegre y con pocos medios económicos. En realidad todos dependí­amos sólo del salario de mi padre, que era obrero en la industria automotriz. —¿Su madre no trabajaba? —Lo hizo cuando empezamos a estudiar. Fue empleada de servicio antes de trabajar en restaurantes escolares y municipales. Nuestros estudios les costaron caros a mis padres, porque tuvieron que inscribirnos en una escuela privada, católica. —¿Por qué no optaron por una escuela pública, gratuita? Sonrisa maliciosa de Alima: —Durante la independencia de Argelia la maestra de primaria nos trató a mi hermana y a mí­ de hijas de asesino. Lo hizo en pleno curso. Nos apellidábamos Boumédiene, igual que Houari Boumédiene (uno de los lí­deres del Frente de Liberación Nacional y segundo presidente de Argelia), y el hermano de esa maestra habí­a muerto en combate en esa guerra. Me enfurecí­ y le aventé a la cara todo lo que tení­a a la mano. ”El director convocó a mi madre para arreglar el asunto y fue peor: mi madre y la maestra se agarraron a golpes. Me excluyeron de la escuela. Mis padres nos inscribieron a todos —a mi hermana, a mis dos primos y a mí­— en escuelas privadas.» —¿No hubo problemas con las alumnas católicas? —Ninguno. Tampoco con las maestras. Habí­a respeto mutuo. Alima, su hermana y sus primos volvieron a la educación pública cuando pasaron a la secundaria. —Nuestros padres eran intransigentes. Se sacrificaron para que pudiéramos salir adelante, pero nos exigí­an calificaciones muy altas y no nos dejaban salir a ninguna parte. Acabé fugándome de casa. Sólo gocé 24 horas de libertad antes de que me detuviera la policí­a. Nunca olvidaré la golpiza que me dio mi padre. ”La psicologí­a infantil no era su fuerte. En ese entonces me pareció intolerable, pero hace aí±os entendí­ que fue básico. Mis padres nos pusieron lí­mites y referencias. Amigos del suburbio donde viví­amos tuvieron padres menos severos y su destino no fue envidiable: sida, droga, embarazos a los 16 aí±os, cárcel, muerte…» En el liceo Alima se tropezó con la discriminación social. —En el tercer grado nos tocaba escoger nuestra orientación (literaria o cientí­fica) para los aí±os que nos faltaban antes del bachillerato. Yo soí±aba con literatura y filosofí­a. Tení­a muy buenas calificaciones y hubiera podido ser excelente en esas materias. Pero la junta de profesores se opuso a mi deseo por considerar que una joven de familia pobre tení­a que entrar cuanto antes al mercado laboral. ”De la noche a la maí±ana me encontré estudiando secretariado… Seguí­ todos los cursos pero me las arreglé para inscribirme en un liceo de adaptación que me abrió las puertas de la universidad. Tení­a dos profesores que respetaba mucho. Uno me aconsejó que estudiara derecho, el otro ciencias económicas. No pude escoger. Me lancé por todo y me gradué en todo.» Con una carcajada menciona también su trabajo como animadora de centros de recreo, que hací­a los miércoles y durante las vacaciones. ”Así­ podí­a pagar mis estudios», asevera. A Alima le dejó recuerdos amargos el liceo dividido entre alumnos de clase media que estudiaban materias ”nobles», casi todos de tez blanca, y los muchachos de familias modestas y pobres, muchos de origen magrebí­ y africano, que seguí­an una capacitación técnica. ”Los primeros miraban a los segundos con desdén. Sentí­amos que pertenecí­amos a mundos distintos. ¿Por qué cree que llevo tantos aí±os luchando contra la discriminación social?», pregunta muy seria. Agrega: ”Fue un aprendizaje arduo. Entre mis amigos habí­a quienes se sometí­an a esa segregación y quienes la rechazaban. Y entre éstos habí­a los que la rechazaban con violencia y los que la consideraban un verdadero reto que habí­a que ganar. Fue mi padre quien me enseí±ó a enfrentarlo. ”En realidad mi padre nos pidió que asumiéramos su reivindicación social. Y ninguno de los cuatro lo defraudamos. No le puedo describir su orgullo cuando me gradué de bachiller o cuando me eligieron eurodiputada en 1999.» Los aí±os universitarios fueron también determinantes en la evolución de Alima. Estudió en la afamada Universidad de Nanterre, punto de partida de la revuelta de mayo de 1968 y centro universitario efervescente en los setenta y ochenta. ”En el liceo descubrí­ que pertenecí­a a la clase obrera y que tení­a que luchar mucho para abrirme paso en la sociedad. En la universidad recuperé mi raí­z árabe, lo que me permite hoy definirme como francesa multicultural.» En Nanterre encontró a magrebí­es que nada tení­an que ver con los que viví­an en los suburbios pobres de Parí­s. Hablaban árabe tan bien como francés, vestí­an con elegancia, tení­an pinta de burgueses y cada mes recibí­an dinero de sus papás, que pertenecí­an a las clases acomodadas de Túnez, Argelia o Marruecos. Alima los miró perpleja y ellos a ella también: nunca se habí­an topado con una ”hermana proletaria» culta y dinámica que apenas chapurraba árabe. Apoyo al suburbio Comenta: ”En Nanterre me di cuenta de que éramos muy pocos los estudiantes de los suburbios y eso me enojó muchí­simo. En 1981 junto con unos amigos tan enojados como yo, decidimos crear una asociación de apoyo escolar a los jóvenes de nuestros barrios. También detectábamos a los alumnos talentosos y acompaí±ábamos a sus padres a las juntas de profesores para impedir que se les impusieran escuelas técnicas, como lo habí­an hecho con nosotros». Los estudiantes acomodados del Magreb se involucraron en la aventura. Además de dar apoyo escolar a los muchachos de las barriadas, empezaron a enseí±arles árabe, idioma que nunca habí­an aprendido. La asociación creció. Se llamaba Tadamoun Solidaridad de Magrebí­es en el Extranjero. ”Fue importante aprender árabe. Eso permitió que se valorara la identidad y la cultura de nuestros padres. No nos habí­an podido transmitir esa riqueza porque pasaban todo el dí­a trabajando y porque la sociedad en la que viví­an despreciaba todo lo árabe. ”La asociación hizo muchí­simas cosas. Lo que más éxito tuvo fue la proyección de pelí­culas sobre el Magreb, gracias a las cuales los jóvenes descubrieron sus raí­ces. No conocí­an sus paí­ses de origen. Construimos puentes entre el Magreb y Francia. Nuestra meta era doble: permitir a los jóvenes que estudiaran bien para que pudieran integrarse aún mejor a la sociedad en la que habí­an nacido —su sociedad— y hacerlos sentirse orgullosos de sus raí­ces.» Recuerda el fin de los setenta y todos los ochenta como un periodo efervescente. Sin descanso. Con múltiples actividades: estudios, trabajos, militancia. Tres causas la movilizaron. La de las mujeres magrebí­es, la lucha contra el racismo y a favor de una mejor integración de los inmigrantes y la situación de los palestinos. ”En 1985, junto con un grupo de amigas, creamos la Asociation Expression Maghrebine au Féminin (Asociación Expresión Magrebí­ en Femenino), que dio la palabra a las que llamábamos ”las mujeres del silencio». Eran inmigrantes totalmente marginadas y encerradas en sus hogares. Creamos un centro cultural en el que muy pronto se pudo explotar su inmensa creatividad. Abrimos también la radioemisora Mujeres Plurales, que tuvo un éxito enorme. ”Luchamos para cambiar el estatus migratorio de las magrebí­es. No tení­an carné (permiso) de residencia propio, sólo se les daba en tanto que esposa de o hija de… En caso de separación o divorcio quedaban indocumentadas. ”Batallamos para que pudieran capacitarse y llevar una vida profesional autónoma, para que conquistaran el derecho de pedir el divorcio y para que éste fuera reconocido en su paí­s de origen. Era increí­ble: una francesa de origen magrebí­ tení­a muchí­simo menos derechos que una francesa de pura cepa, en gran parte por falta de acuerdos bilaterales entre Francia y sus paí­ses de origen. ”Nos movilizamos también contra los matrimonios forzados que amenazaban a miles de adolescentes. Coordinamos estas campaí±as con las mujeres que luchaban en todo el Magreb y logramos que se modificara el derecho en ambos lados del Mediterráneo.» Aún se emociona cuando recuerda su participación en las marchas por la Igualdad y contra el Racismo que se llevaron a cabo en 1983, 1984 y 1985. ”En esos aí±os se multiplicaron los crí­menes raciales. No podí­amos quedarnos de brazos cruzados. En cuanto no enteramos del inicio de la marcha, la apoyamos», enfatiza. Muy pronto se integró a la coordinación nacional del movimiento. Inspirada por las acciones pacifistas de Gandhi y Martin Luther King, la marcha fue promovida por un sacerdote católico, Christian Delorme, y un pastor protestante, Jean Costil. Su meta, además de denunciar los crí­menes raciales, era exigir un carné de residencia de 10 aí±os y el derecho de voto para los extranjeros. La marcha salió de Marsella el 15 de octubre de 1983. Sólo 32 personas participaban en esa aventura. El siguiente 3 de diciembre 100 mil personas desfilaron por las calles de Parí­s, obligando al entonces presidente François Mitterrand a aceptar la reivindicación del carné de residencia de 10 aí±os. ”Esa marcha fue determinante, ya que implicó la emergencia en el escenario público francés de una nueva generación de ciudadanos descendientes de inmigrantes. Se trataba de una generación liberada de los complejos de la colonización, enriquecida por los aportes de la revolución cultural de mayo de 1968, acostumbrada a expresarse libremente en radioemisoras nuevas que habí­a creado. ”Era una generación culta, educada, creativa, llena de imaginación, activa en las luchas estudiantiles y en la defensa de los derechos humanos, pero totalmente subrepresentada en las instancias polí­ticas. Aún falta mucho por hacer para que tenga el lugar que merece. Por eso nunca bajo la guardia», subrayaba la entonces senadora. El parteaguas de Sabra y Chatila El de 1982 fue también el aí±o de la matanza de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en Lí­bano. ”Me traumó igual que a millones de personas en el mundo, en particular en el mundo árabe-musulmán. Desde entonces no quito el dedo del renglón.» Visitó a Yaser Arafat, asediado por las fuerzas armadas israelí­es en su cuartel general de Ramallah. Durante su mandato como eurodiputada fue a iniciativa suya que el Parlamento Europeo aprobó la suspensión del acuerdo de cooperación entre Israel y la Unión Europea (UE). ”La Comisión Europea nunca reconoció esa decisión tomada por los representantes de los pueblos de los 15 paí­ses miembros de la UE…», recalca indignada.- El 14 de octubre de 2010 su compromiso con los palestinos la llevó ante el tribunal de Pontoise, ciudad de los alrededores de Parí­s, por ”incitación a la discriminación racial». Motivo de la acusación: la entonces senadora, firme partidaria del boicot de los productos importados de Israel, se habí­a manifestado en un supermercado contra la venta de estos productos… El tribunal rechazó la acusación, Alima quedó libre de cargos y más decidida que nunca a seguir bregando en favor del boicot. Ese no fue su único problema con la justicia. En 1992 pasó tres meses en la cárcel de Fleury- Mérogis, en las afueras de Parí­s. ”El éxito de nuestra emisora Mujeres Plurales despertó mucha codicia. Algunas personas hicieron lo imposible para transformar esa radio comunal en una empresa que diera ganancias. Nuestra sede fue objeto de un extraí±o robo y se nos acusó de desví­o de fondos públicos; como yo figuraba como responsable jurí­dica, me tocó pagar tres meses de cárcel preventiva mientras se investigaba mi caso. Me liberaron pronto porque no encontraron pruebas en mi contra.» —Tres meses… ¿le parece poco? —No me pareció largo porque de inmediato me di cuenta de que las presas no estaban organizadas. Les expliqué que las leyes de la República no se detení­an en la puerta de la cárcel, que tení­an derechos y debí­an defenderlos. Esa estadí­a en Fleury-Mérogis fue una prueba para mí­, no lo puedo negar, pero me permitió entender lo que pasa en nuestros reclusorios. La doctora Boumédiene ¿De dónde sacó tiempo Alima Boumédiene para trabajar en su doctorado en ciencias económicas con especialidad en economí­a social del desarrollo? Ella misma no lo sabe. En todo caso se graduó en 1987. El tema de su tesis fue ”las estrategias y las alternativas de integración a la sociedad francesa de las mujeres descendientes de inmigrantes». —¿Cómo pasó de la militancia en el seno de asociaciones civiles a la labor polí­tica? —Los habitantes de Argenteuil me conocí­an por mis compromisos sociales. En 1995 me incitaron a integrar el Concejo Municipal. Participé en las elecciones municipales como candidata independiente. Fui electa y rápidamente entendí­ cómo funcionaba ese tipo de instancias. ”La ciudad de Argenteuil estaba administrada por una coalición de izquierda. El alcalde era comunista y estaba rodeado de socialistas, ecologistas y miembros de asociaciones civiles. Cada partido polí­tico tení­a sus proyectos y se le otorgaba un presupuesto para realizarlos. Pero los electrones libres’ —como yo— no tení­an acceso al presupuesto. Entendí­ que debí­a aliarme con un partido. ”Los comunistas me parecí­an demasiado burocráticos; los socialistas no me convencí­an. Opté por el Partido Verde, con el cual compartí­a varios combates.» Los verdes la acogieron con los brazos abiertos a pesar de sus escasos conocimientos ecológicos. Lo que les interesaba era su estatura de jurista internacional. No sólo apoyaron sus proyectos en la ciudad de Argenteuil, sino que le pidieron que se presentara a las elecciones del Parlamento Europeo en 1999. De sus cinco aí±os en Bruselas y Estrasburgo Alima tiene recuerdos mezclados. Por un lado le apasionó ver cómo funcionaba la maquinaria europea y le encantó poder actuar concretamente sobre temas tan importantes como la situación de los derechos humanos en Europa, las relaciones entre libertad, justicia y seguridad, la espinosa cuestión de la lucha antiterrorista y las jurisdicciones de excepción que se fortalecen en Europa. Por otro lado quedó frustrada por el carácter no vinculante de las decisiones tomadas por el Parlamento Europeo. Por eso tuvo ganas de volver a trabajar en Francia. En 2004 su elección al Senado como candidata verde dio un nuevo giro a sus compromisos sociales y polí­ticos. ”No soy polí­tica en el sentido ideológico-partidista de la palabra», recalca. ”A menudo tengo problemas con los partidos de izquierda porque suelo ponerlos contra la pared, enfrentarlos con sus contradicciones o sus compromisos diplomáticos. Eso fue patente cuando los socialistas estaban en el poder en Francia… ”En el Senado vivo situaciones interesantes: sobre ciertos temas es imposible avanzar porque la derecha tiene la mayorí­a, pero sobre otros suelo lanzar iniciativas que, de repente, apoyan los centristas humanistas, los demócrata-cristianos o degaullistas… Son gente con ética que no suele tener iniciativas, pero si alguien las tiene, las siguen… Así­ fue como rechazaron los tristemente famosos tests ADN’». En 2007 la Comisión de las Leyes de la Asamblea Nacional aprobó una enmienda que autorizaba una revisión del ADN de los extranjeros que solicitaban una visa de más de tres meses en Francia. ”En caso de duda sólo un examen de su ADN podí­a confirmar sus lazos de parentesco con su familiar instalado en Francia», proclamaba el diputado Thierry Mariani, vocero de los partidarios de esa medida. La propuesta causó escándalo en Francia, y Alima armó en el Senado el debate que acabó rechazándola.» —¿Cómo se lleva con los senadores socialistas? ”Siento que algunos envidian mi libertad de palabra. Son muy disciplinados y temen por sus puestos. Los senadores ecologistas me ven demasiado radical’ sobre ciertos temas. No me lograron domar.» El pasado 26 de septiembre, después de darse a conocer los resultados de las elecciones senatoriales, Alima precisó: ”En estas elecciones los ecologistas y yo divergimos sobre la estrategia de alianzas. No acepté las concesiones que hicieron para presentarse junto con el Partido Socialista en el departamento de Val d’Oise, donde yo era candidata. ”Algunas concesiones tienen que ver con el boicot de productos israelí­es y el apoyo al pueblo palestino. Ecologistas y socialistas pensaron en las elecciones presidenciales de 2012 y optaron por un perfil bajo sobre ese tema. ”Debo precisar que diputados socialistas del Val d’Oise me atacaron públicamente acusándome de antisemitismo. Usted entenderá que no puedo estar de acuerdo con una alianza con ellos.» —¿Qué va a hacer ahora? —Seguiré haciendo lo que siempre hice: luchar. Tengo varios proyectos polí­ticos y reflexiono sobre la posibilidad de crear una asociación. Lo que me queda claro es que mis batallas se darán junto con ”los indignados de la politiquerí­a». Somos cada vez más numerosos. Y a pocos meses de la elección presidencial nos van a oí­r. Mujeres de Negro: Justicia, no venganza Marcela Turati 5 de enero de 2012 · 1 Comentario Especial Heroí­nas Anónimas Sus armas son la no violencia. Su ”guerra», la paz. Pero estas mujeres de blanco espí­ritu, conocidas en el movimiento pacifista mundial como las Mujeres de Negro, son tan combativas como el guerrero más temible. Se hermanaron en 1988 en el contexto de la primera Intifada. Vestidas de luto, una docena de ellas se plantaron decididas en»¨el centro de la Jerusalén y alzaron su voz contra «¨la guerra. Mí‰XICO, D.F. (Proceso Especial 35).- Empezaba 1988, estaba en curso la primera intifada (revuelta) palestina contra la ocupación e Israel respondí­a a las pedradas con disparos. Los televisores mostraban imágenes de mujeres y nií±os palestinos sufriendo la represión y ese sufrimiento comenzó a sacudir conciencias. El 8 de enero de ese aí±o, una docena de mujeres vestidas de negro, de luto, se manifestaron en el centro de Jerusalén contra la guerra. Su presencia llamó la atención y causó enojo a muchos ciudadanos israelí­es. Recibieron crí­ticas por llorar a los enemigos y no a los soldados locales, a quienes la mayorí­a consideraba ví­ctimas del conflicto. Pero ellas no se amedrentaron. Convocaron a una vigilia similar cada viernes al mediodí­a. Su ejemplo fue imitado por otras mujeres que no se sentí­an identificadas con esa guerra. Así­, cada viernes, durante varios aí±os, mujeres de diferentes ciudades israelí­es —lo mismo árabes que judí­as— se unieron a las manifestaciones que pedí­an ”Fin a la ocupación». Desde ese momento fueron bautizadas como Women in Black, Mujeres de Negro, y sin saberlo dieron a luz a un movimiento feminista, pacifista, antimilitarista que aún hoy permanece y se extiende por el planeta. En 1989, acompaí±adas por mujeres europeas, hicieron una cadena humana alrededor del muro de Jerusalén para pedir la paz. Como ondas que se expanden en el agua, su rebeldí­a inspiró a otras. Las vigilias enlutadas y en silencio, a falta de palabras para expresar tanto dolor, se convirtieron en una tradición que contagia a mujeres de todo el mundo. En 1991 otro grupo de mujeres, ahora londinenses, acuí±aron el nombre de Women in Black y se manifestaron contra la Guerra del Golfo. Ese mismo aí±o imitaron el esfuerzo mujeres yugoslavas que veí­an cómo su paí­s se desintegraba, y un grupo de espaí±olas se solidarizó con su causa, les brindó refugio y comenzó a visitarlas. Las nuevas redes femeninas estrenaron una forma de apoyo que consistió en viajar a las zonas de guerra para solidarizarse con las mujeres que la padecen. Así­ estuvieron presentes en Belgrado, Zagreb y Sarajevo. La mecha ya estaba encendida y continuó su camino. Prendió en India, Nepal y Filipinas, se engrosó gracias al uso de las nuevas tecnologí­as que tuvo en contacto a los distintos grupos. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos las activistas estadunidenses se manifestaron contra la reacción bélica de su gobierno en Medio Oriente y clamaron por ”justicia, no venganza». En Latinoamérica el movimiento echó raí­ces principalmente en Colombia con la red que articula organizaciones femeninas, llamada la Ruta Pací­fica de las Mujeres, que se opone al conflicto armado y a la violencia del bando que sea. Se hicieron presentes en la estigmatizada y castigada Comuna 13, de Medellí­n, conocida como incubadora de guerrilleros, durante la redada militar que padeció el barrio. También han usado su cuerpo como escudo en la selva, donde se han presentado para evitar las fumigaciones antinarcóticos que afectan la salud de mucha gente. En agosto albergaron el último encuentro mundial del movimiento Mujeres de Negro de todo el mundo, que reunió durante una semana a pacifistas de Europa, Asia, América y ífrica para compartir experiencias, estrechar lazos, reconocerse como cómplices, trazar el largo camino por seguir y darse coraje para resistir. Distintas voces narran esas experiencias. ”Trabajamos juntas» Espaí±a. ”Nuestros gobiernos son enemigos, «¨pero las mujeres trabajamos juntas.» Luz González, profesora de literatura espaí±ola. ”Nosotras nos sentimos afectadas en el 92 durante la Guerra de los Balcanes cuando la OTAN bombardeó, porque nuestro paí­s bombardeó y a pesar de que la causa era justa —por el evidente genocidio en Srebrenica— el ataque no evitó el genocidio, porque después de eso ocurrió una masacre de 8 mil musulmanes; las mujeres de allá nos avisaron y vimos cómo podí­amos apoyarlas.» La profesora González descubrió el movimiento durante un viaje a Chicago, después del derrumbe de las Torres Gemelas, cuando Estados Unidos ya habí­a comenzado la guerra para acabar con sus enemigos del mundo árabe. ”Un dí­a vi gente protestando por la guerra contra Afganistán; decí­an: Not in our name’, que es el eslogan de las Mujeres de Negro. Que las guerras no se hagan en nuestros nombres. Nosotros también formamos parte de los paí­ses invasores y pedimos el retiro de Espaí±a, miembro de la OTAN, de Afganistán.» Las espaí±olas no sólo están volcadas a los asuntos exteriores. En su paí­s piden una solución negociada, a través del diálogo y no de la fuerza, a las demandas de la agrupación separatista ETA. También se oponen a la violencia contra las mujeres. Se manifiestan silenciosamente el último domingo de cada mes en la Plaza Mayor de Madrid y tienen armada una red de solidaridad para apoyar a las compaí±eras que tienen dificultades en otros paí­ses, hacer eco de sus protestas, reclamar a niveles diplomáticos cuando agreden a una y mandar información a la prensa de lo que ocurre en esos paí­ses. González conoce de primera mano la experiencia de los Balcanes, a donde ha ido para solidarizarse con las mujeres de esas tierras. ”Yo viajé en los camiones con las mujeres serbias del movimiento que acompaí±aban a las musulmanas bosnias al funeral de 500 cuerpos que ese aí±o se habí­an desenterrado. Eso me marcó». Llorar a los mismos muertos Serbia. ”Recuperé esa humanidad perdida en la guerra.» Marí­a Perkovich, periodista. ”Aunque en mi paí­s no habí­a directamente una guerra, porque yo soy de Serbia, el paí­s agresor, y yo viví­a lejos de Belgrado, sólo me afectaba la guerra porque la economí­a se estaba afectando. Por conducto de unos amigos conocí­ a las primeras Mujeres de Negro y desde entonces el movimiento ha dado real significado a mi vida», dice Perkovich. La periodista viene de varias generaciones de activistas, militantes comunistas y participantes en polí­tica desde antes de la Segunda Guerra Mundial. ”Mi primera experiencia en la organización fue muy humanizante, fue de recuperar esa humanidad que pierdes con la guerra, ese primer encuentro con las mujeres bosnias y lo que me enseí±aron de su vida, su trabajo; su humanidad tocó mi vida», dice con una amplia sonrisa. En lo que fue Yugoslavia las mujeres de los bandos enfrentados trabajan juntas para dar a conocer la locura de la guerra. Lo inhumano y patriarcal de su comportamiento. Ambas lloran a los mismos muertos. Cada 11 de julio las serbias asisten al funeral conmemorativo de los musulmanes bosnios asesinados por los militares de su paí­s, acompaí±adas por colegas europeas. Juntas, por la presión que hicieron, lograron que a la masacre de Srebrenica se le llame ”genocidio». ”Nuestra solidaridad no sólo es polí­tica, es más allá, nos cuidamos, nos tenemos afecto personal, es una amistad más í­ntima». A cada encuentro internacional donde debe dar su testimonio, ella viaja con Jadranka, una mujer de negro bosnia, y juntas materializan esa creencia común de que los gobiernos son los enemigos pero las mujeres son amigas. Pacifismo feminista Colombia, ”Vamos a las zonas de conflicto «¨cuando nadie va.» Ana Mendoza, docente y promotora de derechos sexuales y reproductivos. ”Soy de la organización Mujer y Futuro. En 2000 nos hablaron de otra organización que nos invitó a una movilización en Barrancabermeja en solidaridad con las mujeres que estaban siendo atacadas y amenazadas por los paramilitares. ”Acudimos unas 80 y cuando llegamos nos encontramos a otras 3 mil que habí­an acudido, sin contar a las mujeres del lugar. ¡Era un mundo de mujeres vestidas de negro en una apuesta clara contra la guerra! Ahí­ descubrí­ lo que se llamaba la Ruta Pací­fica de las Mujeres, fue un amor a primera vista; desde entonces supe que ese era el lugar donde querí­a estar.» A partir de entonces Ana Mendoza hizo del pacifismo feminista su forma de vida. ”El hecho de estar con otras mujeres alimenta el espí­ritu. Ver la apuesta polí­tica de toda esa fuerza de las mujeres es un hecho transformador para la vida de las feministas, pacifistas, antimilitaristas, que no es un tí­tulo, es un modo de ver, sentir, pensar el mundo. Significa un cambio radical cuando empiezas a entender que ser pacifista no es quedarse quieta ante la violencia, sino actuar para cambiar las cosas pero sin daí±ar a otros», dice sonriente y con el entusiasmo de una enamorada. Aunque ella no es ví­ctima directa del conflicto armado que azota Colombia, dice que todas las colombianas sufren de alguna manera por éste: ”Nuestros impuestos son usados para comprar armas, el ambiente de nuestro paí­s y la vida de las mujeres están militarizados, nuestras amigas han sido ví­ctimas directas de la violencia, algunas han sido violadas». Las mujeres dela Ruta Pací­fica no son sólo de palabra, también de acción: van a las zonas de conflicto cuando nadie, ni siquiera los periodistas, van. ”Fuimos 3 mil mujeres al Putumayo cuando era la época fuerte de los rocí­os (de veneno) contra los cultivos, fumigaciones que estaban afectando la vida y el ambiente de las mujeres. Hemos ido a la frontera con Ecuador para hacer evidente que las mujeres han tenido que huir para refugiarse en otro paí­s porque la situación es insoportable. En estos 15 aí±os hemos logrado evidenciar que esta guerra impacta a las mujeres, que han sido ví­ctimas de la violencia también sexual y hemos recorrido el paí­s de sur a norte y de oriente a occidente». Gracias a la articulación de todas las organizaciones que forman la Ruta Pací­fica, lograron que la Corte Constitucional ordenara al gobierno colombiano diseí±ar 13 programas especí­ficos para atender a las personas en situación de desplazamiento, con diferencias para las mujeres. Este aí±o son las anfitrionas de las otras mujeres que, vestidas de negro, salen a la calle a repudiar las guerras y a pedir: ”No en nuestro nombre». Por un mundo en paz Estados Unidos. ”Que las ví­ctimas sepan que no están solas.» Margaret Kuhlen, trabajadora social voluntaria. ”A raí­z de la invasión de mi paí­s a Irak empecé a participar en el movimiento porque yo —y mucha más gente— me sentí­a desesperada, estaba en contra pero no sabí­a qué hacer hasta que me dije: Esto (manifestarme) sí­ lo puedo hacer’. Y empezamos a salir a la plaza pública de Santa Fe, Nuevo México, en manifestaciones de media hora cada viernes, donde escribimos carteles en los que seí±alamos Estamos por la paz’, Lloramos a todas las ví­ctimas de la guerra’ y Mujeres de Negro’.» Kuhlen hace lo que harí­a cualquier mamá, siempre cuida a los demás, reza por ellos. ”Cuando me manifiesto en silencio, rezo por los civiles inocentes muertos en todas las guerras por el mundo, por los soldados heridos, por la gente que trabaja por la paz y por todas las mujeres que están dando a luz para que sus bebés puedan crecer en un mundo en paz y que no perdamos las esperanzas ante noticias tan decepcionantes.» Aunque muchas veces ella y sus compaí±eras son incomprendidas por los transeúntes que pasan frente a las manifestaciones, se sabe afortunada porque no recibe ataques, como ocurre con las mujeres de otros paí­ses, donde se considera traición manifestarse contra las polí­ticas gubernamentales. ”Esto ya se hací­a antes en otras ciudades de Estados Unidos. Lo que queremos es hacerle saber a las familias de los que han muerto que sus seres amados no están olvidados, que otra gente se preocupa de trabajar por la paz. Esta es una red que se enfoca en recordar las cosas que otra gente trata de olvidar por dolorosas, y para hacerles sentir que no están solas.» ”La ocupación es patriarcal» Israel. ”Mi libertad está ligada «¨con la de los palestinos.» Ivonne Deutsch, feminista y trabajadora social. ”En 1988, cuando empezó la intifada, un grupo de mujeres salió a las calles a pedir el fin de la ocupación. Empezó con siete, ocho judí­as en Jerusalén que hicieron una vigilia de las Mujeres de Negro y en dos meses su ejemplo ya se habí­a expandido. Así­ nació en todo el mundo el movimiento. Se formó cuando en las noticias se vio que salieron a las calles mujeres y nií±os palestinos a manifestarse y muchas mujeres (judí­as) entendieron que sus soldados estaban oprimiéndolos, que eso no estaba bien. Por eso empezamos a salir.» Desde antes de 1988 Deutsch era una veterana activista por la paz. Se autodenomina ”resistente contra la ocupación» porque asume que pertenece al paí­s ocupante, por eso dice que su libertad está conectada con la de los palestinos. Para ella lo novedoso de las primeras manifestaciones es que no fueron los pacifistas de siempre los únicos que salieron a las calles. ”Para mí­ manifestarme no era nuevo. Yo siempre he estado contra la ocupación y es una forma de expresarme polí­ticamente contra la guerra y expresar a la sociedad israelí­ que no está bien esa polí­tica, que hay que cambiarla, y para recordarle a la sociedad que hay una ocupación. Pero lo que pasó en 1988 es que por primera vez, además de las mujeres de la izquierda radical, salieron a las calles mujeres que nunca habí­an sido militantes y que pedí­an también parar la guerra.» Cada viernes a mediodí­a, en diferentes partes del paí­s, las mujeres salí­an a las plazas vestidas de negro para manifestar su desacuerdo y solidarizarse con las palestinas. Así­ durante aí±os. En 1991, por el acercamiento de Palestina e Irak durante la guerra del Golfo y posteriormente por los Acuerdos de Oslo —que hací­an ver cercana la paz—, dejaron de manifestarse públicamente para actuar con cautela. Pero a partir de 1993 el movimiento resurgió y ahora se marcha en 30 lugares. Las palestinas que viven en Israel se manifestaron y también comenzaron a trabajar con otras organizaciones en los territorios ocupados. Hicieron visible que, contrario a lo dicho en Oslo, en los territorios ocupados no hay paz y se vive una guerra de distintas intensidades. ”Dejamos de trabajar juntas porque tuvimos la sensación de que si trabajábamos juntas la gente iba a decir que todo está bien, que ya hay paz, que todo está arreglado y ese no era el mensaje que querí­amos dar.» Actualmente, en grupos mixtos en los que participan hombres, protestan cada semana contra el muro que divide a Israel y Palestina y contra los barrios construidos sobre asentamientos palestinos a costa de desplazar gente. ”Creo que mujeres y hombres tenemos diferentes experiencias en la vida: las relaciones de poder de los hombres son patriarcales, la ocupación es patriarcal; en cambio, si las mujeres se juntan su discurso es diferente, su nivel de escucha es distinto, son más concretas, son menos teóricas, están más conectadas a la vida diaria.» Problemas ancestrales India. ”Estamos contra el militarismo y la guerra.» Celina, coordinadora de un centro «¨de intervención en crisis y activista de «¨un colectivo feminista. Vimochana significa liberación. Así­ se llama el centro fundado por la activista Corine Kumar, en Bangalore, India, con el que intentó responder a problemas comunitarios ancestrales, como el de la dote que las familias de las mujeres tienen que entregar a la del futuro marido si desean casarse. ”El problema de la dote es de propiedad, oro, tierras, posesión. Los gastos millonarios de las bodas los paga la familia de la mujer que se humilla para agradar a la del esposo. En India hay muchos abusos: matrimonios arreglados, hostigamientos a la esposa para que se vaya si el esposo se enamora de otra, suicidios de las viudas o la quema de las esposas por sus maridos, casos que son tratados y aceptados como accidentes.» La información de las Mujeres de Negro llegó hasta la fundadora de esta organización que peleaba por relaciones más equitativas entre géneros y que en sus viajes habí­a conocido a las Madres de la Plaza de Mayo, a algunas madres de desaparecidos de Sri Lanka y las manifestaciones por la paz de las mujeres de Medio Oriente. Kumar pensó entonces que el esfuerzo de estas mujeres podrí­a ser aplicable a India, donde los intentos por separar el paí­s entre musulmanes e hindúes ha costado miles de vidas. ”En 1993 empezamos Mujeres de Negro en India y nos manifestamos contra los conflictos, la guerra, la violencia, las disputas por agua, tierra, lenguaje, religión o castas. Nosotras respondemos a todo eso porque estamos contra el militarismo y la guerra», explica Celina, colaboradora de Kumar. Las mujeres de India también han realizado actos en solidaridad con otras mujeres del planeta que luchan por sus mismos ideales, para globalizar la solidaridad. ”De Bangalore viajó un grupo a Srebrenica y no encontró ningún hombre, ningún nií±o, por eso empezó la solidaridad con ellos, y difundimos lo que ocurrí­a para que India sepa lo que pasó ahí­ y lo que está pasando en Afganistán, Irak o Sri Lanka. Y ahora estamos conociendo lo que ocurre en Colombia, lo que han hecho estas mujeres que han sido revolucionarias, para tomar su ejemplo y apoyarlas.» Guerreras mapuches Cristina L’Homme 5 de enero de 2012 · Especial Heroí­nas Anónimas LA UNIí“N, CHILE (Proceso Especial 35).- Jamás se habí­a visto en las calles de La Unión a un centenar de mapuches huilliches encabezados por tres machis (chamanes), vestidos con ropa tradicional, manifestándose bajo una lluvia fuerte y helada. El 17 de agosto de 2011 llegaron a esta ciudad sureí±a para expresarle a Eduardo Hí¶lck, gobernador regional, su oposición a que la compaí±í­a eléctrica Pilmaiquén construya otra presa. La obra inundará su territorio, que es sagrado. Primero el gobernador se escudó tras un grupo de carabineros para impedir que los indí­genas se metieran a sus oficinas. Pero acabó por ceder y tuvo que recibir al Consejo Mapuche. Les advirtió que legalmente no habí­a nada que hacer porque la decisión de construir ésta y otras tres presas en la zona fue tomada en 2008, meses antes de que Chile ratificara el Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indí­genas y Tribales en Paí­ses Independientes, que reconoce a los pueblos autóctonos el derecho de ejercer la soberaní­a en su territorio. Entre los machis destaca una mujer: Millaray Huichalaf. Es una madre de 22 aí±os que ante todo lucha contra ”una polí­tica que valora la riqueza cultural del paí­s sólo en los discursos y en la práctica pretende eliminar inexorablemente la cultura mapuche», explica a la reportera. Prescindir de la cultura de casi 1 millón de mapuches ha sido una constante de todos los gobiernos desde hace más de un siglo. En 1993, durante la presidencia de Eduardo Frei, los mapuches pehuenches fueron desplazados de la región de Biobí­o. Las tierras expropiadas se entregaron a Endesa —empresa chileno-espaí±ola de producción de energí­a— para que construyera la presa Ralco. Con la prohibición y estigmatización por parte de las autoridades chilenas, la cultura del pueblo mapuche y el mapudungún, su lengua, estuvieron a punto de desaparecer. Durante mucho tiempo ser mapuche fue una vergí¼enza. Los terratenientes de esa región sureí±a son descendientes de alemanes que empezaron a llegar a Chile a finales del siglo XIX. Igual que sus ancestros, tienen una imagen negativa del pueblo mapuche: ”Son incultos, primitivos, perezosos. Se la pasan bebiendo todo el dí­a. No merecen la tierra porque no saben cultivarla». Pero desde hace 10 aí±os los mapuches cambiaron la situación al afirmar su identidad y cultura. Hoy se sienten orgullosos de ser lo que son y decidieron reconstruir la nación mapuche. Se muestran firmemente decididos a recuperar sus tierras sagradas. Y vuelven a hablar y valorar su idioma. Por eso se movilizaron en julio de 2011, cuando Juan Heriberto Ortiz, carabinero jubilado, representante de la Iglesia Evangélica Pentecostal y dueí±o de las tierras donde se hallan el cementerio y el centro ceremonial sagrado mapuche de Osorno, autorizó que la compaí±í­a Pilmaiquén talara robles centenarios para levantar la presa. ”¿Qué dirí­an los obispos si se inundara una de sus catedrales sagradas para construir una presa?», pregunta Millaray. Pilmaiquén quiso ”comprar» a los mapuches. Un ingeniero de la empresa hizo hasta lo imposible por arrancarles autorización para construir la presa. Les prometió que bajarí­a el costo de la luz y que habrí­a muchas fuentes de trabajo. El texto que debí­an firmar los mapuches era tan enredado que resultaba difí­cil entender qué implicaba la inundación de su territorio sagrado. La toma de conciencia llegó demasiado tarde. Los directivos de Pilmaiquén están conscientes del hecho; por eso intentan actuar lo más rápido posible aprovechando la falta de información que impera en las comunidades implicadas. Ante tantos engaí±os brotó el coraje de los mapuches de Mantilhue, El Roble y Maihue. Millaray, quien se convirtió en su vocera, declaró que no permitirí­an que las empresas siguieran burlándose de su cultura y eludiendo la Ley Indí­gena que, al menos en teorí­a, protege los territorios ancestrales. Los mapuches se instalaron en las tierras sagradas el 12 de julio de 2011 y las ”ocuparon» 20 dí­as. Acabaron vencidos por los carabineros, cuya fama de represores implacables se remonta a la dictadura. Pinochet les dio carta blanca para liquidar a la oposición, incluyendo la de los mapuches… ”Tí­tulos de merced» Las tierras que defienden Millaray y sus compaí±eros de lucha fueron entregadas por el Estado al pueblo mapuche en el siglo XIX. Entonces los mapuches recibieron tí­tulos de propiedad, los llamados ”tí­tulos de merced». Se trata de un término muy ambiguo que sugiere que el Estado les hizo un ”favor». Recalca Millaray: ”Los pueblos indí­genas no aspiran a poseer la tierra. Para nosotros la tierra está viva, la escuchamos, la respetamos. No pertenece a nadie». Entre los últimos aí±os del siglo XIX y los primeros del XX el Estado aprovechó esa filosofí­a para vender las tierras a inmigrantes europeos —sobre todo alemanes— a precios muy bajos. Los recién llegados se convirtieron en dueí±os de predios inmensos que colindaban con las comunidades mapuches. Algunos de estos fundos tení­an superficies de hasta 45 mil hectáreas. El Estado impuso una sola condición a los europeos: debí­an poblar la zona con colonos. Por ley cada familia mapuche debí­a recibir un territorio que correspondiera al espacio que ocupaba. Las autoridades dictaminaron que ese espacio lo constituí­an la casa y el huerto. No tomaron en cuenta que se trataba de un pueblo que criaba animales en grandes superficies. Las familias fueron acorraladas en pocas hectáreas, a veces no más de 10. Por si eso fuera poco los colonos solí­an aprovechar la noche para desplazar las cercas. Cuando los mapuches se atreví­an a reclamar, los terratenientes los esperaban con el fusil al hombro. De nada serví­a que los mapuches protestaran ante los ”juzgados de indios»; éstos siempre daban la razón a los europeos. La sobreexplotación de las tierras disminuyó el rendimiento del suelo, que perdió su valor. Muchos mapuches emigraron a las ciudades. Se convirtieron en mano de obra barata y las comunidades se quedaron sin jóvenes. El padre de Millaray vivió esa migración. Tuvo que instalarse en Osorno para que sus hijos siguieran estudiando. ”Mi padre fue educado y querí­a lo mismo para sus hijos. Fue maestro de primaria. Su sueí±o era que pudiéramos elegir lo que querí­amos ser para salir de la pobreza en la que él habí­a vivido tanto tiempo», comenta. Millaray habla de su don de chamán: ”Descubrí­ mis aptitudes a los 10 aí±os, cuando me enfermé. Tení­a un dolor muy fuerte en los huesos y músculos. No podí­a comer. Mis padres me llevaron con varios médicos. En vano. Un dí­a una machi nos dijo: ¡Ella es machi! No sabí­a qué significaba eso». Comenzó a asumir sus responsabilidades de chamán. Afirma: ”Ser machi significa haberlo sido en otra vida. Por eso siento el sufrimiento que mi pueblo carga en los hombros desde hace siglos. Mientras más iba aprendiendo de los machi, más entendí­a hasta qué punto nuestra cultura habí­a sido atropellada y más me resultaba urgente reconstruirla». Poco a poco resistir se transforma en una actitud natural para Millaray: ”Nadie está preparado para resistir. Pero yo no tení­a opción. Resistir a diario significa aprender —o reaprender— a hablar mapudungún, enseí±arlo a los nií±os y jóvenes y proteger los lugares sagrados, la tradición y las costumbres». Se fue a la zona de Arauco y Malleco, en el corazón del territorio mapuche, donde las empresas forestales, papeleras, mineras y de energí­a eléctrica, a menudo extranjeras, se apropiaron de las tierras de los indios aprovechando la indiferencia del sistema polí­tico y judicial chileno. En Puerto Choque, Millaray conoció a Natividad Llanquileo, de 27 aí±os, también joven resistente mapuche que vive en una región arrebatada por las empresas forestales, cerca del lago Lleu-Lleu. Esta área de La Araucaní­a lleva 10 aí±os en pie de lucha y atrajo la atención de los medios en agosto de 2010, cuando 32 mapuches realizaron una huelga de hambre para exigir al gobierno de Sebastián Pií±era la derogación de la Ley Antiterrorista, promulgada por la dictadura. Esa ley dictamina que todo opositor al régimen es terrorista y debe ser juzgado por un tribunal militar. Aunque fue ligeramente modificada en su contenido, la Ley Antiterrorista sigue vigente y se aplica a los mapuches que defienden sus tierras contra la voracidad de las grandes empresas. Más de 100 mapuches han sido detenidos por oponerse, a veces con violencia, a esas compaí±í­as. La huelga fue ampliamente cubierta por la prensa y obligó a Pií±era a firmar un proyecto de enmienda de la Ley Antiterrorista. Pero pasó un aí±o y nada cambió: la ley sigue aplicándose únicamente a los mapuches. A principios de 2011, 18 hombres de la comunidad de Natividad fueron acusados de varios delitos. El principal: haber organizado una ”emboscada» contra una columna de vehí­culos blindados. Tres policí­as resultaron heridos en el tiroteo. El juicio duró tres meses y no respetó los ”principios elementales de los derechos de la defensa», según declararon observadores internacionales que siguieron el caso. La sentencia fue grave para Héctor Llaitul, José Huenuche, Ramón Llanquileo y Jonathan Huillical, considerados dirigentes de la CAM (Coordinadora Arauco-Malleco). Héctor Llaitul fue condenado a 10 aí±os y un dí­a de cárcel. Sus tres coacusados —entre ellos Ramón, hermano de Natividad—, a cinco aí±os y un dí­a. Hubo una segunda huelga de hambre para protestar contra el veredicto. Las organizaciones de defensa de los derechos humanos multiplicaron comunicados y denuncias. En vano. La Corte Suprema mantuvo la condena. Tradición de lucha Ramón Llanquileo y su hermana Natividad se iniciaron juntos en la lucha de resistencia. ”¡Habí­a que vernos! Dos mocosos cosechando papas para pagar los cuadernos y poder ir a la escuela. Nos levantábamos a las cinco de la maí±ana, nos acostábamos a las nueve de la noche, como nuestro padre, que nos repetí­a: Mientras ustedes duermen, los latifundistas actúan y encuentran otros medios para robar nuestras tierras y hundirnos más’. Nuestra madre tejí­a incansablemente ponchos y otras prendas artesanales de lana que alimentaban a la familia», recuerda Natividad. La nií±a no tardó en darse cuenta de que formaba parte de una minorí­a al margen de la sociedad chilena. Y muy chica experimentó el sentimiento de inseguridad: una sirena le provocaba angustia, como a todos los nií±os mapuches, recordándoles los numerosos y violentos allanamientos que sufrí­an sus pueblos. Al acabar su capacitación como trabajador social, Ramón se integró a la CAM. Le gustaba esa organización que defendí­a las reivindicaciones territoriales y culturales de los mapuches al tiempo que desarrollaba una profunda reflexión sobre esos temas. Natividad se convirtió en vocera de los presos polí­ticos después del encarcelamiento de su hermano. Estudiante de derecho con una beca que no le alcanza para vivir, Natividad tuvo que trabajar como vendedora y empleada doméstica. Después de cinco aí±os de estudios está a punto de graduarse. En diciembre tendrá su tí­tulo de abogada. Sabe que siendo mapuche no le va a ser fácil ejercer su profesión. Pero Natividad es de armas tomar y está convencida de que el derecho le dará la posibilidad de ayudar a su pueblo. La urgencia, para Millaray y Natividad, es dedicarse a la recuperación de las tierras. Necesitan que los mapuches que emigraron a las ciudades vuelvan a las comunidades para resucitar sus costumbres y recobrar su orgullo: ”Es el único modo de reconquistar lo que perdimos. Los jóvenes de nuestro pueblo se honran de ser mapuches. Se notan cada vez más indignados por la discriminación de la que son objeto. Tienen un espí­ritu de rebelión. Muchos nacieron en las ciudades, pero no importa. Siguen siendo mapuches y los noto decididos a no dejarse aplastar y despreciar», resalta Millaray. Hay indí­genas que no se atreven a protestar por miedo a la represión. Los carabineros están en pie de guerra y los allanamientos son frecuentes. Cuenta Natividad: ”Llegan en camiones con un helicóptero para supervisar el operativo. Tienen guanacos (caí±ones de agua) y zorrillos (bombas lacrimógenas). Nunca son menos de 60 hombres, a menudo más. Irrumpen en las aldeas, por lo general de noche. Lo rompen todo, destrozan las bolsas de alimentos, destruyen las cosechas, golpean a mujeres y nií±os sin distinción, se llevan a los hombres a los que califican de posibles terroristas». Y sentencia: ”Debemos asumir que estamos en guerra. Y en tiempos de guerra algunas mujeres tenemos que cumplir un papel mucho más protagónico. Debemos ser la imagen de la resistencia mapuche».

Graciela Machuca

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