Dos grandes ensayistas mí­nimos

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El tema de la caminata a pie, en apariencia intrascendente, es tratado con ligereza por Laurence Sterne y también por William Hazlitt, lo mantiene leve Robert Louis Stevenson, se complica con los herederos plúmbeos de Rousseau, lo vuelve a aligerar y lo poetiza Robert Walser, lo disecciona en profundidad Antonio Machado y W.G. Sebald lo convierte a finales del milenio en un género novelí­stico. ¿No dijimos que era un tema intrascendente? Bueno, ya se sabe que la tendencia humana a interesarse en minucias ha conducido siempre a grandes cosas.

Caminar es un libro minúsculo que reúne dos pequeí±os grandes ensayos, uno de William Hazlitt y otro de Robert Louis Stevenson. Aunque uno y otro texto fueron publicados originariamente con más de cincuenta aí±os de diferencia (1821 y 1876 respectivamente), tienen muchas similitudes entre ellos. De hecho, el de Stevenson es, en parte, un agudo comentario del de su admirado Hazlitt.

Pero Caminar —no lo he olvidado— fue en otros dí­as un libro que se titulaba El arte de caminar. Contení­a los dos mismos pequeí±os y geniales ensayos y pertenecí­a a una colección mexicana de libros (dirigida por Lara Zavala) que no llegaban a ser ni de bolsillo. Llevé conmigo El arte de caminar a todas partes, hasta que, como cabí­a esperar, lo perdí­. Reaparece ahora de improviso, en Nórdica (prólogo de Juan Marqués), y lo hace del modo más oportuno, en tiempos en los que se está redescubriendo que andar, que es la forma más natural y primitiva de desplazarse, puede convertirse en la actividad más luminosa y la más creativa, porque tiene la velocidad humana; parece producir una sintaxis mental y una narrativa propia.

Pero para andar toda una jornada y, agotados, poder luego, como escribe Hazlitt, entrar en alguna antigua ciudad en el instante justo en que cae la noche y allí­ ”tomar comodidad en la posada propia», es preciso no ignorar previamente que la experiencia de la caminata se ha de hacer a solas: ”Puedo disfrutar de compaí±í­a en un salón, pero al aire libre la naturaleza es compaí±í­a suficiente para mí­. Nunca me hallo en esos momentos menos solo que cuando me encuentro a solas».

Para Stevenson, que cincuenta aí±os después recogió el guante de ese excepcional breve ensayo de Hazlitt, el alma de una excursión a pie es la libertad, la completa libertad para pensar, sentir y hacer exactamente lo que uno desee, y por tanto no debe malgastarse comentando el mundo a los otros.

Coinciden estos dos grandes ensayistas mí­nimos en que la clave de todo se halla en la llegada por la noche a la posada, en ese momento en el que encendemos la pipa y apuramos la dichosa ruptura con nuestra identidad y nos olvidamos del reloj y de los afanes diarios.

Se percibe cómo, ya en tiempos de Hazlitt y de Stevenson, el tiempo y la quietud empezaban a faltarle a todo el mundo y se empezaba a vivir con prisas y demasiados negocios. A todos aquellos males modernos habrí­a que aí±adir ahora otro, especialmente grave, aunque en realidad antiguo: la inconmensurable tendencia a ir en rebaí±o.

CON INFORMACIí“N DE ELPAIS.COM

Graciela Machuca

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