Monjas recorren los cabarets para rescatar prostitutas

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Madrid
Un grupo de monjas hace ruta todas las semanas por clubes de alterne, rutas, cortijos y departamentos de Almerí­a, Espaí±a, donde se ejerce la prostitución.
Son adoratrices y oblatas que hace aí±os que no se ponen el hábito y viajan en una furgoneta en la que, a veces, se producen milagros. En la parte trasera de ese vehí­culo, habilitada como un pequeí±o salón en el que las religiosas reparten café y preservativos, se han transformado vidas enteras; las de decenas de mujeres obligadas a vender su cuerpo por redes mafiosas o por pura desesperación. La ruta termina en una casa de acogida cuyo domicilio es confidencial, por seguridad.
Espaí±a es el segundo paí­s de la Unión Europea con más casos detectados de explotación sexual -el primero es Italia-. Sólo desde el pasado enero, la Policí­a ha detenido a 264 personas en 76 operaciones contra estas mafias e identificado a ”más de 4900 ví­ctimas potenciales». De ellas, 117 fueron asistidas por ONG -14 eran menores de edad- y 66 adquirieron la condición de testigos protegidos. Entre abril de 2013 y diciembre de 2014 hubo 1450 detenidos, 11.751 ví­ctimas potenciales detectadas, 774 acogidas y más de 29 millones de euros incautados. Según Interior, el negocio mueve cinco millones de euros al dí­a en Espaí±a.
Uno de los lugares favoritos de esas mafias es también uno de los más desagradables. ”Me impresionó mucho. Nunca se me habí­a pasado por la cabeza que en un lugar así­ se pudiera ejercer la prostitución», recuerda la monja Marí­a José Palomino de su primera visita a los cortijos de Roquetas (Almerí­a). Una silla en la puerta para advertir a los clientes. Mantas sobre la tierra. Bichos por todas partes. ”Le pregunté a las chicas si alguna vez habí­an ido al pueblo, al cine, a la compra… Una de las nigerianas me explicó que llevaba siete aí±os allí­ metida y que el dueí±o le llevaba de vez en cuando bolsas de comida». El propietario, un espaí±ol de 35 aí±os, le cobraba 500 euros al mes por el alquiler de aquel cuchitril, pero oportunamente rodeado de invernaderos, es decir, de mano de obra barata en busca de sexo barato. El servicio allí­ cuesta 10 euros. Fatema, marroquí­ de 28 aí±os, tení­a que darle tres al dueí±o del cortijo en el que trabajaba.
Palomino cuenta que hace aí±os nunca veí­a a mujeres marroquí­es ejerciendo la prostitución y cree que ahora empieza a haber redes de trata de musulmanas.

Gratitud
Se celebra hasta el mí­nimo triunfo

La congregación celebra a menudo grandes triunfos: el primer cumpleaí±os en libertad de alguna de las chicas, papeles para una, trabajo para otra, o el premio de Derechos Humanos Rey de Espaí±a, que concede el Defensor del Pueblo y les entregó Felipe VI el pasado abril.
Pero también se llevan grandes disgustos: esclavas de las mafias que el dí­a del juicio se desdicen y abandonan el juzgado con su explotador; mujeres que tras lograr salir de la explotación terminan con un novio maltratador al que justifican.
”Psicológicamente las desmontan», explica Elena Guerra, la trabajadora social que asiste a las religiosas en el proyecto. ”Algunas llegan a creer que no merecen otra vida y se sabotean a sí­ mismas».
Sólo en 2014 acogieron a 30 en la casa, 8 de ellas ví­ctimas de trata.

Con información de http://www.lmneuquen.com.ar/

Graciela Machuca

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