Nobel de Fí­sica 2013: ¿Qué es la partí­cula de Dios’?

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El trabajo de Francois Englert Peter w. Higgs, ganadores este martes del Premio Nobel de Fí­sica 2013, es la parte central del modelo estándar de la fí­sica de partí­culas, que describe en qué consiste el Universo, desde las personas a las flores, los planetas o las estrellas, con un puí±ado de partí­culas elementales y las fuerzas de interacción entre ellas.

En 2012, el diario La Jornada publicó un texto de Javier Flores para explicar qué es la partí­cula de Dios, parte de la teorí­a del bosón de Higgs. Lo reproducimos a continuación.

¿Qué es el bosón de Higgs?»

Por Javier Flores

La Jornada, 10 de julio, 2012.

Toda la materia visible, de la que están hechas las estrellas y nosotros mismos, está formada por átomos cuya estructura básica es un núcleo rodeado por una nube de electrones. Dependiendo de sus caracterí­sticas, forman todos los elementos conocidos, como el hidrógeno, el oxí­geno, el sodio, el cloro, etcétera, los cuales al unirse forman moléculas como el agua, la sal y estructuras tan complejas como los planetas y las galaxias o las células del cerebro humano. Así­, en el nivel atómico se encuentran las claves para entender cómo está formado el universo, cómo se originó y, por decirlo de algún modo, cuál es su destino.

Originalmente se pensó que los átomos eran indivisibles; sin embargo, actualmente se sabe que no es así­. Los elementos constituyentes del núcleo atómico (protones y neutrones), por ejemplo, están formados a su vez por elementos más pequeí±os (los quarks). De este modo, la estructura del átomo es en realidad una constelación de corpúsculos microscópicos, algunos de los cuales, hasta donde sabemos, ya no pueden dividirse, y se les conoce como partí­culas elementales. Hay dos tipos básicos: los fermiones y los bosones.

Durante el siglo XX se demostró la existencia de gran variedad de partí­culas, entre ellas los quarks ya mencionados (de los que hay seis variedades), los neutrinos (con tres tipos diferentes) y los leptones (que incluyen, además de los ya conocidos electrones, a los muones y los tauones). A todos ellos se les denomina en conjunto fermiones, en honor al genial fí­sico italiano Enrico Fermi (1901-1954), y son, por decirlo así­, la materia que integra los átomos.

Un aspecto muy importante es cómo interactúan o, dicho de otra manera, cómo funcionan estos fermiones (en una especie de fisiologí­a atómica, si se me permite el sí­mil). Para ello se requiere de otras partí­culas que actúan de intermediarias y éstas son los bosones, llamados así­ para honrar al fí­sico hindú Satyendra Nath Bose (1894-1974), de los cuales se han identificado con certeza seis (fotón, gluón, W, Z, pión y kaón). Los bosones serí­an los mediadores en las fuerzas que operan a nivel atómico y en el conjunto del universo.

Algunos ejemplos: los gluones (de glue, pegamento en inglés) son los bosones que mantienen fuertemente unidos a los quarks en el interior del núcleo atómico; sin ellos éstos se desintegrarí­an y no existirí­a nada de lo que conocemos, incluidos nosotros. Son los causantes de las llamadas interacciones nucleares fuertes, una de las cuatro fuerzas presentes en el universo.

Otro ejemplo son los fotones. Las partí­culas que tienen carga eléctrica interactúan mediante el intercambio de fotones, los cuales son los intermediarios de la fuerza electromagnética. Existen además las fuerzas nucleares débiles, mediadas por los bosones W y Z. Esta fuerza débil permite explicar, por ejemplo, el decaimiento beta, asociado a la radiactividad (hay además una cuarta fuerza, la gravitacional, que supondrí­a la intermediación de un bosón, hasta ahora hipotético, llamado gravitón, que no forma parte del modelo estándar).

El modelo estándar es una formulación teórica que intenta describir cuáles son las partí­culas fundamentales y las interacciones que hay entre ellas. A partir del comportamiento de unos cuantos elementos conocidos, es posible deducir teóricamente (matemáticamente) cuáles son las partí­culas y mediadores faltantes en el modelo, lo que permitirí­a explicar cabalmente la estructura y comportamiento de los átomos… y del universo. De este modo, muchos de los fermiones y bosones que he mencionado han surgido primero como ideas en la mente de los fí­sicos más brillantes, pero deben enfrentar una prueba muy difí­cil: la confirmación experimental de su existencia.

Una de las grandes lagunas en el modelo estándar ha sido cómo explicar que las partí­culas adquieran masa. Hay unas más masivas que otras, e incluso algunas, como los fotones, que carecen de ella. Mayor masa significa mayor inercia (la tendencia a preservar su estado de movimiento). Las de masa cero, como el fotón, se desplazan a la velocidad de la luz. En los aí±os 60 del siglo XX diversos grupos de cientí­ficos propusieron de forma más o menos simultánea una solución a este enigma, entre ellos el fí­sico británico Peter Ware Higgs.

La idea consiste en que la masa depende de la manera en que las partí­culas interaccionan con un campo (el campo de Higgs) que se extiende por todo el universo, y esta acción es mediada por una partí­cula (el bosón de Higgs). Todos los cálculos dentro del modelo estándar concordaban con esta teorí­a. Sin embargo, faltaba la máxima prueba: demostrarla de forma experimental.

La metodologí­a para probar su existencia constituye uno de los proyectos más grandes y ambiciosos desarrollados por la especie humana para responder a preguntas sobre la estructura de la materia: el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés), en el que han participado destacados cientí­ficos mexicanos. El pasado 4 de julio, después del análisis de miles de millones de colisiones provocadas entre protones, los detectores de partí­culas instalados en el LHC registraron una seí±al compatible con el ansiadamente buscado bosón de Higgs. La noticia fue dada a conocer por los expertos con las precauciones del caso, pues se requiere de mayor análisis para estar completamente seguros del hallazgo.

A menudo surge la pregunta sobre la importancia de un descubrimiento tan relevante como puede ser éste. Además de la utilidad práctica que seguramente se derivará de la compleja instrumentación empleada en campos como la medicina, la energí­a y otros, se justifica con creces simplemente por satisfacer la necesidad de saber. Encontrar respuestas a preguntas que han ocupado por siglos la atención de la humanidad, entre ellas: ¿cómo empezó?

Graciela Machuca

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