Los héroes cotidianos del medio ambiente

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Marina Gómez/Elpais.com

Jairo Mora tení­a 26 aí±os cuando su lucha por salvar a la tortuga marina laúd, una especie de dos metros de largo, llegó a su fin. La vocación de este costarricense se habí­a convertido en un estorbo para los criminales que trafican con los huevos de este animal. Solo fue necesario un balazo para que pudiesen seguir con el negocio. El 31 de mayo de 2013, Jairo Mora fue asesinado en la playa caribeí±a Moí­n. En la costa por la que viví­a.

Entre 2002 y 2013, han muerto 908 personas en la lucha por el medio ambiente, 760 de ellas en paí­ses de América Latina, según un informe de la ONG Global Witness. Los más peligrosos para los activistas en favor de la naturaleza son Brasil, Honduras, Perú y Colombia. Mora se ha convertido en un héroe popular y es uno más de la larga lista de ecologistas que luchan a diario desde el anonimato y de cuyo trabajo apenas se tiene noticia en la prensa salvo si sufren ataques graves.

Guadalupe del Rí­o en la Reserva de la Biosfera Mariposa Monarca. / CEDIDA POR ALTERNARE

Es el caso de Edwin Chota, el lí­der peruano de 53 aí±os de la etnia Asháninka, que fue asesinado el pasado 1 de septiembre por madereros ilegales. Chota llevaba diez aí±os luchando contra las mafias de la tala de árboles y defendí­a la titulación de las tierras de las comunidades amazónicas. En un ámbito similar pelea, dí­a sí­ y dí­a también, la peruana Ruth Buendí­a Mestoquiari, de 37 aí±os. El grupo terrorista Sendero Luminoso terminó con la vida de su padre cuando ella tení­a 13 aí±os, y ella fue desplazada a la fuerza junto a su madre y hermanos. Hoy es presidenta de la Central Asháninka del Rí­o Ene, organización que defiende los derechos de los indí­genas y del medio donde viven. ”He perdonado a quienes lo mataron. Mi padre protegí­a a su gente y su hábitat. Yo estoy aquí­ para seguir sus pasos», cuenta Buendí­a por teléfono, en un castellano fluido con destellos de asháninka, su lengua materna.

El miedo no la frena. Confiesa, sin embargo, que el temor a correr la misma suerte que su compatriota Chota o que su padre existe. ”Siempre tengo miedo. Pero estoy comprometida. No deberí­a haber sicarios con ese poder para matar, nosotros estamos desamparados», afirma. La organización que preside logró la paralización del proyecto hidroeléctrico de Pakitzapango hace un par de aí±os, junto a la cuenca del rí­o Ene, lugar donde reside la aguerrida lideresa Buendí­a.. Es madre de cinco hijos pero esto no le impide luchar por lo que quiere: que respeten su comunidad y que ninguna empresa privada destruya su entorno sin que exista una consulta previa y un consenso. ”No estamos en contra de la inversión privada, pero no queremos que exploten las tierras como si fuera el fin del mundo», asegura laganadora del premio Bartolomé de las Casas 2014, un galardón concedido por Ministerio de Asuntos Exteriores de Espaí±a.

La mexicana Guadalupe del Rí­o, de 60 aí±os, tiene muy claro que proteger el medio ambiente no puede separarse del trabajo con las comunidades que habitan dicho lugar. ”En un paí­s como México, donde casi todo el territorio tiene dueí±o, se tiene que cooperar con la gente porque será ésta la que va a cuidar los recursos naturales», explica esta bióloga, fundadora en 1998 de la organización Alternare. Cuenta que ella, junto a otra compaí±era, buscaba la conservación de algunas especies en riesgo, como el conejo teporingo. Sus ojos se centraron en lo que hoy se conoce como la Reserva de la Biosfera Mariposa Monarca, ubicada en el Estado de Michoacán, en el centro del paí­s. Los campesinos de esta zona talaban los árboles para ganarse la vida. Sin embargo, apunta del Rí­o, lo hací­an sin una estrategia para conservar su ecosistema. Con cada hachazo morí­a un pedazo de su biodiversidad. La mariposa monarca, por ejemplo, que migra en verano desde Canadá, encontraba en México un clima cálido, pero sin la sombra que proporcionan los árboles para su supervivencia. ”Los campesinos son los primeros que quieren cuidar su entorno, pero si no les das alternativas, tampoco les puedes pedir que no toquen nada. Así­ nace Alternare», explica Del Rí­o.

José Yáí±ez cerca de la Caleta Tortel en la Región de Aysén, Chile. / CEDIDA POR CODEFF

La metodologí­a, defiende la bióloga, se transmite de campesino a campesino. Unos enseí±an a otros y entre todos siembran árboles y verduras; producen abono orgánico, mieles, jarabes, pomadas, y canastas hechas de las cortezas de los pinos.Los ambientalistas no tienen tiempo que perder.

Miller Dussan Calderón, colombiano de 64 aí±os, dice dedicar 14 horas diarias al Movimiento Rí­o Vivos, que defiende los territorios afectados por las represas, una ocupación que alterna con sus clases en la Universidad Surcolombiana. Lo mismo que José Yáí±ez, zoólogo chileno de 63 aí±os, que después de acudir a su trabajo en el museo de historia natural se dedica a presidir el Comité Pro Defensa de la Fauna y Flora (Codeff), cuyo objetivo es incentivar la conservación de la naturaleza y el desarrollo sostenible. Los dí­as de estos ecologistas son largos y empiezan de madrugada.Dussan, al igual que la lí­der peruana Buendí­a, empeí±a su vida para que las comunidades sean consultadas antes de que comiencen las obras de algún proyecto hidroeléctrico o minero que pueda tener repercusiones en sus tierras. ”Las multinacionales explotan y terminan con la biodiversidad del paí­s y se aprovechan de la mano de obra barata. Contaminan nuestros rí­os, matan a los peces, dejan sin trabajo a miles de familias y ponen en peligro la salud de las personas. Al final solo queda el desplazamiento forzoso. Lo cierto es que existen soluciones energéticas alternativas, pero solo buscan el beneficio económico rápido», sentencia este doctor por la Universidad Autónoma de Barcelona, en Espaí±a.Hace tres aí±os surgió este movimiento, que ya ha conseguido articular todas las organizaciones que luchan por el mismo objetivo. Trabajan informando a la gente, organizando manifestaciones, investigando y denunciando.

Miller Dussan Calderón, miembro del Movimiento Rí­os Vivos, Colombia.

—¿Ha sido amenazado?

—Sí­. Varias veces. Las águilas negras, un supuesto grupo paramilitar, me enviaron un documento con plazo marcado para marcharme de Huila (al suroeste de Colombia). Pero yo no me voy a ir a ningún lado.

La mayorí­a de los asesinatos de activistas ambientales ocurren en la región amazónica, sobre todo en Brasil, afirma Chris Moye, miembro de Global Witness. ”En esta zona la impunidad prevalece y la ley del arma va por encima del Estado de derecho», explica desde la ONG. ”Queremos ser la voz de los que no tienen voz», responde Yaí±ez citando el lema de la organización Codeff que preside, y en la que ingresó como voluntario hace 29 aí±os. Esta institución, creada en 1986, lucha por la conservación y recuperación de la laguna El Plateado, cerca de Santiago de Chile; protege especies en peligro de extinción como el huemul, un venado pequeí±o, y promueve el ecoturismo, además de otros proyectos de investigación y de educación ambiental. Varios son los obstáculos a los que estas organizaciones ecológicas se enfrentan en el camino por la conservación. Para Yaí±ez el problema más difí­cil es consecuencia del capitalismo: ”El mayor freno es la desidia de las personas. La indiferencia. Yo no muevo una mano si no me pagan’, y eso se relaciona con el sistema económico actual».

El ambientalista Jairo Mora en la playa Moí­n, Costa Rica en 2011.

Guadalupe del Rí­o lo tiene muy claro: ”Si la especie humana quiere mantenerse en el planeta todos, capitalinos y campesinos, tenemos que aprender a aprovechar de manera inteligente los recursos naturales». Ella dedica su vida a la reserva de la mariposa monarca; Ruth Buendí­a defiende a los suyos; José Yaí±ez dirige una organización para garantizar la supervivencia de ciertas especies, y Miller Dussan alienta a los colombianos para que salven sus rí­os. Su lucha diaria cubre un vací­o que los Gobiernos han dejado en un segundo plano. Una batalla poco reconocida, sin una remuneración atractiva y muchas veces, cargada de amenazas.

Graciela Machuca

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