Gabriel Garcí­a Márquez, ”el amigo leal»

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El periodista Darí­o Arizmendi recuerda al Nobel ”como yo lo viví­, como lo conocí­, como pude observarlo a lo largo de tantas vivencias y episodios».

De la vida de Gabriel Garcí­a Márquez se han escrito miles de páginas; él mismo contribuyó con unos cientos en Vivir para contarla, pero poco se sabí­a de que todos los domingos le hablaba a «su vieja» —Luisa Santiaga Márquez— para saber cómo se encontraba o de que se podí­a congelar de los nervios frente a una entrevista telefónica.

Son detalles que nos muestran a un escritor en su intimidad, pero sin rebasar ciertos lí­mites. Es una de las apuestas del periodista colombiano Darí­o Arizmendi cuando se decidió a recuperar de sus memorias los pasajes reunidos en el libro Gabo no contado (Editorial Aguilar, 2014).

«Una de las decisiones más difí­ciles de mi vida fue decidirme a escribir el libro, precisamente en virtud de la amistad tan cercana, tan respetuosa, tan profunda que tuvimos durante tantos aí±os, desde 1982 hasta su muerte, porque fui un privilegiado de la vida al permitirme ser su amigo sin contraprestaciones, sin ningún interés distinto al de la propia amistad y del ejercicio profesional que nos unió muchí­simo durante tantos aí±os».

La amistad comenzó cuando Arizmendi fungí­a como director del periódico El Mundo, de Medellí­n, y recibió una carta escrita en máquina eléctrica, en la que Gabriel Garcí­a Márquez le manifestaba su intención de fundar un diario en Colombia. Vinieron intercambios, diálogos, posibilidades, frustraciones y la consolidación de una amistad que le permitió participar de algunos de los pasajes más importantes en la vida del Nobel, lo que se complementa con algunas imágenes que el mismo periodista obtení­a con la cámara fotográfica que lo acompaí±aba a todas partes.

«No fue fácil, porque pude haber incurrido en infidencias, en contar lo que no debí­a y eso no me lo hubiera perdonado nunca. Por eso logramos ser tan amigos: porque existí­a una confianza absoluta de su parte. Estuve en muchas reuniones, en muchos encuentros con gente muy importante, donde no estaba nada más como periodista sino como un amigo de confianza que tení­a el criterio suficiente para poder distinguir que cuando me decí­an algo absolutamente off the record respetaba esa palabra».

Sin embargo sintió la obligación de conciencia frente al amigo y se dio a la tarea de rendirle un homenaje a través de un libro que es totalmente periodí­stico, sin pretensiones biográficas ni de análisis de su obra, ni tampoco una crí­tica literaria. «Solo quise atreverme a pintar a Garcí­a Márquez desde el punto de vista auténtico, como era él, como yo lo viví­, como lo conocí­, como pude observarlo a lo largo de tantas vivencias y episodios», dice el autor.

En busca del ser humano

A sabiendas de la amistad que lo uní­a con el escritor colombiano, Darí­o Arizmendi habí­a recibido múltiples propuestas, incluso en vida de Garcí­a Márquez, para que escribiera una especie de memoria de toda la relación personal que sostuvieron, porque desde 1982 realmente estuvo en todo, e incluso estaba en México cuando recibió la noticia de la Academia Sueca.

«Estuve en la celebración en México. Fui a Estocolmo con mi esposa a la recepción del premio Nobel, y compartí­ con él toda esa parranda maravillosa durante 10 dí­as. Habí­a actividades cotidianas: era una auténtica fiesta porque fue una toma folclórica y cultural de un paí­s tan frí­o que estaba sorprendido de lo que se habí­a llevado en materia de música, como vallenato, en artes plásticas, en flores amarillas… Aquello era como un Macondo en el paí­s nórdico, tan distante culturalmente».

Esa misma cercaní­a le impidió escribir el libro, en un primer momento, en especial porque le resultaba complicado no traspasar esa frontera para que el libro tuviera cierta distancia, pero que al mismo tiempo reflejara a un hombre excepcional, «a quien mucha gente conocí­a solo como escritor o por sus ideas polí­ticas, hasta que tuve como un cargo de conciencia de que debí­a participar en esa visión que tení­a de él».

«í‰l era un hombre fundamentalmente bueno, inteligente y sensible, quien sabí­a captar lo que nadie captaba. Un amante profundo de Colombia, aunque él viviera en México por razones de seguridad y porque se sentí­a muy cómodo y tranquilo para escribir. Su corazón estaba en Colombia: hablaba todos los dí­as dos o tres horas con algunas personas, conmigo y con otros periodistas, amigos, polí­ticos, dirigentes… Viví­a enterado hasta de los chismes sociales: quién viví­a con quien, quién se habí­a casado, quién se habí­a separado, aparte de los grandes problemas del paí­s», cuenta el periodista colombiano.

Con esa amistad de décadas, Arizmendi comparte a un Gabriel Garcí­a Márquez un tanto más í­ntimo en Gabo no contado: al hombre que disfrutó y amó profundamente la vida y que llegó a tener mucho temor por la muerte, «incluso cuando montaba el avión era agorero y era un hombre que no se querí­a morir.

«Hasta que los aí±os, la vida, las enfermedades le dijeron que eso era inevitable, pero si por él hubiera sido le habrí­a gustado vivir muchos aí±os más, pero como él decí­a, ‘con calidad de vida’. í‰l la tuvo, mantuvo una dignidad hasta que se apagó. Fue un hombre feliz, tierno, alegre… un padre extraordinario».

Un cómplice

Sin así­ buscarlo de manera consciente, Darí­o Arizmendi se convirtió en un cómplice de Gabriel Garcí­a Márquez desde aquellos dí­as de discusión periodí­stica, de donde aprendió dos principios fundamentales que aplicó en su vida profesional y hasta en la escritura de Gabo no contado: el rigor y la ética.

«El rigor de que todo correspondiera a hechos comprobables, con datos, con nombres. El criterio ético por encima del chisme o de la adulación, de lo superficial; era el personaje de carne y hueso como yo lo vi, como lo escuché, como lo viví­ en múltiples ocasiones», dice Arizmendi.

Por ello, el volumen tiene ese toque periodí­stico y hasta un objetivo muy claro: que quienes hubieran leí­do a Garcí­a Márquez o los nuevos lectores también tuvieran la posibilidad de descubrir quién era el ser humano detrás del escritor, detrás del laureado, del nobel.

«Hay un episodio que me debo reservar, pero en el que prácticamente me salvó la vida en un momento determinado en Colombia; pero al mismo tiempo esa amistad él la manifestaba en los detalles, en su preocupación por mi esposa, por mis hijos, por mi seguridad, por mi vida cotidiana. í‰l era un amigo leal, absolutamente fiel, más allá del cargo que cualquiera de sus amigos pudiera tener o de su importancia social, económica y polí­tica. El libro surge por el interés de poder decir a mis nietos en el futuro quién era Garcí­a Márquez», explica Darí­o Arizmendi.

Un mar de recuerdos

«Gabo se apareció con un suéter rojo de lana como si estuviera en el frí­o. Con solo verlo, daban ganas de sudar. No habí­a un ventilador cerca.
—Oye ¿tú qué haces de suéter?
—Me estoy muriendo de frí­o.
—Pero si estamos a 39 grados, esto es un horno.
—Eso serás tú, a mí­ me da frí­o en Cartagena.
El escritor se congelaba de los nervios, sin importar el clima que reinara a su alrededor. La televisión le daba mucho susto, en especial por el manejo de su imagen» (pág. 19).

«—Fue una época de pobreza extrema dolorosa. Hasta el extremo, tanto que una noche llegué a casa y Mercedes me dijo: ‘Gabriel, no he podido darle leche a Rodrigo. No tuve con qué’.
Gabo contuvo su angustia y sentó a su nií±o. Le habló como si él entendiera. Como si se tratara de un hombre grande: ‘Hijo, maí±ana habrá leche, te lo juro. Hoy no hemos podido. No pienses que tienes hambre. Duérmete tranquilo. Sueí±a que maí±ana tomarás mucha leche’. Y Rodrigo se durmió tranquilo. No lloró en toda la noche. Lo entendió» (pág. 44).

«Gabo se consiguió una secretaria de bastante edad que le pasaba en limpio capí­tulo por capí­tulo, pues debí­a enviar originales impecables a la editorial argentina que presumiblemente estaba interesada en su obra (…) En otra oportunidad la seí±ora se llevó a su casa toda la novela. Gabo la habí­a revisado y ella tení­a que hacerle enmiendas y correcciones correspondientes. Guardaba cerca de 500 páginas en un sobre. Al bajarse del autobús, este arrancó deprisa y tumbó a la seí±ora: los originales de Cien aí±os de soledad quedaron esparcidos en cien metros a la redonda. Por poco se pierden algunas páginas. El susto…» (pág. 47).

«Otra vez en Magangué, el pueblo donde nació su mujer, y cuando ya era famoso y conocido como escritor y no solamente popular como periodista, llegó a casa de unos parientes. Alguien se percató y le contó a la emisora local (…) El tumulto fue tal que por poco tumban la puerta. Los dos policí­as del pueblo fueron insuficientes y también querí­an ver a su í­dolo. Cuando Gabo salió y se montó en el vehí­culo que lo traerí­a de regreso a Cartagena, una ‘pelada’ de 15 o 16 aí±os al verlo exclamó sorprendida con sus compaí±eras: ‘Mierda, éste no es Pambelé’…» (pág. 56).

«‘Aracataca, capital mundial de la literatura’, rezaba uno de ellos (letreros). Cuando se bajó del carro, en la avenida del Padre Espejo, yo también perdí­ la pista. En segundos le hicieron tomar una, dos, tres, no sé cuántas copas de ron Caí±a, con agua de coco. La multitud, la chiquillada sobre todo, lo fue empujando hacia adelante, lo fue llevando ‘en andas’, como si se tratara de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, o cual Jesús en la Procesión del Domingo de Ramos. Solo que él vestí­a de mezclilla».

FUENTE: MILENIO

Graciela Machuca

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