El lector nunca está solo

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No estoy de acuerdo con Franzen cuando afirma que la lectura nos enseí±a a estar solos. Esa soledad solo puede ocurrir, tal vez, en un corazón conservador de blanca sangre protestante. Todo lo contrario ocurre en la lectura profana. La lectura nos educa en la compaí±í­a, nos inhabilita, como la primera experiencia del amor, para disfrutar nuevamente de la soledad. Estos dí­as leo a Olson, quien a su vez leí­a a Melville, quien a su vez leí­a a Shakespeare, todo ello documentándose —gracias a la materialidad del libro— en los diálogos con que a la manera de viejos monjes, Olson y Melville siguen susurrándonos en las glosas que heredamos de su marginalia. Una nota de Olson apunta con precisión al adjetivo ”goético»: el arte que invoca al demonio y, en cuyo nombre, el arpón de Ahab bautiza la blanca espalda de Moby Dick. La lectura puede parecerse al triunfo de un aparente desierto. Pero el lector nunca estará solo en él, ni nunca más en su propio cuerpo. A la pregunta de cualquier inquisidor de soledades le sabrá responder, en su imposible, inatrapable soledad: yo soy legión (oh, ineludible etimologí­a), porque leo, porque en mí­ habitamos muchos.

Carlos Yushimito (Lima, 1977) es autor de Los bosques tienen sus propias puertas (Demipage)

Graciela Machuca

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