El guerrero mexicano del remo

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Juan Carlos Cabrera, teniente de corberta en la Armada, participa en sus primeros Juegos Olí­mpicos

DIEGO MANCERA | EL PAíS



 

Juegos Olí­mpicos Rí­o 2016

Aquella vez en Chile, con un dolor de mil demonios en la cadera, el remero Juan Carlos Cabrera, una de las grandes bazas de México en los Juegos Olí­mpicos que se celebran este agosto en Brasil, empezó a hablar con su lesión. Se celebraban los clasificatorios para los juegos y a Cabrera, de tez morena y 1,94 de altura, se le habí­a inflamado un nervio. No podí­a ni caminar, así­ que le rogaba a su propio cuerpo: ”Aflójate un poco que tú también has trabajado por esto».

Cabrera empezó a remar en 2009. Antes habí­a practicado fútbol, tenis, boxeo y americano. En el emparrillado era el tipo que repartí­a empujones y golpes a sus rivales. Un dí­a aquel aí±o, mientras corrí­a en el parque ecológico de Cuemanco, en la Ciudad de México, llegó el flechazo cuando vio el canal de remo. Su madre lo agradeció: ”le preocupaban los golpes, ella no iba a mis juegos», cuenta el atleta.

Para hacer remo, Juan Carlos Cabrera sólo tuvo que pagar su traje y acostumbrarse a madrugar. ”Los entrenadores de remo no aceptan a interesados que estén de paso, quieren gente dispuesta a competir, porque ellos invierten tiempo sólo en gente que quiera destacar», asegura Juan Carlos, que levanta las cejas a cada rato. Mientras habla, las manos del remero parecen dos manoplas de cuero.

”Me frustraba cuando bajaba al comedor con la pierna arrastrada»

A los tres meses de empezar a entrenar, compitió en su primer torneo nacional de remo bajo techo. ”Quedé en segundo lugar, a décimas de segundo de superar al seleccionado de México». En ese momento supo que su hábitat era el agua. En 2012 se hizo con el campeonato mundial de remo bajo techo, cuando recorrió 2.000 metros en 5.52 minutos.

Su carrera favorita, dice, fue en los clasificatorios de los Juegos Olí­mpicos de Valparaiso, Chile, que se celebraron en marzo de este aí±o. Dos dí­as antes de empezar se lesionó solo. Tuvo una inflamación del nervio psoas, entre la columna y la cadera, y ni siquiera podí­a caminar. ”Me frustraba cuando bajaba al comedor con la pierna arrastrada. Para los demás era una cierta alegrí­a, porque yo no estaba al cien», recuerda y frunce el ceí±o. ”En ese momento sabí­a que Dios no me iba a salvar», dice. Por las noches Juan Carlos hablaba con su lesión, le pedí­a que cediera. Recuerda que despertaba con la esperanza de dar el primer paso sin dolor, asunto que no ocurrió hasta el dí­a de la carrera. ”Amanecí­ un poco mejor. Llegué al canal con molestia, calenté por más tiempo del que acostumbro, pero en cuanto salí­, se me olvidó el dolor».

Cabrera subió a su bote. Respiró y aguantó el sufrimiento. En su mente tení­a una idea firme. ”No es lo mismo estar lesionado y triste que lesionado y feliz de intentarlo». Terminó primero. Su rostro y sus titubeos buscan alguna respuesta lógica y de alguna forma, parece que atina: ”no sé cómo gan黝.

También es un guerrero, así­ lo trae tatuado en su espalda, en japonés, desde los 18 aí±os

Fuera del canal de remo, Juan Carlos Cabrera es teniente de corbeta. Tras ganar el campeonato nacional de remo bajo techo en 2014, uno de los capitanes de la Armada mexicana lo invitó a formar parte del equipo de remo. ”Tengo las responsabilidades militares, pero me dejan entrenar», dice con voz cavernosa.

El mexicano también es un guerrero. Así­ lo trae tatuado en su espalda, en japonés, desde los 18 aí±os: bushido. Es, además, un enamorado de la cultura asiática. En el gemelo de la pierna derecha trae dibujado un león, el que le da fuerza para remar.

Este chico de 25 aí±os ha puesto pausa a sus estudios de Comunicación. Los entrenamientos a las cinco de la maí±ana le impedí­an mantenerse despierto durante las clases y mantener un promedio superior a ocho. Al término de estas, a la una de la tarde, comí­a y volví­a a entrenar. Por la noche hací­a la tarea. ”A veces me quedaba dormido frente al monitor», recuerda. Su primer sueí±o profesional fue ser periodista deportivo, pero le desanimó que los profesores le exigieran escribir sobre temas de ”sociedad». Ahora está interesado en la comunicación interna de empresas.

”No escribe muy bien, pero era muy comprometido. Desde donde estuviera enviaba su tarea. Jamás dejaba colgados a sus compaí±eros», dice su profesora en la universidad Marí­a Eugenia ívila. Un dí­a, ívila pidió a Cabrera y otros compaí±eros de clase que escenificaran un  reportaje que habí­a escrito sobre centros de rehabilitación. ”í‰l actuó como un traficante de drogas y como el papá de una drogadicta. Fue una de las mejores actuaciones del curso», recuerda la docente.

Kenia Lechuga es su novia. Ella también competirá en los Juegos Olí­mpicos en remo. Se conocieron durante los campamentos del equipo mexicano. Tienen 10 meses de novios. Kenia vive en Nuevo León, al norte de México. El hecho de compartir las concentraciones los mantiene unidos. ”A veces es un poquito competitivo», dice, Cabrera, «porque los dos buscamos nuestro mejor tiempo en Brasil. Competimos uno a uno, sólo en el deporte».

Sus amigos le conocen como Chiquilí­n. No tiene un í­dolo en el remo porque quiere ganarles a «todos». En estos Juegos Olí­mpicos quiere ser parte de los 10 mejores remeros del mundo; en este momento es el decimotercero. En ocho aí±os quiere ser un referente internacional con medallas. Es un plan que se contrapone a la urgencia de resultados por parte de las instituciones que lo apoyan, como la comisión del deporte de México. ”El deporte es un plato que se cocina a fuego lento. Hay que dejar que tenga su hervor», finaliza.

Graciela Machuca

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